Isabel Mellén explica cómo se vivía la intimidad en los siglos XI y XII a través del arte de las iglesias
En las cornisas de la iglesia de San Pedro de Cervatos (Cantabria) hay imágenes de sexo explícito: se ven coitos, mujeres y hombres mostrando abiertamente sus genitales, madres pariendo, cuerpos femeninos desnudos… Un tipo de imágenes que serían mucho más abundantes en las iglesias románicas de todo el territorio peninsular de no ser porque durante los siglos XIX y XX parte del patrimonio fue destruido. “Es un tipo de imágenes que surgieron sobre todo en los siglos XI, XII y XIII y que pervivieron hasta que en los siglos XIX y XX fueron destruidas por culpa de la intransigencia religiosa y el tabú sexual”, asegura la historiadora y filósofa Isabel Mellén, recién publicado ‘El sexo en tiempos del románico’ (Crítica).
“La iglesia católica siempre ha perseguido controlar a la sociedad y fue implementando su discurso, pero su gran éxito alcanzó el siglo XIX cuando logró el control sobre la educación”, detalla Mellén. Entonces, muchas imágenes que se habían tolerado más o menos a lo largo de más de ocho siglos se destruyeron. “A veces fue el mismo clero, otras la población la que se dedicó a desfigurar algunas de las imágenes o eliminar falos y vulvas”, añade. Muchas veces esa censura se practicó con las restauraciones. “Hay extremos que hoy consideraríamos ridículos como la restauración que se hizo del tapiz de Bayeux del siglo XI, en el que se dibujaron unos calzoncillos para cubrir el pene de una de las figuras”, destaca la historiadora.
Otro caso paradigmático es el de la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa (Navarra), donde hay dos figuras que representan cuerpos femeninos. Originalmente, eran prácticamente iguales, pero ahora son bastante diferentes, porque una fue restaurada y la otra no. La imagen deteriorada muestra a una mujer con la cabeza muy alta, senos prominentes y las piernas abiertas exhibiendo su vulva. La mujer restaurada, en cambio, tiene los senos difuminados y la vulva ha desaparecido. La destrucción es visible, por ejemplo, en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Tuesta (Araba) donde, a martillazos, se desfiguró una de las piezas de los capiteles. Pese a los intentos de borrarlo, todavía se pueden intuir dos cuerpos entrelazados. En la misma iglesia existe una escena que representa lo que Mellén considera que era una guerra abierta entre dos poderes: la nobleza y la iglesia. En uno de los capiteles hay un clérigo con su hábito, un libro entre las manos, y actitud aquejada. Al lado, hay una pareja que se besa mientras el hombre coloca la mano en la entrepierna de ella.
El sexo y la guerra de poder
“Es una imagen que había sido catalogada como una muestra de pecado y lujuria, pero ésta no deja de ser una interpretación eclesiástica. Yo creo que representa de forma magistral las dos actitudes respecto al sexo que diferenciaban a estos dos estamentos medievales”, opina Mellén. El eclesiástico quiere exhibir su superioridad moral y política a través del celibato, la virginidad y la represión. Para el resto de la sociedad, el sexo era parte fundamental del poder político. “No era ningún tabú, sino que tenían la obligación de practicarlo todo lo que podían para perpetuar el linaje –explica la autora–. Es una lucha por el poder político. No debemos olvidar que quien pagaba las iglesias era la nobleza y, por tanto, muchas veces decidía cómo debían ser las imágenes”, añade.
En la literatura de la época existe cierta espontaneidad, humor y erotismo desacomplejado entre las clases nobles. Incluso hubo trovadores en el siglo XII. Sin embargo, como en el románico, lo que nos ha llegado de los trovadores son los restos de un naufragio, porque sus textos han pasado por unas manos que han decidido qué merecía la pena conservar y qué no. Habría mucha más obra. Es complicado saber qué pasaba dentro de los dormitorios hace más de 800 años. Uno de los problemas es que mucha parte de la documentación refleja el punto de vista de un grupo social concreto, la jerarquía eclesiástica y una mirada, la masculina. “Muchos textos, si han llegado, es porque encajan con la línea eclesiástica sobre la cuestión sexual, que es también quien ganó la batalla ideológica por el control de los cuerpos y los deseos. Y por eso debemos ir con cuidado con estas fuentes, porque su objetivo era mantener el poder territorial e imponerse a la nobleza. Para tener otras fuentes menos represivas debemos mirar la literatura”, detalla la autora.
Ni siquiera había un consenso entre los religiosos sobre el celibato. Mellén defiende que el sexo se vivía de forma lúdica y festiva, y que había tolerancia hacia las relaciones homosexuales porque todavía no estaban etiquetadas como pecado. Algunas imágenes muestran cómo las mujeres tenían un cierto poder y mostraban su anatomía de forma consciente y voluntaria, y no como un objeto pasivo de los deseos sexuales masculinos. También había cierta tolerancia con que las mujeres tuvieran amantes, siempre que no tuvieran hijos, pero todo esto fue cambiando. “El amor cortés, que había sido erótico y sexual, se fue idealizando y convirtiendo en platónico y espiritual a medida que las mujeres perdían poder”, dice Mellén.
ARA