Encima de España

La opresión nacional continuada crea un marco mental hecho por los estados despersonalizadores que convierte en normal lo que no lo es. El Tratado de los Pirineos (1659), que desmigó Cataluña, y tres siglos largos de alienación han cavado una profunda zanja entre el norte y el sur, entre Cataluña Norte y el Principado, como se ha visto con el corte en el Pertús. La desorientación de los medios de comunicación -y de algunos manifestantes- ha sido monumental y no es, desgraciadamente, sólo cosa de ahora. La denominación geográfica ha comportado el uso absolutamente arbitrario de conceptos como catalán, francés o español, por lo que, para referirse a lo que sucedía en el Vallespir (el Pertús), se hablaba de la banda francesa y de la Jonquera abajo, de la parte catalana, como si la gente del Pertús y hasta Salses no fueran catalanes. Paradójicamente, muchos de los gendarmes eran catalanohablantes y se dirigían a los manifestantes en esta lengua, en contraste con la Policía Nacional y la Guardia Civil de la banda catalana, y mientras en Francia hablaban catalán, ¡en Cataluña lo hacían en español! Si Perpiñán está en Francia y no en Cataluña, en justa correspondencia Girona estará en España, dado que el Principado no tiene el monopolio de la catalanidad toponímica. Una mínima conciencia de unidad nacional, cultural y lingüística exige el uso adecuado de palabras y conceptos, porque no podemos aceptar como nuestras las ideas mentales de aquellos que nos oprimen.

La idea de los Países catalanes tiene ahora un peso menor en el independentismo catalán y en muchos de sus dirigentes y este vacío referencial nos debilita enormemente. Pero si la operación urnas fue posible, si el senador Francesc Calvet, alcalde del Soler, promovió manifiestos de miembros de la Asamblea Nacional o del Senado de París a favor de los presos y exiliados; si Claudi Ferrer, alcalde de Prats de Molló, medió en el Pertús, con lazo amarillo incluido; si Júlia Taurinyà preside la nueva delegación norcatalana del Consejo por la República, no es por la proximidad geográfica con el Principado o por un arrebato repentino de solidaridad internacionalista, sino porque los patriotas de Cataluña Norte que custodiaron las urnas, los dos alcaldes mencionados y Júlia son catalanes como nosotros. Produce un poco de angustia, a estas alturas, insistir tanto en estas obviedades, pero cuando leemos titulares de noticias como “los manifestantes se desplazan ahora hacia la parte catalana” algunos nos quedamos tan perplejos como desorientados, dado que el titular no tiene el mismo sentido para alguien de Perpinyà que para alguien de Figueres. Para muchos de los primeros, los del sur son, simplemente, españoles, ya que los catalanes son ellos, con la misma naturalidad que, desde el sur, se habla de franceses para referirse a los catalanes del norte. En fin, tan sencillo como sería borrar la frontera mental y hablar del Empordà o del Roselló o el Vallespir, sin caer en la trampa estatal establecida de referirnos, con total frivolidad, a Francia o España.

A menudo se olvidan cosas elementales, tales como que la mítica montaña del Canigó, tan presente en nuestra cultura popular, está el Conflent, donde hace décadas que se celebra la Universidad Catalana de Verano, en Prada, municipio donde está enterrado Pompeu Fabra, al igual que, justamente en el Pertús -en tierra catalana pero en el exilio-, reposa Rovira i Virgili. Desde el costumbrismo popular de Albert Saisset, hasta Joan-Lluís Lluís o Daniel Bezsonof, la literatura catalana sería otra cosa sin nombres tan sólidos como Josep Sebastià Pons, Edmond Brazès, Carles Tamaño, Gumersind Gomila, Jordi Pere Cerdà, Simona Gay, Jordi Carbonell, Pere Verdaguer o Renada Laura Portet, entre otros. Ni lo sería la pintura sin Jacint Rigau, ni la escultura sin Arístides Maillol y Gustau Violet, ni la ciencia sin Francesc Aragó, ni la música y la canción sin Jordi Barre, sin Pascal Comelade, Gerard Jacquet, Joan Pau Giné, Pere Figueras, Matíes Mazarico, Gisela Bellsolà o el grupo Blues de Picolat, con muchos otros, ni el conocimiento de la cocina catalana sin Eliana Thibaut i Comelade, ni el arte catalán sería el mismo sin la sombra de Ceret, ni…

Mientras convertimos a los catalanes en franceses y la tierra en Francia, hay quien en Cataluña Norte hace posible las escuelas catalanas Bressola y Arrels, o Radio Arrels, o los grupos castellers, y continúa la tarea en la Universidad de Alá Bailac-Ferrer, o el activismo permanente de Raimon Gual o Joan Becat, o el carácter precursor de Miquel Mayol, dando el paso del catalanismo folclórico al movimiento político de reivindicación nacional y tantas otras iniciativas. No es extraño que, francesizándolos desde el sur, haya catalanes de Perpinyà que digan, irónicamente como respuesta, que ellos viven en Cataluña, situada justo encima de España.

EL PUNT-AVUI