Tenemos los vascos fama de aventureros, lobos esteparios, extravagantes en nuestros gustos… y que conste que en la mayoría de los casos es una notoriedad ganada a pulso. Durante siglos, los cinco continentes han conocido la presencia de nuestros antepasados, en ocasiones, además, antes de que la estancia se oficializara por un rey o un imperio. El dicho castizo de «mientras unos cardan la lana otros se llevan la fama» nos viene como anillo al dedo, valga la redundancia refranera. Hoy en día, y no hace falta ir muy lejos para percibirlo, las remembranzas corresponden a los segundones de las películas. Todo es susceptible de transformación, hasta la realidad histórica.
Vienen estas reflexiones a cuento de una comida informal con uno de esos empresarios que recorren el mundo ofreciendo los productos de label vasco. Su razonamiento era contundente: «Jamás he comparecido a un lugar en el que no haya llegado la huella de un vasco». Rotundo. Su experiencia no dejaba lugar la duda.
Me vinieron a la memoria los ejemplos más conocidos: el cura Santa Cruz que en su escondite más recóndito de la selva colombiana fue capaz de crear un coro de indígenas que cantaban en euskara, experiencia repetida por Imanol Urbieta en el Congo, esta vez sin ocultarse. La profusión de topónimos y nombres de origen vasco por todo el planeta, esa nostalgia a flor de piel que reflejaban nuestros viajeros… multiplican los ejemplos.
Mezclamos, en la conversación, historias distantes y cercanas, crónicas de amor y desafecto con estrategias comerciales. Y al hacerlo no fue cuestión sino de agudeza el que apareciera la referencia a China, ese gigante que, dicen, ya domina la economía mundial. Centenares de millones de seres humanos, más de mil millones, entre los que, los vascos, apenas tenemos iconos. Quizás China nos engulla algún día, fue una de las especulaciones.
Modesta es, en aquel lejano escenario, la presencia vasca. Aún así el ejemplo de Armand David y esa placa en euskara en su recuerdo que André Darraidou, alcalde de Ezpeleta, inauguró en Baoxing en 2000, así como la persecución de los misioneros vascos cuando la Revolución china, son recursos para manifestar nuestra universalidad. ¡Es cierto, hasta en China hemos dejado huella!
Concluyó la conversación, la comida y el tema hasta que hace unos días resurgió con fuerza en mi marco particular. Estaba trabajando la prensa norteamericana al comienzo de la Guerra Fría cuando me quedé helado. La noticia hizo de viento polar. Era cierta la afirmación de los misioneros vascos en China de su persecución, encarcelamiento y exilio. Pero también que en la dirección de las tropas revolucionarias de Mao Zedong había un paisano.
El mensaje, publicado en El Diario, de Nueva York, en junio de 1950, decía textualmente: «Dos misioneros vascos han visitado en Eibar a la madre del comandante de una de las brigadas comunistas que operaban en la guerra china. Ambos misioneros cayeron presos de los comunistas y cuando se vieron en presencia del jefe de estos uno dijo al otro en euskara: «Galduak gara» (estamos perdidos). Su sorpresa fue mayúscula cuando escucharon en purísimo euskara estas palabras del jefe comunista: «Euskaldunak zarete?» (¿son ustedes vascos?). Al responder afirmativamente, el jefe comunista les dijo que era natural de Eibar y que les iba a dejar en libertad y les rogaba visitaran a su madre, ruego que acaban de cumplir».
Y es que, efectivamente, vascos los ha habido hasta en el último rincón del planeta.