Errejón y el silencio de la “nobleza de estado”

 

La “Noblesse d’État” es un libro del sociólogo Pierre Bourdieu, publicado en 1989. En esta obra, que entonces causó un gran escándalo, Bourdieu examinaba el funcionamiento de las instituciones donde se formaban, y se forman todavía hoy, las futuras élites de Francia –políticos, altos funcionarios o empresarios. Y demostraba que, en vez de ser verdaderos aparatos de movilidad social, servían sobre todo para mantener las estructuras de poder establecidas a base de crear lo que él llamó “nobleza de estado” moderna. Una nobleza no aristocrática, pero que funcionaba –y sigue funcionando hoy– con el espíritu de cuerpo: una clase compacta y unida que, más allá de las diferencias ideológicas, comparte valores, pero sobre todo comparte redes de influencia y privilegios.

Bourdieu revolucionó la sociología con el análisis de los mecanismos invisibles gracias a los cuales las clases dominantes mantienen el poder y perpetúan las desigualdades. Puso en circulación conceptos como “capital cultural”, “habitus”, “campo” o “violencia simbólica”, que nos permitieron a todos adquirir una comprensión más compleja de la sociedad en la que vivimos. De alguna manera, inauguró la crítica contemporánea de las élites políticas y sociales, que después ha tenido tantos buenos seguidores, especialmente en Francia –y destacaré de nuevo el geógrafo Christophe Guilluy (1) como mejor exponente actual.

Quizá sea por esto que ayer, mientras miraba por televisión la comparecencia de Yolanda Díaz en Madrid para hablar del caso Errejón, no podía quitarme de la cabeza aquella obra primigenia de Bourdieu. Es cierto que él la centró en la educación de las élites y la ilusión de la meritocracia, pero oyendo hablar a la dirigente de Sumar y vicepresidenta del gobierno español se me hacía demasiado difícil no dibujar un paralelismo entre sus palabras o su actitud y algunos de los conceptos fabricados por el sociólogo francés. Muy especialmente aquella idea que tenía de la política como un “cuerpo” aparte, aposentado en los privilegios que comparten quienes forman parte de ella.

Porque la realidad es que con las excepciones honorables a destacar, todos podemos constatar demasiado a menudo que muchos políticos comparten rápidamente un sentido de pertenencia que incluso los cambia personalmente y que puede explicar en buena parte la inmensa insensibilidad demostrada durante años por todos –por ellos como “cuerpo” o como “casta”– en el caso Errejón.

Entendámonos: esta gente comen juntos, viajan juntos, van a fiestas juntos, comparten confidencias y rumores, se alojan a menudo en los mismos hoteles, transitan por las mismas calles, se pasan los teléfonos, se envían whatsapps… Y llega un punto en que, sin darse cuenta, se encuentran inmersos en un círculo, forman parte del “cuerpo”, que vive al margen de la gente, que se mueve en una solidaridad básica entre ellos.

Porque, si no, ¿quién puede creerse que un personaje como Íñigo Errejón –que ahora nos lo presentan como una especie de monstruo desbocado, incapaz de controlarse– no hubiera llamado la atención de nadie en ningún momento? ¿Quién puede creer que este personaje nunca organizara ningún numerito público que llamara la atención ajena, de cualquiera de sus colegas?

Yolanda Díaz ayer se dedicó a sacudirse las responsabilidades cada vez que le preguntaban sobre informaciones y rumores, que se ve que llevaban años circulando por Madrid. Ella buscaba, y quería, que el caso Errejón, toda esa inmensa explosión de hipocresía y cinismo que refleja, se redujera a la obra anecdótica de un demente. O de un enfermo. Y, sobre todo, sobre todo, que no afectara a la credibilidad de su partido, de su gobierno y de la clase política.

Pero, ¿qué quieren que les diga? A mí me parece que todo este episodio es como la punta de un iceberg que sale a la superficie, otra más, enseñándonos que en el cuerpo político también las miserias son tan reales como en la vida del resto de nosotros. Sólo que allí se tapan hasta que la única realidad que queda –y eso permítanme que lo diga a la manera de Sartre– es la nauseabunda materialidad de las cosas.

(1) https://nabarralde.eus/es/christophe-guilluy-la-izquierda-propone-una-sociedad-egoista-y-esto-es-fantastico-para-el-neoliberalismo/

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