El imperio de los Austrias fue crisol de patrias para unos, cuna de esbirros de Leviatán para otros. Rafael Casanova, els segadors, nuestro Pedro de Peralta, nuestros Jasos, Medranos, la nación portuguesa con Pinto Ribeiro a la cabeza… Enfrente los Duques de Alba, los Olivares, los fatuos del imperio donde no se ponía el sol, los fachas -con perdón de Ortega y Gasset- de la unidad de destino en lo universal, los pesebreros franquistas, y los coyotes de la luna de Simancas (yo ya me sé: «lapurrak»).
Me reconforta, lo confieso, ver a Pinto Ribeiro (1640) levantando en armas al pueblo luso. Cierto es que el apoyo de Inglaterra, Holanda y el más maquiavélico de todos, Richelieu, no se hicieron de rogar.
Portugal humilló al Imperio en la batalla de Elvas (1659), en Extremoz (1663), Montesclaros (1665)… Y Portugal tragó miserias, dictaduras, desprecios hispánicos… Pero hoy es un estado europeo; algo que para los Jaso, los Medrano; para los Pau Claris o los Casanova, no pasa de ser más que un sueño.
Fueron sesenta años los que Portugal soportó el imperio español, suficientes para hartarse de las veleidades, gravámenes, desprecios, despotismo, etc, etc, de España. ¿Qué diremos los que llevamos sometidos medio milenio?
El pueblo portugués, ocupado y humillado por las armas del Duque de Alba, puesto en pie, en armas, humilló al imperio y recobró su soberanía.
En 1640 reinaba Felipe IV, un dechado de lascivia y desenfreno. Gobernaba un inepto, el conde-duque de Olivares, y enfrente hervía una Europa hastiada de los hegemónicos Austrias… Dirigía toda esta orquesta el sagaz Richelieu. Eran otros tiempos. Portugal pudo aprovechar la debilidad del imperio y gracias a ello, como Estado soberano, hoy posee su lengua, su patrimonio, su cultura.
Hoy Nabarra -al igual que Cataluña- se ve condenada a ser poco más que una mera provincia del imperio, como pretendía el amigo Gamazo. Simplemente porque los hados nos fueron funestos en Noain. Simplemente porque perdemos las batallas -guerras carlistas-, porque nuestra capacidad militar fue aniquilada y hoy es inexistente. Simplemente por eso, porque no tenemos más armas que la palabra, o la resignación. Y porque con sólo los derechos difícilmente se recuperan soberanías. Y porque los pueblos sin armas difícilmente resuelven los pleitos con sus invasores, que para eso tienen sus magistrados y sus medios de difusión y sus intelectuales y sus policías y sus cárceles y sus sentencias y sus democracias y sus… Bueno, lo que queda es para nosotros.
En las laderas de Getze se nos dijo: «Ahora ya no sois ese pueblo que decís ser; ahora vuestra lengua oficial es el castellano y vuestra cultura y vuestra historia, la nuestra. Porque la fuerza de la ley la tiene siempre el vencedor…»
Y así fue. Nuestros derechos quedaron en sus manos, a expensas de la magnanimidad o del antojo del arrogante Austria de turno…
Pero las raíces de los pueblos son tenaces, difícilmente se extirpan, y aguardan a que la historia genere el humus mas propicio. Y entonces, casi sorpresivamente, surgen Lituanias, Chequias, Croacias…
Porque -insistamos una y mil veces- «Todos los pueblos tienen un derecho inalienable a la libertad absoluta, al ejercicio de su soberanía y a la integridad de su territorio nacional» -Resolución 1514 de la asamblea general de la O.N.U. de 1960-.
El pueblo de Euskalerría -por eso acudimos cada año a Noain- nunca ha renunciado a ese derecho.
Renunciar sería, como nabarros, la mayor vileza contra aquellos que derramaron su sangre en Noain. ¡Gora Nafarroa subiranoa!