Los muros materiales como el que afortunadamente se derribó en Berlín, como el que la dictadura de Marruecos sujeta para mantener la invasión del Sahara Occidental, como el que la dictadura israelí mantiene sobre Palestina, los aprecia cualquiera con la vista, o el tacto.
Los muros invisibles como el que constriñe a Trebiñu sólo lo detectamos quienes chocamos contra él. Al contrario que los fabricados con hormigón armado o con arena este no tiene una consistencia ni dimensiones permanentes. Cambia de forma continuamente, en diferentes zonas, con diferentes aportes.
En estas últimas semanas hemos asistido a un aporte considerable de materiales al muro trebiñés. Algunos se hicieron en foros privados y otros con altavoces públicos.
Considerar a Trebiñu como si ya fuese Araba del todo. Tanto que ni su población tendría derecho a decidir si quiere vincularse administrativamente a Araba. Este aporte al muro no asume la expresión de la voluntad popular de la población trebiñesa, que es la esencia de la reivindicación que esta población ha mantenido desde que le impusieron una organización social, una administración, o una dependencia política por la fuerza, desde al menos el año 1200.
El informe que el Senado realizó a finales de 1995 acerca de los enclaves territoriales fue el fruto de una labor llevada a cabo por quienes en aquel momento formaban la cámara alta y contiene las opiniones de los mismos, que no tienen por qué coincidir con el criterio democrático de los integrantes del Senado en la presente Legislatura. Esto lo dijo en carta pública el alavés Javier Rojo, actual presidente del Senado. Es una peculiar visión de la democracia, una brutal manera de cargarse el reconocimiento de la existencia del contencioso trebiñés y una forma sibilina de menospreciar la voluntad popular trebiñesa.
La Mesa de las Juntas Generales de Araba rechaza, de nuevo, la posibilidad de poner en marcha una Comisión especial sobre Trebiñu. Argumentaron que ya se hacen cosas, que no hay que crear falsas expectativas a la población trebiñesa, que no hay contenidos para una comisión especial. Para refrotarse los ojos intentando salir del asombro, para taparse la cara por la vergüenza ajena que producen semejantes palabras unidas por la fuerza de la sinrazón.
Hay más material. Mucho más. A pesar de todo ello, en el muro, arriba, aun lado a otro, hay muchas personas con picos, con cinceles, con cortauñas, con sus manos, con sus alientos, arañándolo, rozándolo, quitándole cachos o cachitos.
El próximo día 3 de febrero en el Parlamento de Gasteiz hay una cita para decidir si se refuerza el muro o si se le debilita. Se va a debatir la creación de una Ponencia sobre Trebiñu que se solicitó desde Trebiñu a la que también se le va aportar contenidos desde el ese mismo lugar. Pero que se apruebe no significa que ayude a debilitar o a derribar el muro en algún punto. Esa Ponencia también puede ser un refuerzo del muro si no contribuye con elementos concretos a debilitarlo.
Derribar el muro de Trebiñu como contribución a unos métodos de entendimiento y resolución de conflictos, también el vasco. Derribar el muro como solución a un contencioso de siglos, como reconocimiento de una actitud ejemplar de una población que hereda un contencioso y defiende lo razonable, lo justo. Derribar el muro pese a que la defensa de la libertad no está de moda, no es del agrado de quienes tienen bastante con ocuparse de sus negocios y el acopio de poder.