Por contraposición a una utopía, una distopía es una obra en la que se describe una sociedad opresiva y cerrada sobre sí misma, generalmente bajo el control de un poder autoritario, pero que es presentada a los ciudadanos de a pie como una utopía. La distopía es el peor de los mundos, la sumisión definitiva y absoluta, el sueño de todo gobernante hecho realidad, y será tanto más efectiva cuanto mayor grado de satisfacción produzca en el ciudadano. En la actual sociedad del consumo, y como deriva de los niveles de alienación consumista y de la expansión de un estado de conformismo social, la distopía al modelo de Arthur Blair (más conocido por el seudónimo de George Orwell) en 1984 deja la virtualidad literaria para recalar en la praxis de la historia cotidiana.
En la sociedad del conocimiento el acceso a la información resulta trascendente para alcanzar determinadas cotas de poder. La estratificación social, reflejada estéticamente en «la diferencia» de P. Bordieu, se construye a partir de la posesión del saber, de la tenencia de cultura en su sentido holístico, herramienta histórica de dominación social y económica. Pese a que el poder intente reflejar una ensoñación de libertad y de igualdad social al acceso a la información, y a que en realidad haya técnica y fácticamente una mayor posibilidad de acceso al saber a través de nuevos canales como Internet, la calidad de la información, como la buena leche, según rezaba el slogan lácteo-pascualiano, tiene un precio que no todos pueden pagarlo. La información mercantilizada se constituye en una de las bases fundamentales de la diferencia social y de la clasificación social en la postmodernidad. La buena información no es una cuestión democratizada, sino de apropiación autoritaria de la clase que controla el poder. Para quienes defienden la asepsia analítica les gustaría más que aquí utilizáramos el concepto elites dirigentes, pero éstas no dirigen sino que imponen, realmente ejecutan ambas cosas, y nos dejamos de juegos conceptuales sibilinos. La nueva plebe goza de libertad para usar la información dosificada que el poder distribuye a través de los canales públicos y privados que controla: agencias de información, empresas productoras de programas, emisoras de radio y televisión, prensa, portales informativos, agencias de control de medios o empresas de métrica de audiencias. El imaginario social de la propia existencia está construido desde fuera evocando una realidad, en los países desarrollados, de puro hedonismo social. También no es menos cierto que hay una parte de autocensura del libre pensamiento, de la crítica al poder que existiera antaño, de auto-complacencia en un mundo virtual que como si de un parque temático global se tratase nos crea seguridad y sumisión: en suma, el miedo a la libertad del que ya hablaba el filósofo y psicoanalista Erich Fromm. La nueva religión del consumo impone liturgias de sumisión al status quo.
Y en este orden de cosas, sigue subyaciendo el manido debate entre libertad y control. La libertad siempre es la elección óptima, pero siempre hay miedo a ejercerla y por lo tanto dejación del control. Éste se delega en manos del poder y esta práctica represiva del sistema se nos vende con sentido responsable frente a los desmanes de los perversos, subversivos, maniacos, radicales o outsiders que nos acechan (no de los que están en el poder). La cuestión no es más control, sino más libertad y educación para poder elegir desde el conocimiento entre todas las opciones existentes, aunque éstas nunca se nos presenten en su totalidad (censura del poder). Y ¡quién controla al controlador!; se mantiene «per seculam» la vieja pregunta trascendente. En el debate sobre la libertad y el control de la información, entre las posturas oficialistas subyace la vieja práctica maniquea del reduccionismo entre lo bueno y lo malo que ha tenido resultados tan perniciosos para la educación de las generaciones precedentes. En suma, se trata de conseguir el refrendo social en la idea de que siempre es mejor que un conjunto de sabios limiten la emisión libre de la información (los nuevos sabios son denominados ahora como expertos, para ello han sido masterizados previamente). Ello supone la propia esencia de la sociedad burguesa democrática: que otros decidan por la mayoría; que el sujeto de la masa social se conforme y felicite con la dominación de los más sabios (esto no es sino una reflotación de la idea del filósofo-rey aristotélico), lo que Noam Chomsky denomina y critica con el término de la «democracia de espectadores». Algunos pensamientos como el del asesor de los demócratas americanos R. Niebuhr, trascritos por el propio Chomsky en su obra Actos de agresión, reflejan claramente esta teoría: «la capacidad de razonar es una cualidad muy restringida. Sólo la tienen un reducido número de personas. La mayoría de las gentes se guía sólo por las emociones y los impulsos. Los que poseemos la capacidad de razonar debemos crear «ilusiones necesarias» y «simplificaciones excesivas» con capacidad emocional para que los bobos ingenuos no se aparten demasiado del camino que deben seguir».
La sociedad capitalista reinventa nuevas formas de dominación y de control de la clase dominante; hoy éstas se tornan subliminales, se proyecta desde los medias para penetrar a través de los sentidos, por las nuevas redes, como si penetrasen por nuestras propias venas hasta el cerebro. Nuevas pautas (des)ideológicas como el individualismo que mata la tradicional solidaridad de las clases desposeídas, hedonismo, nihilismo y desideologización, abandono progresivo del espacio público para el refugio en la seguridad del hogar, en la práctica del denominado Cocooning. Como ya apuntaba K. Marx, el capitalismo es capaz de reinventarse a sí mismo para superar sus crisis, y ello desde sus propias contradicciones, de ahí su perduración histórica.
Y en este «vivo sin vivir en mí» nos llegaron los Consejos: políticos, sociales, audiovisuales, económicos, escolares, de accionistas, de compromisarios para el Reyno de Navarra… y el peculiar del euskera que, como en Navarra no interesaba «consejo» alguno al respecto, nato y óbito se sucedieron en un mismo entremés. En las sociedades precedentes también había Consejos para el control social de ancianos, nobles, sacerdotes y curas (que no monjas), o simplemente de poderosos. Ahora los Consejos de expertos mediáticos están disfrazados de democracia y de buen hacer racionalista, pero analizando, controlando, diciendo lo que se debe (no)hacer, suplantando al fin la libertad de los modernos de Charles Taylor. En aras a la protección de los sujetos no formados y de los deformados, vemos lo que nos dejan ver en el formato que les interesa. La ya de por sí controlada información vuelve a ser evaluada por un grupo que no ha sido elegido en términos de democracia pura y directa por los ciudadanos. Hablar de control siempre es difícil, quizás sea más pertinente hablar de educación para elegir, pero sobre la totalidad de información, sobre las fuentes que existen y sobre las que el poder no deja brotar, no beber de los poderes mediáticos que la controlan y que nos sumen, a través de los consejos, en un nuevo sucedáneo de libertad, en el que seguimos siendo espectadores de la democracia, pero sin tan siquiera con derecho al zaping (de información y de representantes).
El fin de este artículo no es otro que provocar al lector a un ejercicio liberador de los miedos que las nuevas propagandas subliminales del poder nos suscitan, y que frente a la distopía que nos embarga existen aún utopías por (re)crear.
(1)Me he permitido titular el artículo 2060 plagiando el juego numérico que realizó G. Orwel para dar título a su obra 1984, trastocando las dos últimas cifras del año de su finalización 1948.