En 2007 la conmemoración de la caída del Reino de Valencia abrió una etapa de recuerdos sobre las consecuencias de la Guerra de Sucesión y los tratados posteriores, que tanto influyen aún hoy en nuestro país. Es evidente que todas las miradas, aquí y fuera, están pendientes de 2014 cuando la conmemoración de la caída de Barcelona coincidirá con, esperamos así, el referéndum de la independencia. Este 2013 que acaba de empezar, sin embargo, tiene una conmemoración clave también marcada en el calendario: la separación de Gibraltar de la corona española. Será concretamente el 13 de julio cuando hará 300 años que el infame Felipe V firmó el Tratado de Utrecht, Del que una parte consistía en el reconocimiento de la soberanía británica sobre «la ciudad y el castillo de Gibraltar, junto con su puerto, las defensas y fortalezas». Desde entonces el Estado español no ha dejado de reclamar el cambio de estatuto político de Gibraltar. Lo que contrasta enormemente con su obsesión de negar el derecho que tenemos nosotros a cambiar nuestro estatuto político actual, que es fruto de la misma coyuntura histórica y los mismos pactos diplomáticos internacionales. Curiosamente ha sido recientemente cuando el Estado español ha estado más cerca de lograr sus objetivos. Gran Bretaña llegó a aceptar un acuerdo de cosoberanía, en 2002, según acaba de explicar en un libro Peter Hain, ministro laborista británico. Pero la intransigencia proverbial de José María Aznar hizo estrellarse finalmente el acuerdo y poco tiempo después los llanitos, alarmados por la posibilidad de volver a ser españoles, votaron en un referéndum no vinculante en contra de cualquier posibilidad de acercamiento. Gibraltar sigue siendo así un recordatorio de cómo se pintan los mapas y un cuestionamiento de las inmutables razones históricas que tanto gusta proclamar a los españoles. Porque si Gibraltar puede cambiar deberán convenir que nosotros también. Y al final, una cosa y otra, no tienen más remedio que aceptar que sólo dependerán de la democracia y la voluntad de los pueblos respectivos. Por cierto, no es una anécdota curiosa y basta, la playa de Gibraltar se llama Catalán Bay…