Enredos y alternativas

Es muy cierto que todo esto del proceso hacia la independencia de Cataluña es un buen lío. Los críticos por sistema, los que hacen del desacuerdo su orden de vida, encuentran en todo ello un terreno muy fértil y no nos dejan de recordar la legalidad insalvable y los riesgos que implica esta maniobra política. Sin embargo, todas las alternativas, en la actual tesitura, son muy complicadas. El federalismo es impracticable, por falta de socios en el resto de España y porque si hay algo aparentemente incorregible es el nacionalismo español progresista y conservador -tanto da-, que sólo aceptará los hechos consumados, sin poder acudir a otra violencia que la legalidad, y siempre bajo la mirada de una Europa que por fin ha de honrar sus pilares pacifistas. Para los conservadores, la Constitución es como la frontera de Melilla. Por eso los intentos de nuestros moderados de hacer bajar a Rajoy de la mula intransigente con algún tipo de concesión -aunque fuera teatral-, se ven cada día abocados a un fracaso más patente, porque ni siquiera son capaces de levantar una tímida promesa o forzar un pequeño gesto. El problema, que a la larga reventará en otros frentes, es sobre todo la carencia de un relato político capaz de hacer un Estado para todos, dentro del cual -con o sin Cataluña- España se encontrará muy incómoda. Si España pierde Cataluña, no tendrá dónde atizar, y sólo le quedará la lucha intestina: una repetición -en clave no violenta: ¡ojalá!- de la historia de los años treinta del siglo pasado.

Mientras tanto, la izquierda catalanista que no se ha apuntado a la lista unitaria intenta una maniobra de desgaste bastante obvia y sin grandeza, mirando hacia su número 4, el presidente Mas, como aquel que busca el gusano en la manzana, ahora que se dan cuenta de que tal vez la cosecha de votos será muy jugosa. Hay quien sin embargo ya escribe las crónicas parlamentarias de la derrota de Juntos por el Sí, como si la pintura de un futuro a la oposición de esta alternativa ya contribuyera a hacerlo inexorable. Aunque esto se acabara dando -con el triunfo muy inverosímil de un frente unionista, un Juntos por el No construido entre izquierdas, derechas y Ciudadanos: todo postelectoral, a lo bruto- el problema tampoco sería gigantesco: tal vez incluso podría forzar al soberanismo sin reparos a una sana travesía por el desierto de la oposición, todo para terminar de constatar que las otras alternativas no tienen ningún tipo de futuro.

Cataluña no puede pasar cuatro años más esperando que alguien le dé un proyecto. El reformismo de los recién llegados (Podemos y sus franquicias) no puede ocultar que cualquier gran operación constitucional necesita de los conservadores, mientras los progresistas más asentados buscarán antes unirse con el sistema que el aventurarse en líos que no pueden controlar.

En el fondo, el relevo generacional tiene menos importancia que no la asunción madura de que toda “revolución” posible sólo puede pasar por romper con España desde un incierto unilateralismo. Que ahora una cierta izquierda nos recuerde el pujoliano “reformar España” no deja de ser una ironía que hace llorar a los ángeles. Todo el mundo sabe ya que irse puede tener sus costos, pero que estos son mucho menores que no quedarse y seguir pagando el precio de vivir en un Estado que tiene demasiados problemas.

Habría sido mejor que el debate hubiera contado con intelectuales dando buenas razones también para el federalismo, el constitucionalismo, además del independentismo, pero se ha reproducido a nivel intelectual el diálogo de sordos que la política no hacía más que fomentar. Si ha habido una opción que haya explicado y debatido qué quiere y por qué, sin embargo, ésta ha sido la independentista. Y por eso ha recibido más críticas, y feroces.

EL PUNT-AVUI