A mí mismo me hubiera sorprendido el encabezado, de no haber descendido al sudoeste del cono andino. Unos días bajo el espeso «smog» de Santiago de Chile te sitúan en la realidad de un pueblo como el chileno… Y a uno le queda la impresión de que gustosamente cambiarían a su fundador, Pedro de Valdivia, por cualquier otro conquistador sajón, sin más exigencias que esas, ser sajón. Podría haber servido el propio Francis Drake.
Es evidente que esta observación enojaría a una buena parte de chilenos, émulos del gran Pablo Neruda. Y a esa notable corriente de humanistas, pensadores y almas libres que hubieron de soportar la represión y los crímenes de la dictadura de Pinochet y del fascismo chileno. Como tal, pues, -como una mera impresión personal puede que algo precipitada-, deberá ser tomada.
«Lo bueno que tenemos los chilenos -nos decía uno de esos adelantadillos burgueses, cuya arrogancia tanto molesta a otros latinoamericanos- es la cordillera, que nos protege de vecinos inoportunos». Cierto que esta forma de expresarse, sobre todo cuando va envuelta en una carcajada irónica, no deja de ser típica rivalidad «regional». Ya es algo más preocupante cuando esa animosidad la extienden, no exclusivamente a argentinos, sino a bolivianos, peruanos… O cuando prácticamente, miran por encima del hombro a toda la peña latinoamericana.
Su estrella polar les orienta al mundo yanqui. Hay una amalgama social específica de Chile: la alta burguesía, formada por notables familias vascas -«gure herriko semeak…»-, ha desarrollado notablemente el sector viticultor. Un núcleo alemán muy influyente y el sector anglosajón, bastante incardinado a los entornos portuarios de Valparaíso. Una clase media: burocracia y funcionariado, ampliamente protegida por la dictadura. Muy orgullosa de su identidad chilena, y muy arrogante por cierto… Lo pude comprobar.
El resto, la gran mayoría, donde también se sitúan los aborígenes araucanos y otras etnias andinas, es la clase social que habitualmente soporta los avatares mas desdichados y los desbarajustes de los sucesivos gobiernos. Conste que esta clasificación me la han sugerido los propios amigos chilenos; ni es gratuita, ni por otra parte pretende ser un reflejo exacto de la realidad chilena.
En el museo precolombino de Santiago, cuyos fondos estables, prácticamente en su totalidad, son donación de Sergio Larráin Etxebeste -inexplicable cómo pudo recopilar tan inmensa colección-, hay una inscripción mural: «Durante la época colonial, 1582-1819, las prácticas rituales indígenas fueron vistas como manifestaciones del demonio y se acusaba a los chamanes de mantener conversaciones con él. Los conquistadores y sus descendientes profanaron las tumbas y saquearon los templos en busca de las piezas de oro, tenidas como ídolos del mal o imágenes del salvajismo…»
Leyendo esto, uno instintivamente se anima a suponer que debiera ser inevitable una unidad de acción de todos los pueblos sudamericanos. Algo tan añorado por Víctor Jara, Ernesto Sábato, nuestro Eduardo Galeano, etc. Pues no es así, al menos en el caso de Chile. Muy por el contrario hemos podido comprobar una profusión de signos y de expresiones religiosas por doquier, abrumadora. Un amplio mercado de símbolos «sagrados», en nuestros lares prácticamente periclitados o como poco preconciliares. Anuncios de esta guisa: «Curso sobre la Santísima Trinidad en San Agustín. Plazas limitadas». Hay un repunte, al menos aparente, del hecho religioso, liderado por el Opus Dei, los legionarios de María -me dicen que, nunca mejor dicho, son legión-. Y sobre todo, innumerables sectas de recia raigambre gringa.
Pero en todo «smog» uno encuentra un soplo de oxígeno sorprendente y limpio. Fue una viejecita, algo canija, de pile cobriza, aunque de hechura criolla. Nos encontrábamos en la plaza de las armas, recién salidos del recinto catedralicio; vio una cierta indecisión en nosotros, cuando tratábamos de encaminarnos al palacio de la Moneda; y sin más preámbulos irrumpió.
– ¿Son de España?
– Bascos – saltamos con cierta impetuosidad y al unísono; que uno ya se cansa.
– ¡Oh, qué lindo país!
– ¿Lo conoce?
– No… Pero me han informado… Les he oído hablar… Me parece que ustedes son de mi cuerda…
A sus ochenta y cinco años parecía tener lagartijas en los pies, a deducir por el garbo y la precisión con la que esquivaba el gentío de las calles, para encaminarnos hacia el lugar del holocausto de Allende.
– Yo creo en Dios… ¡No vayan a pensar! Pero no soporto ni a curas, ni a monjas ni a obispos, ni menos a todo este veneno del opus que se está apoderando de lo mejor de aquí. Son los culpables de todos los males de Chile…y del mundo. Y luego estos militares que están en todas partes, como Dios. Más enquistados entre nosotros que las almendras en el chocolate. A ver si esta Michelle Bachalet -defendía con uñas y dientes a la nueva candidata a la presidencia- verán ustedes cómo lo hace mejor que Lagos.
Pudimos comprobar la presencia de los milicos, verdaderamente atosigante, carabineros, soldados, policía de todo tipo.
– Ésa -prosiguió-; ésa es la ultraderecha de nuestros pecados… Curas, ricos, militares… Y los gringos… bien contentos…
Nos leyó en voz alta, sin ningún miramiento hacia los viandantes y con auténtica devoción, los poemas del pedestal del monumento a Allende. Plasmó un par de besos en cada uno de nosotros y sin más preámbulos se largó.
Nos miramos. Por fin un soplo de aire fresco en aquella densa contaminación…
Más adelante, como para purificarnos de «tanto smog» o para dulcificar el amargor de nuestras sensaciones, pudimos leer en el monumento al héroe cubano Martí: «Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres.» Como nuestra viejecita…y tantos otros chilenos en el olvido.
Y nos fuimos de Chile, poniendo nuestros mejores deseos en los hijos de Neruda o en los fieles de Allende, que deben ser muchos, pero que por el momento, parecen atrapados en el sucio «smog» asentado a la orilla de la desafiante cordillera andina. Con la esperanza de que alguien, y sobre todo la propia conciencia chilena, haga una opción solidaria con sus hermanos de América latina. Es el reto de estos pueblos, ante la agresión de Europa, de EEUU… Y de China, cuyos vientos, sin grandes alaridos, se cuelan por las cordilleras, sierras, selvas y estepas, sin que nadie prevea que vicisitudes traerán.