El premio Goncourt publica ‘Conquistadores’, relato del brutal derrumbe de los incas frente a Pizarro y un puñado de hombres
El escritor francés Eric Vuillard, que acaba de publicar en España su novela ‘Conquistadores’, sobre la conquista española de Perú y la caída del imperio inca, durante la entrevista mantenida este miercoles en Madrid. EFE/Javier Lizon
Año 1532. Francisco Pizarro cruza los Andes. Busca gloria y riquezas. Las encontrará. De manera impensable, conseguirá derribar el imperio inca. Un mundo nace, el de la colonización del mundo entero, del que somos herederos, y otro se derrumba boquiabierto. Un auge y una caída que retrata con pulso inapelable el escritor francés Éric Vuillard –premio Goncourt por La orden del día , sobre los años iniciales del Tercer Reich– en la novela épica Conquistadores (Tusquets), con el iletrado Pizarro, ex porquerizo, y el puñado de hombres con los que partió de Panamá en 1531 –entre ellos Diego de Almagro, con el que acabaría en guerra– y con los que destruiría la dinastía más poderosa del continente y subyugaría a un pueblo de seis millones de habitantes.
Vuillard (Lyon, 1968), creador de una narración histórica omnicomprensiva que igual que ilumina el marco histórico completo es capaz de penetrar en las motivaciones de sus protagonistas, comparar las acciones de estos con otros episodios de la Historia y desgranar las consecuencias económicas y políticas de sus decisiones hasta el día de hoy, se ha adentrado en la historia colonial del Congo o de la Indochina francesa. Pero todo comenzó con la española, porque la premiada Conquistadores apareció en 2009.
“Es un hilo que me preocupa. Porque tengo la sensación de que el colonialismo no ha terminado, en cierto modo lo que se abrió aquí en Cajamarca o antes en México con Hernán Cortés es una secuencia histórica que continúa, lo que hemos llamado globalización es otra palabra para el colonialismo. La prepotencia y la mano puesta sobre el mundo de una especie de Occidente global. Cuando vemos la situación del mundo, hay desigualdades espantosas que son un estricto reflejo del período colonial. África es el continente más pobre junto con América del Sur y gran parte de Asia y Oceanía, y Europa y EE.UU. y algunas de sus antiguas colonias como Australia dominan económicamente. Es una estructura tan obvia que casi nos olvidamos de verla y buscamos otras causas de las desigualdades que las que tenemos ante los ojos”, asegura el escritor en Madrid.
Y cuenta que eligió entre los conquistadores la historia de Pizarro (1478-1541) porque, tras la de México, la conquista del Perú fue “delegada a hombres más toscos, brutales, sin nada que perder, que aún no han triunfado allí donde se hacen riquezas colosales en poco tiempo. Una conquista despojada de los artefactos literarios de Cortés. Pizarro es un analfabeto, lo que se llamaba un bastardo, su madre es una sirvienta, y de su segundo, Almagro, no conocemos a su padre. Esa gente llegó en barco muy joven, generalmente sin herencia. Es como si de repente fuera el Lazarillo de Tormes quien se encontró vencedor”, razona.
Y observa que “hay en la conquista del Perú aún más que en la de México una desproporción general que refleja una desproporción a escala global. Tenemos 180 conquistadores que se encuentran ante una población numerosa y un imperio muy organizado con un terreno montañoso espectacular. Una desproporción de fuerzas asombrosa. Pero el resultado inmediato del ataque de Cajamarca es la muerte de entre 2.000 y 10.000 indios frente a solo un caballo y la mano de Pizarro levemente heridos. Una desproporción, en el sentido contrario, asombrosa. Pizarro es maquiavélico y, como en México, hay un enorme contraste entre las declaraciones religiosas, la gloria de Dios, y su verdadero objetivo, que es el oro, nada más. Un contraste que todavía existe hoy con la grandísima pobreza del Perú y la grandísima riqueza de Europa”.
Y asegura que fue esa división la que le llevó a escribir más “un cierto número de anécdotas”. “La primera que me llamó mucho la atención fue, después de la muerte del Inca, el momento en que sus esposas vinieron a buscarlo como si estuviera vivo, lo buscaron debajo de las sábanas, por todos lados. Se puede interpretar de dos maneras. La primera es la razón principal de la caída repentina, del colapso casi inmediato del imperio inca, la teocracia. Como lo toman por un dios, una vez que muere toda la estructura social colapsa. Es la principal explicación, incluso más allá de la viruela, de la evidente superioridad de las armas, de la falta de resistencia al principio, una especie de anestesia general del cuerpo social”.
“Y en segundo lugar este episodio adquiere un valor conmovedor ya que en cierto sentido su desorientación será una desorientación casi general de la gente, durante mucho tiempo, ante el poder occidental. Podemos pensar, en retrospectiva, que no sólo están de luto por el Inca, sino que en cierto modo están de luto por los 400 años venideros”.
Y, prosigue, “hay muchos pasajes que realmente me impactaron, como la inflación europea. Es la época en la que los conquistadores pagaban un par de zapatos con una moneda de oro sin pesarla. Y luego la inflación en España será terrible y se extenderá hasta la India. Un fenómeno que afectará a toda la humanidad muy rápidamente. A través de los tesoros, el mundo entero, la economía global, se verá afectada”.
Por último, concluye, “la historia que me dio ganas de escribir es la Batalla de Salinas, cuando se enfrentaron almagristas y pizarristas. Los cronistas dicen que los indios se sentaron en los cerros a mirar. Por un lado es una especie de venganza para ellos. Vinieron a matarlos allí, al fin del mundo, sólo quieren oro y luego se matan entre ellos. Esa gente es incomprensible. Se trata, pues, de una especie de venganza momentánea, poética. Pero en realidad la otra cara de este episodio, que me marcó, es que en el fondo es como si los indios se vieran repentinamente doblemente desposeídos. Ya ni siquiera pelean con ellos. No son más que espectadores de su propia historia”.
LA VANGUARDIA