El tecnofeudalismo y la guerra

Occidente está en pie de guerra. El gobierno alemán trabaja en una aplicación que ayuda a la gente a localizar su bunker más cercano. En Suecia se publicó un panfleto de 32 páginas titulado ‘Si la crisis o la guerra llegan’ (1), y otro similar se ha descargado innumerables veces en Finlandia. Periódicos venerables publican escenarios de juegos de guerra en los que Rusia, con el apoyo de China, invade las islas árticas de Noruega.

En la Unión Europea, altos funcionarios sostienen que la clave para desbloquear el nivel crónicamente bajo de inversión de Europa es la industria armamentística. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla como de paso de apoderarse de Groenlandia y del canal de Panamá. Por si fuera poco, se acerca una tormenta sobre Taiwán, Filipinas y el mar de China Meridional.

Trump y sus adversarios políticos discrepan en casi todo. Pero en lo que sí están de acuerdo es que Estados Unidos está atrapado en lo que Graham Allison, de Harvard, llama la ‘trampa de Tucídides’: el destino de un poder hegemónico enfrentado a una potencia emergente, China. Mientras, Occidente corre el riesgo de caer en el ‘engaño de Edipo’: exacerbar una crisis con acciones destinadas a evitarla –al igual que Edipo, que acabó matando a Laios, su padre, sólo porque Laios tomó medidas duras destinadas a frustrar la profecía deléfica que hablaba de ser asesinado por su hijo–. Cualquiera de estas trampas podría desencadenar una guerra catastrófica.

Mientras tanto, estamos cada vez más dominados por el capital en la nube –una nueva forma de capital que consiste en máquinas conectadas en red que ejecutan algoritmos a los que entrenamos para que nos conozcan lo suficiente como para alterar lo que queremos y luego vendernos al margen del mercado real–. A diferencia de los motores diesel y los robots industriales, que son medios de producción manufacturados, el capital en la nube produce una enorme capacidad de modificar nuestro comportamiento, otorgando un poder sin precedentes a sus propietarios –nuestros dueños tecnofeudales–. Esto refuerza las trampas de Tucídides y Edipo de cuatro formas diferentes.

En primer lugar, especialmente cuando se añaden capacidades de inteligencia artificial, el capital en la nube reduce la dificultad para el despliegue de armas de destrucción masiva (selectivas). Enviar un enjambre de microdrones equipados con reconocimiento facial de inteligencia artificial para eliminar objetivos predeterminados de forma autónoma en zonas urbanas es mucho más barato que desplegar bombarderos pesados. También es más fácil para los presidentes y los primeros ministros reunir la convicción moral para dar esa orden. Por eso la capitalización de una empresa de capital intensivo en la nube como Palantir ha superado a la de un gigante como Lockheed Martin.

En segundo lugar, para obtener los máximos ingresos, el capital en la nube que alimenta nuestras redes sociales está optimizado para maximizar la participación, un objetivo que se logra más fácilmente si nos enfadamos, nos encendemos e insultamos unos a otros. El envenenamiento de los debates públicos que resulta de este modelo de negocio erosiona a las instituciones democráticas que hasta ahora tenían cierta capacidad para poner freno a nuestros políticos y generales más belicosos.

En tercer lugar, el capital en la nube ha debilitado Europa hasta el punto de que ya no puede desempeñar el papel moderador que tuvo durante la Guerra Fría. Esto es así porque la mayor parte del capital en la nube se concentra en Estados Unidos y China. Dado que las altas concentraciones de capital en la nube se han convertido en un requisito previo para un poder económico y político sustancial, Europa ha caído en una relativa irrelevancia.

En cuarto lugar, en China, el capital en la nube ha generado un verdadero desafío al cuasimonopolio estadounidense del sistema internacional de pagos, que históricamente ha dado a los gobiernos de Estados Unidos la libertad de sancionar a cualquier país o persona que quiera. Esto es mucho más significativo que cualquier animosidad dentro de Estados Unidos causada por la aparición de DeepSeek, la empresa china de IA, cuya oferta más reciente provocó pérdidas de 1 billón de dólares en los mercados bursátiles estadounidenses.

El principal reto que plantea China deriva de una profunda asimetría respecto a Estados Unidos que nada tiene que ver con la tecnología: Wall Street trata a Silicon Valley como un potencial usurpador de sus ingresos financieros, una pugna en la que puede contar con el apoyo de la Reserva Federal. Por el contrario, en China, el sector financiero, el banco central y las mayores empresas tecnológicas trabajan al unísono, dando lugar a un sistema de pagos digitales público-privado, sin fisuras y de uso gratuito que Occidente no puede igualar.

El sistema de pagos chino, aunque actualmente se parezca a una autopista refulgente y de varios carriles que pocos extranjeros utilizan, supone una seria amenaza a largo plazo para el monopolio mundial del sistema de pagos en dólares, ofreciendo al gobierno chino y a sus aliados un alivio ante el temor a las sanciones estadounidenses. En un ciclo interminable de realimentación negativa, esto alimenta el afán de Estados Unidos por ejercer una política de mano dura con China.

Se respira más la guerra que la paz estos días. Esto refleja no sólo la prominencia de las trampas estratégicas que comentábamos, sino también el auge del poder tecnofeudal, que nos está conduciendo hacia ellas.

Copyright Project Syndicate

(1) https://rib.msb.se/filer/pdf/30874.pdf

ARA