Es posible y, además, muy probable

Fue en la despedida de una conferencia que había ido a dar en Tribuna Abierta de Vilafranca en junio del 2011 cuando escuché por primera vez esta frase atribuida al cineasta Jean Cocteau: “Lo consiguieron porque no sabían que era imposible”. Hice mía  esta frase ingeniosa e irónica, y la fui repitiendo muchas veces hasta que me pareció que el país ya estaba convencido de que la independencia era un horizonte no sólo imaginable sino alcanzable.

Lo recuerdo ahora, próximos ya a las elecciones del próximo domingo, porque más que nunca la posibilidad de que se inicie la fase final de negociación para poder proclamar la independencia de Cataluña depende de la confianza que tengamos una mayoría de los catalanes en la posibilidad de conseguirla, más allá de si la deseamos. Lo sostengo hace meses en contra de los que piensan que el objetivo principal de todos los esfuerzos son unos hipotéticos indecisos que necesitarían, todavía, más argumentos para ver conveniente la independencia. Es decir, creo que la victoria sólo se conseguirá si los que quieren la independencia se sobreponen a las amenazas apocalípticas de los que son contrarios a ella, todas orientadas precisamente a minar esa confianza. Y, francamente, tratando de entender las estrategias de campaña de unos y otros, a menudo tengo la impresión de que el adversario nos conoce mejor que nosotros mismos.

Pero, ¿de qué depende esta confianza en la capacidad de lograr un objetivo tan ambicioso como la independencia? En primer lugar, hay que seguir destacando el valor del esfuerzo tenaz y constante de debate, reflexión y movilización hecho a ras de suelo, pueblo a pueblo, desde hace diez años, sin el cual el éxito de convocatoria de los últimos Onces de Septiembre no habría sido posible. En segundo lugar, es fundamental poner en valor la fortuna de disponer de unos liderazgos políticos excepcionales -Mas, Junqueras, Romeva…-, de gente excepcionalmente preparada y sin ningún miedo de asumir las consecuencias de su compromiso. Tercero, conviene desenmascarar la falsedad de la mayoría de amenazas que se reciben, pero también hay que admitir con honestidad los riesgos que habrá que superar. La natural y comprensible aversión al riesgo que todos sentimos no se supera negando los peligros, sino explicando cómo se hará frente a los mismos concretando cuáles serán las ventajas de superarlos. Y es esta clara conciencia de tener que superar el riesgo lo que a su vez dota el objetivo final de la épica necesaria para lograrlo.

Insisto en estas ideas porque algunas de las encuestas de opinión que se empeñan en buscar las debilidades del proceso -de hecho, la mayoría- ya hace tiempo, y ahora mismo, que señalan la distancia que hay entre los muchos que quieren la independencia y los pocos que creen que se conseguirá. Y siempre he pensado, dicho y repetido que esta era la principal discrepancia sobre la que había que trabajar. Es decir, que éste era el principal foco de indecisión, si es que se quiere decir así: la distancia que va de la conveniencia a la posibilidad. O sea, precisamente el sentido fundamental de la irónica frase de Cocteau que tanto he llegado a repetir, y que no es una invitación a la inconsciencia, sino a la confianza.

Últimamente también ha circulado una magnífica frase de Nelson Mandela, utilizada por el presidente Artur Mas: “Que sus decisiones respondan a sus esperanzas, no a sus miedos”. Me gusta porque empuja a hacer más caso del futuro que del pasado y a confiar en uno mismo. Pero aquí también ya tenemos el antecedente de la canción “D’un temps, d’un pais” (‘De un tiempo, de un país’) de Raimon, hace cincuenta años y en tiempos mucho más difíciles, que decía: “Canto las esperanzas, y lloro la poca fe”. Pues eso: que la poca fe no traicione las esperanzas, ni la tengamos que llorar.

ARA