Recién finalizada la Cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Hong Kong, parece evidente que el rumbo emprendido hace décadas por los países desarrollados no será fácil de enderezar. Ni siquiera por parte de una Unión Europea que se presenta con voz única en el comercio internacional, pero que no deja de manifestar sus contradicciones internas y las reticencias o vetos directos de algunos de sus miembros más relevantes. Más si cabe en las materias que directa o indirectamente afectan a las pesquerías, donde la política comunitaria no duda en exportar hacia el Pacífico, hacia el Índico o hacía las pesquerías de Sudamérica aquellas políticas y prácticas pesqueras que han fracasado abiertamente en la UE.
En este aspecto, resulta más que significativo el proceso denunciado en Hong Kong por representantes de los pescadores de la India, Sri Lanka o Filipinas tras el paso del Tsunami por Asia. Cientos de comunidades costeras con miles de personas desplazadas de sus hogares y sin poder tener garantizado el acceso a los recursos pesqueros, observan con preocupación la inminente llegada de fondos europeos destinados, entre otros fines, a garantizar cambios estructurales en dichas comunidades. Cambios estructurales que suponen e imponen el desplazamiento masivo de aquellas poblaciones que, de hecho, ya no están ni pueden estar en la costa, al haber desparecido parte de la plataforma continental que sostenía sus hogares y su acceso a los recursos. Ayudas presuntamente estratégicas que, amparadas en paliar los efectos del Tsunami, vuelven a buscar nuevos mercados de explotación y comerciales precisamente en aquellas costas y aguas que las poblaciones nativas han tenido que abandonar por la fuerza misma que la naturaleza les ha impuesto.
Otra de las líneas de ayuda lideradas por Europa en Asia es la implantación de explotaciones costeras de acuicultura intensiva o semi-intensiva. En ambos casos, y también en las costas orientales de África, además de en la India, Filipinas o Sri lanka, los pescadores locales ya conocen de los impactos producidos por estas instalaciones, con la paulatina desaparición de los manglares y, con ellos, la extinción de toda la riqueza biológica que da sustento a la pesca artesanal de buena parte de Asia y el Este de África.
En el caso de la India, la situación encierra particular gravedad, pues ha sido la propia jurisdicción interna la que ha procurado limitar y regular restrictivamente este tipo de prácticas a través de la protección estricta del dominio público marítimo. Así lo impuso, la Sentencia del Tribunal Supremo de 11-12-1996, del Juez ponente Kuldip Singh. La Sentencia ordenó que las industrias de acuicultura y sus operaciones fueran llevadas a cabo fuera de las zonas de dominio público marítimo que precisamente ahora se vuelven a proponer en base a determinados acuerdos comerciales. La importancia de esta Sentencia era de calado, pues se buscaba, en suma, la protección y subsistencia de unos 100 millones de habitantes costeros junto a la protección de la biodiversidad de estos ecosistemas, estuarios, ríos y mares. Nada menos que unos 10 millones de Km2 de tramo costero de gran fragilidad, a lo largo de 9600 Km de costa del país.
Pero, este tipo de cuestiones (junto a docenas de casos similares) han pasado del todo inadvertidas durante las reuniones de la OMC. Casi tanto, como aquellas otras que, probablemente, marcarán nuestro futuro como ciudadanos y que la gran mayoría de los Estados desarrollados no parecen dispuestos a contemplar en sus agendas: demografía, movimientos migratorios, soberanía, y la relación entre el Derecho Internacional y la globalización parcial que vive el mundo son algunos de estos problemas por resolver. Resta, por tanto, el aliento de la sociedad civil frente al guión de un Occidente marcado y gran parte de un mundo en desarrollo que no quiere renunciar a ser desarrollado, incluso a costa de su propia sostenibilidad.
Estados Unidos ha vuelto a demostrar su posición política a este respecto, tal y como viene demostrando su muy «peculiar» modelo de Estado, poco comprometido hasta hoy con la defensa de los Derechos Fundamentales, el Derecho Internacional, la justicia social o el desarrollo sostenible. La UE no goza de muchas alternativas que no pasen por la plena integración europea, hoy en un limbo desconocido, para liderar un sistema internacional maltrecho y claramente deslegitimado en los últimos años.
De hecho, algunos de los datos vertidos durante estos días en la Cumbre de Hong Kong son más que elocuentes y, desde luego, no han mejorado desde la fundación de la OMC. De acuerdo con los estudios de Naciones Unidas, el 20% de la humanidad, esto es, Occidente, ostenta el 80% de la riqueza y recursos. Por el contrario, el restante 80% de la humanidad tiene que conformarse con el 20% de tal riqueza y recursos. El 94% de toda la investigación y la tecnología se encuentra en manos de los países occidentales. Tal es el contexto de la parcial globalización y el neo-liberalismo en el que vivimos; un proceso sistemático de acumulación y centralización de poder económico. El punto central de dicho proceso supone que los mecanismos del mercado logran dirigir los destinos de los seres humanos. Lamentablemente, la economía dicta sus normas a la sociedad y no al revés. Como se ha constatado, el fenómeno de la pesca no se encuentra ajeno a estos terribles impactos.
Así se ha manifestado en Hong Kong el líder hindú del Foro Mundial de Comunidades Pesqueras. Para Thomas Kocherry, «la globalización es, ante todo, un proceso mecánico. No toma en consideración las relaciones humanas, ni el fin o el significado de la vida y, por ello, es fácilmente manipulable por quienes ejercen el poder económico. El proceso mecánico de globalización afecta automáticamente a todos los ámbitos de la vida, dejando a muchos sin elección o alternativa. Este es uno de los aspectos más insidiosos de esta ideología: que pretende presentarse a sí misma como la única manera para poder existir. Crea un pretendido sentido de inevitabilidad y poder absoluto. Fuera de la globalización y de la economía de mercado nadie observa alternativas de subsistencia factibles».