Paradójicamente, parece que cuanto más avanza y mejora el mundo, más aumenta el pesimismo general. No es nada estrictamente nuevo, porque el mayor prestigio de los pesimistas ante los optimistas viene de lejos. Colecciono testigos de ello, y uno de los más divertidos que tengo es aquella sentencia de Hipócrates en que, hace casi dos mil quinientos años, observaba con preocupación: “Los jóvenes de hoy no parecen tener ningún respeto por el pasado ni ninguna esperanza en el futuro”.
Hay estudios que muestran esta aparente contradicción comparando las expectativas de futuro de los ciudadanos de países más ricos con los de los países más pobres. Roger Liddle, a Social pesimismos (2008), observaba que a la pregunta sobre si se pensaba que al cabo de veinte años se viviría mejor, el 78% de los estonios decían que sí. En cambio, sólo estaban de acuerdo el 20% de los alemanes. Una explicación de sentido común -y por eso incierto-, diría que los que más tienen, más temen perder, y que los más pobres creen que sólo pueden mejorar.
El prestigio del pesimismo ya lo había señalado John Stuart Mill cuando en su autobiografía publicada en 1873 escribía: “He observado que quien es admirado por mucha gente como sabio no es el que mantiene la esperanza ante los que se desesperan, sino quien pierde la esperanza ante los que la conservan”. Y, aún más recientemente, Matt Ridley, autor del ensayo The rational optimist (2011), sentenciaba:” Si dices que el mundo ha estado mejorando, serás tratado de ingenuo e insensible. Si dices que seguirá mejorando, serás considerado un tonto rematado. Pero si dices que es inminente una catástrofe puede que te den un Premio Nobel”.
Pero este año se han publicado un par de libros optimistas -y, por tanto, muy valientes- en donde, con todo tipo de indicadores sociales, se explica por qué podemos confiar en el progreso de la humanidad. Uno, de Steven Pinker, ‘Enlightenment now’, en defensa de la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. El otro, ‘Factfulness’, de Hans Rosling, subtitulado así: ‘Diez razones sobre por qué estamos equivocados sobre cómo va el mundo, y por qué las cosas son mejores de lo que pensamos’. Y, ambos libros, cargados de buena información, parte de la cual se puede encontrar en la web www.ourworldindata.com, mantenido desde la Universidad de Oxford por un grupo de investigación independiente.
Las razones del triunfo del pesimismo ante la evidencia de los grandes progresos que hace la humanidad son diversas y complejas. La confusión entre crítica y catastrofismo; la insatisfacción que produce el bienestar o el uso del chantaje emocional, pueden ser algunas de las causas. Y, por supuesto, pensar que las noticias periodísticas nos proporcionan una visión equilibrada del mundo, aunque se sabe que sólo son noticia las malas noticias. Lo cierto es que lo que llamamos actualidad se limita a informar del mal funcionamiento de las instituciones o de los comportamientos excepcionales que, equivocados y desconfiados como somos, consideramos síntomas de alguna amenaza más profunda.
Que el mundo tiene grandes problemas es una evidencia imposible de enmascarar ni con los datos más positivos de que se disponga. Que la injusticia, la desigualdad y las amenazas a la libertad de expresión pasan períodos de retroceso, es indiscutible. Pero la cuestión no es negarlo, sino si tenemos una mirada bastante equilibrada sobre el estado general del mundo y, sobre todo, sobre cómo ha avanzado en los últimos cien o doscientos años. Y sí, tomadme por tonto, pero el progreso ha sido despampanante. Y lo que es mejor, lo seguirá siendo.
LA REPUBLICA.CAT