Hoy 3 de marzo de 2007 es preciso recordar, una vez más, la imborrable matanza de Gasteiz en 1976 de cinco trabajadores por disparos de la Policía Armada española: Romuáldo Barroso, Francisco Aznar, Pedro Mª Martínez Ocio, José Castillo y Bienvenido Pereda. Impulsada por el entonces ministro Manuel Fraga un fascista todavía vivo que preside, como agradecimiento, honoríficamente el PP, como si el crimen fuese un mérito.
El cantautor catalán Lluís Llach sobrecogido por la tristeza y el dolor, en un estado de enorme impotencia, aquella misma noche empieza a elaborar su homenaje poético cuando todavía suenan las «campanas a muerto».
El sentimiento incontenible de afecto por las victimas y repugnancia por sus asesinos de Llach se expresa en unas palabras, a ritmo de marcha fúnebre, emitidas con doloroso acento, en absoluta sinceridad espiritual y gramatical en una impresionante y rotunda exclamación de incontenible ira: «Assassins de raons i de vides que mai no tingueu repós en cap dels vostres dies i que en la mort us persegueixin les nostres memóries.» (Asesinos de razones y de vidas que nunca tengáis reposo en ninguno de vuestros días y que en la muerte os persigan nuestras memorias).
Una de las frases musicales más bellamente desgarradoras que ha concebido la poesía por la angustiosa descripción expresada en el prolongado gesto y su pasión fonética. Nunca, quizá, antes se habían oído sentimientos acusadores dichos con tanta contundencia como en este manifiesto contra la represión. La palabra, asesinos, asesinos, estremece y adquiere su autentico valor de denuncia de ámbito universal expresando el dolor de la razón humana frente a la matanza militar, al crimen de Estado. Y todavía hoy tienen total validez ante el vergonzoso encubrimiento del múltiple crimen.
Desde los múltiples aspectos para analizar la masacre, parece interesante resaltar por su especial relevancia espiritual el acto conmemorativo del pasado año. Con motivo del 30 aniversario se organizó en Gasteiz un cálido homenaje a los asesinados cuyo acto más representativo además de la manifestación previa, absurdamente agredida por la Ertzaintza, era el concierto del Propio Llach en el Araba Arena. Era un deber moral de elemental solidaridad asistir masivamente a tan emocionante y reivindicativo memorial. Y así fue. El pabellón se transformó en un templo de altísima espiritualidad que se expandió por el recinto.
Asimismo, el acto significó un gesto de reconocimiento a todas las víctimas del terrorismo gubernamental del Reino de España y admiración colectiva del pueblo vasco a quien desde Catalunya, como siempre, nos acercó un mensaje tan íntimo, sincero y emotivo. La decisión, valentía y solidaridad con los fallecidos tan afectiva como espontánea y expuestamente, ya entonces, los homenajeó Llach merecen ser recordadas y reconocidas para siempre.
El acto de homenaje en su versión de cantata fúnebre por sus especiales características emotivas y compositivas de enorme expresividad, de profunda evocación sentimental con la interpretación en la cuidad y en presencia de familiares y muchos testigos de los hechos adquirió un indescriptible valor espiritual. El fraseo desgarradamente pasional del autor abrazó sensitivamente las entrañas de todos los presentes. Asimismo, el concierto adquirió una enorme dimensión artística con el imprescindible acompañamiento coral, en esta ocasión del majestuoso Donostiako Orfeoia, y la orquesta Sinfonía Gasteiz con 70 jóvenes músicos bajo la precisa y entregada dirección de Enrique Ricci.
Plásticamente asumió unos notables valores simbólicos y representativos. Así, la disposición del escenario rectangular con un vértice en el centro permitía señalar, como figuración de la motivación inicial, una primera posición avanzada del autor y su piano; posteriormente, rodeándole sus habituales músicos colaboradores y la orquesta, y cerrando la plataforma las dos secciones del coro vestidas de riguroso negro. Las víctimas y familiares delante, como destacados destinatarios del homenaje musical. Detrás, de acuerdo a la arquitectura circular del pabellón, los miles de asistentes, el público, el pueblo, rodeando y respaldando a los protagonistas e intérpretes del memorable acto. El amplio espacio, como era previsible, se llenó de adhesión y devoción.
La emisión plenamente extrovertida y profundamente pasional del poeta escuchada en un rotundo silencio ante un entorno de tristeza colectiva y rebelión histórica, producía un inmenso eco, inaudible pero palpable, que repercutió y activó todos resortes emocionales de los partícipes en una completa confluencia de complicidades. Absolutamente atrapados sensorialmente, estimulados en la memoria y el corazón, recogimos una transfusión colectiva de emotividad que apelaba a la solidaridad con las víctimas y con quién las memoraba. La brillantísima interpretación del réquiem condujo a un final inconmensurable de arrebato colectivo, que con la repetición de la parte inicial, la que contiene la sentencia sentimental de Llach, introdujo una apoteosis plena y atrevida de exaltaciones, con una trágica felicidad expresiva que se evidenciaba indisimuladamente. Pocas veces se podrá salir de un auditorio con tanto dolor contenido, entusiasmo social y riqueza espiritual. Asimismo, resulta tan difícil como bello intentar pensar en todos los sentimientos que acompañaron y percibieron los familiares de los cinco mártires del trabajo en Euskal Herria.
Campanades a morts se convertirá, sin duda alguna, para disfrute de quienes hemos podido asistir o escuchen su grabación, en un bien cultural, en un patrimonio musical inmaterial, que deberá ser perpetuamente recordado para conocimiento de generaciones futuras. Un monumento sonoro.
Aprovecho la ocasión para proponer que por Euskal Herriko Unibertsitatea, al modo como universidades españolas han hecho con otros artistas y en concreto con Joan Manuel Serrat, Lluis Llach sea declarado Doctor Honoris Causa. Hay motivos más que suficientes para reconocer en este cantautor una antigua y leal actitud de comprensión y solidaridad del mundo intelectual catalán hacia Euskal Herria y todas sus referencias identitarias.
Desde esta tierra que no olvida y sabe reconocer a quienes honran su historia con la generosidad sentimental de un gesto para la humanidad, permanecerás siempre en nuestra memoria, ¡Moltes gracies, Lluís Llach, Eskerrik asko ¡