“ETA no debería haber existido nunca”, afirma el lehendakari Urkullu. Naturalmente, la violencia siempre es ofensiva. Pero ETA no nació, en 1959, en medio de la nada, sino como respuesta a una dictadura violentísima, basada en la represión de las clases populares y en un nacionalismo español de aniquilación. ¿Es legítima una respuesta armada contra la tiranía? Se puede debatir, obviamente, pero lo que seguro que no tiene justificación es la opresión asesina de una dictadura como la del general Franco. El debate esencial, por tanto, es si la dictadura franquista fue legítima -y continúa siéndolo- o no.
El punto de vista mayoritario del nacionalismo español, desde el centro-derecha del PSOE hasta los ultras de Vox, es que la Transición, vía pacto y ley de amnistía, hace inmune el régimen de Falange. Por eso al policía torturador Melitón Manzanas, asesinado por ETA en 1968, le otorgaron en 2002 la Gran Cruz de la Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo. Y por eso mismo todos los recursos contra esta distinción han sido rechazados por el Tribunal Supremo -hasta tres veces- con el argumento de que Manzanas habría participado del nuevo régimen con la misma alegría que el resto de franquistas: “Personalidades con notable relevancia política del régimen anterior han prestado importantes servicios a la democracia”, sentenciaron los magistrados, asegurándose las medallas para sí mismos.
¿Fue legítimo oponerse al régimen franquista? Pues, desde el punto de vista del Estado español, no. De ahí que el presidente Companys continúe fusilado y bien fusilado y decenas de miles de personas lleven décadas bajo la curva de un camino o la tapia de un cementerio. Esta es la cuestión central, el resto se derivan de ella.
EL MÓN