La confesión del comisario José Manuel Villarejo sobre la implicación del CNI en los atentados del 17-A de 2017 en Barcelona y en Cambrils es grave. No podemos estar seguros de que sea cierta o de que no lo sea. Todos los casos por los que este señor está encausado están cubiertos por un tejido de mentiras. Si Félix Sanz Roldán, el general en la reserva que entonces era jefe del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), no se querella contra Villarejo, entonces es que realmente algo huele a podrido, no en Dinamarca, sino en España. La acusación de Villarejo es contundente y no se va por las ramas: “Yo he seguido trabajando con el CNI hasta el último día. Trabajé con ellos para tratar de arreglar el lío del famoso atentado del imán de Ripoll, que al final fue un grave error del señor Sanz Roldán, que calculó mal las consecuencias de dar un pequeño susto a Catalunya”. ¡Patapam!
Desde que el centinela Marcelo advirtió a Hamlet del hedor danés en la explanada del palacio de Helsingør, sabemos que los Marcelos son muy necesarios para destapar los secretos escondidos de la política. Villarejo no es el Marcelo que descubría corruptelas y se las iba a contar al oído al príncipe. Él mismo es la expresión máxima de la corrupción dentro de las entrañas del Estado y de la desvergüenza. Es la carroña que también comienza a pudrirse en la Villa y Corte madrileña. Sanz Roldán fue nombrado jefe del CNI por la desaparecida Carme Chacón. Corría el año 2009 y el anterior director del espionaje español, Alberto Saiz, había dimitido el cargo. Después de cinco años de turbulencias y de pagar con favores el silencio de Bárbara Rey, la amante del rey emérito al que los servicios secretos han amenazado con todo tipo de trampas, Saiz salía por la puerta trasera. La ministra socialista definió a Sanz Roldán, su sustituto, como “un gran planificador y un extraordinario negociador”, que, además, tenía una experiencia internacional muy valiosa para tratar con los servicios de inteligencia extranjeros. Y también con los delincuentes, si se acaba demostrando la acusación de Villarejo.
Ahora que ya hemos entrado en la celebración del Año Fuster, me permito recordar uno de sus aforismos, que hoy serían twits originales, que hace referencia al poder. El ‘homenot’ (1) de Sueca era premonitorio: “No se hagan ilusiones: el poder cambia de manos, pero raramente vacila”. En España, el poder está en manos de la misma gente independientemente de quien mande. Aunque sonara la flauta y la comunista Yolanda Díaz se convirtiera en primera ministra, el poder no cambiaría de manos. Por el contrario, probablemente apretaría más el círculo y se convertiría en un elemento desestabilizador del gobierno. No tienen reparos. Son servicios secretos por esa razón. No dan explicaciones. La biografía del general Emilio Alonso Manglano recién publicado, ‘El jefe de los espías’ (Roca), es una buena fuente de información para determinar las raíces profundas del poder secreto en España, que ha tenido siempre una agenda política. La lucha contra el terrorismo ha servido para cometer barbaridades mayúsculas bajo el amparo de la ley, que se estira como un chicle, o bien se aprueba otra ‘de urgencia’ para cubrirse las espaldas. Con la excusa del antiterrorismo se ha enmascarado el objetivo de verdad: proteger a la monarquía y defender la unidad de España. Proteger el ‘deep state’ arraigado en la dictadura. No es necesario viajar a Chile para saber hasta qué punto los militares pueden condicionar la democracia una vez apartados del gobierno.
Si ya costó que el catalanismo entendiera cómo funcionaba el poder, el independentismo no lo entiende en modo alguno. Sólo le da miedo. En un debate en el ‘Opinacat’ de 8TV, tenía al lado a la dirigente de Esquerra Anna Simó. El presentador, el siempre bromista Carlos Fuentes, nos preguntó qué creíamos que podía hacer el Estado para detener el independentismo. Simón dijo, sin miramientos, que sacaría al ejército. Yo no me atrevería a afirmar algo así, porque me cuesta creer que en el contexto de la UE, Pedro Sánchez pudiera comportarse como Khassim-Jomart Tojayev, el presidente de Kazajistán, y ordenara disparar a matar contra los manifestantes. Pero pongamos que esto fuera así y que los porrazos del 1-O hubieran derivado en una matanza. ¿De qué modo calificaríamos este hecho? ¿Cómo consideraríamos a los perpetradores de la masacre? Todos estaríamos de acuerdo en que aquellos agentes y sus superiores, los poderosos, se comportaban como enemigos del pueblo. No hace falta darle más vueltas. Sólo los apocados, los adictos a los sofismos políticos que hacen pasar como verdad lo que es falso, pueden sostener aún ahora que Cataluña no tiene enemigos en España o incluso en Cataluña. Los tiene y muy activos. Ya veremos cómo acabará el serial que acaba de empezar con las declaraciones de Villarejo. Vete a saber si en este trajín no acabará salpicado alguien de los Mossos.
(1) Homenot: palabra catalana que hece referencia a ‘hombre zafio’. Josep Pla lo utilizó en sentido positivo como ‘hombre valioso o importante’, incluso ‘imprescindible’.
MIRALL