La bomba afgana

Las tensiones de las ultimas semanas en torno a la capacidad de Irán para desarrollar su propio programa nuclear, la enquistada situación iraquí y finalmente las protestas del mundo islámico por la publicación de los dibujos de Mahoma han vuelto a situar en primera línea de las noticias a Afganistán. La conferencia internacional del pasado uno de febrero en Londres ha pasado a segundo plano, mientras que el papel de los donantes internacionales no cumple ni de lejos las expectativas creadas hace unos años en los acuerdos de Bonn.

A pesar de los cambios operados en los últimos años, con la construcción de algunas infraestructuras viales y de un mínimo tejido comercial, la realidad afgana sigue siendo la que históricamente ha estado ligada a ese país asiático. Un abanico de contrates que reflejan las preferencias de una sociedad en busca de seguridad, por encima de unos sistemas, que como la democracia «a la occidental», son ajenas a la idiosincrasia del país. Una realidad que siempre ha rechazado las ingerencias extranjeras, caracterizada por un conservadurismo religioso y por un complejo sistema tribal, base de buena parte de sus actividades sociales y políticas.

Este invierno hemos asistido a un incremento sustancial de los ataques contra las tropas de ocupación por todo el país, al tiempo que el número de ataques suicidas, una técnica muy poco utilizada anteriormente en Afganistán, también se ha incrementado. Paralelamente a todo ello, cada día que pasa se hace más evidente el viaje de ida y vuelta que emprenden muchos afganos hacia Iraq. En el país vecino combaten a los ocupantes, aprenden nuevas técnicas de combate, se curten sobre el terreno y luego vuelven a su país para continuar la guerra contra el mismo enemigo.

Este incremento de la violencia se explica por la conjunción de varias claves. En primer lugar está la participación de Pakistán, incapaz de dejar de lado su influencia en Afganistán, también aparecen en esa línea la actuación de otros actores extranjeros que buscan un lugar privilegiado en ese conflictivo escenario; el tercer pilar es la propia política de las fuerzas de ocupación, con Estados Unidos al frente, quienes con ataques mal llamados selectivos, que dejan tras de sí un importante número de víctimas civiles, o más recientemente, el escándalo en torno a los dibujos sobre Mahoma, que ha desatado protestas por todo el país, dejando tras de sí la muerte de varios manifestantes afganos y muy probablemente una escalada en la tensión que se vive en ese país.

Talibanes

Finalmente el cuarto factor determinante está directamente ligado a la realidad que representa el movimiento taliban y a la estrategia que lleva años desarrollando al Qaeda. A pesar de los intentos norteamericanos para acabar con la insurgencia taliban, bien a través de ataques militares, bien por medio de ofertas de amnistía que buscan dividir al mismo, lo cierto es que los talibanes se han reagrupado, han aumentado su operatividad y el número de sus militantes también ha crecido. Tal y como señala un dirigente local de ese movimiento, «nos hemos reorganizado por todo el país, en algunos lugares con mayor fuerza que en otros, pero la realidad es que estamos presentes en todas las provincias afganas».

Al trabajo de sus líderes locales sobre el terreno hay que unir un acontecimiento de vital importancia estratégica y operativa que se ha producido hace algunos meses en el vecino Pakistán. En las zonas tribales del norte de Waziristan se ha establecido de facto un gobierno islámico, ajeno al poder central pakistaní. Este poder operaría bajo influencia taliban, quienes estarían repitiendo los esquemas que le permitieron hacerse con el poder hace más de quince años en Afganistán. Su lucha contra los señores de la guerra locales y los criminales de la zona, les ha hecho ganarse la simpatía y el apoyo de la tribus de la región, quienes no dudan en apoyar ese movimiento con otdas sus consecuencias.

Algunas fuentes locales apuntan a la distribución en los bazares de esa región de un video donde se puede comprobar esta nueva realidad. Imágenes de ejecuciones públicas en mercados, castigos corporales y decapitaciones nos traen a la memoria acontecimientos similares en Afganistán hace años. También se pueden ver los ataques que la insurgencia afgana lanza contra las bases norteamericanas en Afganistán, así como el anuncio de la creación de un estado islámico en la región, que funcionaría bajo la ley del taliban.

Esta sucesión de acontecimientos juega a favor de la estrategia de al Qaeda, quien lleva meses buscando la materialización de un nuevo territorio que haga las funciones de base física. Tanto a nivel operativo como a nivel religioso. Este objetivo estratégico de al Qaeda busca la creación del Califato, cuyo primer ladrillo podría ponerse en Afganistán. Para ello, los dirigentes de al Qaeda operan en un segundo plano, cediendo todo protagonismo al movimiento local, a través de la dirección de los talibanes.

Pesimismo

Los próximos meses podemos asistir a un empeoramiento de la situación. De momento, el gobierno central es incapaz de articular su poder por todo el país y de poner fin a la influencia de los señores de la guerra locales. La insurgencia y la violencia en general sigue en aumento, en las zonas urbanas el número de muertes violentas crece cada día; la carretera que une Qandahar con Herat es el epicentro de una importante red de asaltos y bandidaje; los secuestro de mujeres y niños también aumenta; y los narcotraficantes siguen desarrollando su propia agenda y el tráfico de drogas se dispara.

En este contexto montajes propagandísticos como el que se ha celebrado recientemente en Londres no hace sino aumentar el desengaño de la población afgana. Hace tiempo que ha comprendido que las ayudas occidentales no son gratis, que seguir atados a esa política de «graciosas donaciones» es como seguir atado a una máquina que mantiene la vida artificialmente, por no hablar de los verdaderos beneficiados de este tipo de políticas, los donantes y las clases corruptas del país receptor.

Buena parte de la población afgana percibe con bastante claridad que su país está sumido en una situación «muy parecida a la que propició el triunfo de los talibanes hace años». Esas fuentes señalan sin rubor «que el gobierno taliban era mejor, pues aseguraba el cumplimiento de la ley coránica y creaba una atmósfera de paz en todo Afganistán». Si a tenor de todo lo anterior la situación sigue deteriorándose, se estarán creando las condiciones para que el movimiento taliban vuelva al poder.

Estados Unidos desea disminuir sus tropas en el país, y sustituirlas por dotaciones de la OTAN. Este movimiento será aprovechado por la insurgencia local para buscar nuevas contradicciones en esa alianza aliada, a través de ataques más violentos, tanto contra sus fuerzas como contra los elementos del gobierno local.

Algunos informes de la inteligencia de la zona señalan la posibilidad de que este verano asistamos a un incremento de los ataques insurgentes en todos los frentes. Algunos datos señalan que los grupos armados dispondrían de más de cien candidatos a ataques suicidas, con su objetivos ya fijados. Ese tensionamiento puede coincidir con otro acontecimiento en la escena internacional, pues casi todos los análisis coinciden en señalar también el periodo estival como el punto culminante en la crisis en torno al programa nuclear iraní. Por eso puede que estemos en víspera de que la bomba afgana, sin ser nuclear, explote sin que todavía podamos conocer su radio de acción.