Hace unos días conocíamos que la Comisión Europea ha propuesto que la energía nuclear sea considerada como una “energía verde”. La propuesta para que salga adelante tendrá que ser aprobada en el Europarlamento y en el Consejo Europeo, y el proceso se prevé complicado. Con esta propuesta, la CE pretende que la industria nuclear reciba una financiación que de otra manera no lo conseguiría.
Llama poderosamente la atención que la energía nuclear, que ha sufrido en los últimos años un fuerte declive, sobre todo a raíz del desastre nuclear de Fukushima, salga a la palestra como la solución a los problemas energéticos.
Me parecía que este debate estaba ya zanjado, pero en los últimos tiempos la industria nuclear, con el apoyo de algunos gobiernos, el francés como punta de lanza –no hay que olvidar que Francia actualmente es el país más nuclearizado del mundo, con el 70% de su electricidad generada en las centrales nucleares de dicho país–, han vuelto a resucitar el debate sobre la energía nuclear.
La cumbre climática celebrada en Glasgow en la primera quincena de noviembre del pasado año fue uno de los primeros escenarios en que se presentó a esta energía como solución al cambio climático, sin duda, el mayor desafío que tiene actualmente la humanidad.
Posteriormente, con el encarecimiento de la energía y la creación de incertidumbres sobre la seguridad energética, debido sobre todo al suministro de gas natural, se han vuelto a plantear propuestas, entre ellas, la de su inclusión en la Taxonomía verde europea, que de conseguirlo sería poner a la energía nuclear al mismo nivel ecológico que las energías renovables, que son infinitamente más limpias, aunque también tengan algunos impactos. Como se suele decir “la mejor energía es la que no se consume”.
Los que nos opusimos a la central nuclear de Lemoiz asistimos en aquellos años a la declaración de la industria nuclear de que esta energía es “limpia, segura y barata”. Y ahora lo vuelven a hacer. Si hubiera coincidido con el día de los Santos Inocentes el pasado 28 de diciembre, bueno, una inocentada más, pero no es así, ni mucho menos.
Sin embargo, la energía nuclear no es barata, ni es nada rentable. En un reciente artículo del profesor de investigación del CSIC Fernando Valladares y de Eloy Sanz, profesor titular de la Universidad Rey Juan Carlos publicado en la revista Climática, venían a decir que “mientras las energías eólica y solar tienen un coste medio de entre 32 y 49 euros MW/h, la energía nuclear se sitúa en los 61-148 euros MW/h. Y mientras que la energía nuclear ha experimentado un aumento en sus costes, la energía solar ha disminuido su precio en un 85% y la eólica en un 50% en la última década. Como resultado, en 2020 se instaló en España una potencia renovable cinco veces superior a la suma de gas, carbón y nuclear”.
Hoy en día, es una realidad que la industria nuclear no podría seguir sin financiación pública y eso es lo que quiere conseguir Francia con la inclusión de la energía nuclear en la Taxonomía verde europea, que, entre otros efectos, de aprobarse, las energías renovables serían las grandes perjudicadas. No solo la energía eólica y la solar, sino también la investigación en otras renovables, como la energía marina, que aprovecha la energía de los océanos y de los mares por su gran potencial energético generado por las olas, las corrientes, y las mareas.
También se presenta a la energía nuclear como “limpia” y que no emite CO2, y, por tanto, puede ser una solución al cambio climático. Pero al afirmar esto, se miente de forma deliberada, y se evita decir que considerando todas las fases del ciclo nuclear que son, la minería del uranio, la fabricación y el enriquecimiento del combustible nuclear, la construcción de las centrales, la gestión de los residuos radiactivos, etcétera, la nuclear emite más CO2, principal causante del cambio climático, que cualquiera de las energías renovables.
Y que decir que la energía nuclear es segura. Aunque los accidentes nucleares graves son poco probables, su impacto es de una gran magnitud. Y para ello me remito a los accidentes de Chernóbil, ocurrido el 26 de abril de 1986, y al de Fukushima, el 11 de marzo de 2011.
Uno de los grandes problemas de las centrales nucleares es la generación de residuos radiactivos para los que todavía no se ha encontrado una solución satisfactoria, y cuyos niveles de radiactividad puede ser detectados miles y miles de años.
Los residuos radiactivos se clasifican en residuos de baja y media radiactividad que en el caso del Estado español se almacenan en el cementerio de El Cabril (Córdoba), y que proceden de hospitales, clínicas, otros centros sanitarios y de diversos materiales utilizados en las centrales nucleares. Por otra parte, están los de alta actividad, que están constituidos por el combustible gastado generado durante la reacción nuclear, para los cuales se almacenan en Almacenes Temporales Individualizados (ATI), en las propias centrales, o en Almacenes Temporales Centralizados, que en el caso de España no hay ninguno actualmente. El último que se barajó es en Villar de Cañas (Cuenca), pero del que no se hablado hace años para nada.
También se ha planteado el almacenamiento de los residuos radiactivos de alta actividad en formaciones geológicas profundas, pero dichas formaciones no pueden tener estabilidad durante miles y miles de años, porque durante ese largo tiempo pueden ocurrir movimientos de tierras, seísmos y terremotos.
Cabe calificar de auténtica falacia por parte de la industria nuclear y de los gobiernos que la apoyan, la consideración de que las centrales nucleares y sobre todo las nuevas, como los reactores de cuarta generación, de los que hablan tanto últimamente el presidente francés Macron y la industria nuclear francesa, de que los residuos radiactivos se pueden reutilizar. Otra vez, utilizando las fuentes de Fernando Valladares, el investigador del CSIC sostiene que “la capacidad mundial de reprocesamiento de combustible nuclear usado se estima actualmente en 5.600 toneladas/año, y las mayores instalaciones de reprocesamiento se encuentran en el Reino Unido (Sellafield, que cubre el 43% de la capacidad mundial), Francia (La Hague, 30%), Japón (Rokkasho, 14%), la Federación Rusa (Mayak, 7%), India (Tarapur y Kalpakkam, 5%) y China (LanZhou, 1%)”.
Para Fernando Valladares “Estados Unidos es un caso especialmente interesante, ya que, aunque es el mayor productor de residuos radiactivos, no dispone de ninguna instalación de este tipo. Sin embargo, aunque este procedimiento puede reducir el volumen de residuos nucleares, la cantidad global de residuos reprocesados es inferior a la mitad de lo que se produce anualmente y, además, no resuelve realmente la cuestión urgente de la eliminación de residuos a largo plazo”.
Por tanto, que la energía nuclear “es limpia, barata y segura”, nada de nada.
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