En la plaza de toros de la Maestranza, en Sevilla, el torero Morante de la Puebla sacó un pañuelo del bolsillo y le secó las lágrimas al toro, que ya agonizaba, tras media hora de banderillas. Para los que no sepan de qué va la cosa: una corrida de toros consiste en ir clavando cuchillos y espadas a un toro, hasta matarlo. Una vez muerto, si el torero lo ha hecho bien, le cortan las orejas y el rabo (al toro) y se las regalan al torero, supongo que en una bolsa, para que no gotee. Morante de la Puebla, que por cierto es seguidor de Vox, había conseguido, pues, meter un pañuelo en el bolsillo del ‘traje de luces’.
Como ya habrán oído decir alguna vez, los seguidores de esta fiesta de la muerte (entre ellos el rey Juan Carlos I y su hija Helena) consideran que el toro, cada vez que le meten tales pinchos, no sufre. Sostienen que, para él, es como una especie de agradable acupuntura, eso sí, que acaba con defunción. Alguna vez con defunción del torero, también es verdad, porque hay toros que, mira, a pesar del orgullo que sienten por morir en la plaza, a veces se cabrean y le clavan el cuerno al señor de los pantalones estrechos y la gorra en la cabeza. Pero son una minoría. La mayoría se ve que están muy contentos de morir de esa manera. (“Y el toro dijo al morir: siento dejar este mundo, sin probar pipas Facundo”).
¿Por qué le secó las lágrimas, pues, el torero? ¿Es porque entendió que aquellas lágrimas eran de sufrimiento? Si es así, ¿entendía, pues, que el toro sufría? Yo diría que no. Diría que el torero entendió que las lágrimas del toro eran de emoción. De ilusión por morir a sus manos. A manos de un torero toro, de Vox, que lleva un pañuelo por si acaso. ¿Quién no habría llorado de alegría y patriotismo muriendo a manos de Morante de la Puebla?
ARA