Cuatro años largos después del 1-O y mucha represión de por medio, estoy convencido de que el mayor obstáculo para la independencia podría no ser tanto la división partidista como el clima de resentimiento que se va incubando en su interior, dentro y fuera de las organizaciones políticas. Que el independentismo sea plural en tácticas, estrategias y proyectos de país siempre he pensado que era una ventaja, en la medida en que la hacía más democrática. Pero ahora mismo el problema más grave podría ser el del tipo de relaciones que se van acumulando y que lo podrían acabar socavando hasta hacerlo extremadamente frágil.
La noción de resentimiento tiene un larguísimo recorrido filosófico, político e histórico que aquí apenas puedo ni apuntar. De Nietzsche a Scheler y hasta Girard -por decir sólo algunos grandes nombres- lo han estudiado a fondo y en distintos sentidos. El resentimiento como moral del esclavo, el resentimiento y la victimización, el resentimiento como revancha imaginaria, el resentimiento como creación de un enemigo para protegerse a sí mismo del sentimiento de culpa… Ferran Sáez se refería al mismo en “La gestión del resentimiento” (1 de septiembre de 2020) en estas mismas páginas, recordando que el nazismo también había nacido de la hábil gestión del resentimiento.
Aquí, sin embargo, me limitaré a entender el resentimiento como la emoción resultado de la necesidad de encontrar culpables a la frustración, en este caso provocada por el fracaso político inmediatamente posterior a la gran victoria democrática del 1-O de 2017. Más concretamente, hablo del sentimiento de frustración y hostilidad que nace de la impotencia para superar la derrota. Y aunque el resentimiento puede ser la base de un espíritu de revuelta, es a la vez una emoción destructiva.
En otros escritos, y más extensamente, he sugerido que el clic independentista fue el resultado de una inesperada reacción constructiva a la humillación sufrida en el fracaso de los objetivos de la reforma del Estatuto de 2006. También entonces se había apuntado el riesgo de una frustración colectiva, pero el caso es que en lugar de revolcarnos en el barro de la derrota estatutaria, se “plantó cara” como pedía Joan Solà, y se pasó página en positivo invitando a hacer un país más radicalmente democrático, próspero y justo. Con muy poco margen para el resentimiento. Y eso sí sumó muchos nuevos independentistas. Ahora, sin embargo, hay quien achaca toda la culpa de la derrota al mismo independentismo, y en lugar de una voluntad de liberación, se extiende como una mancha de aceite el rencor entre los propios independentistas. Las redes hacen mucho, sí, sin embargo, no hace falta ni decirlo, con la ayuda calculada de los verdaderos enemigos del país. Y el resentimiento se va haciendo mayor, en la medida en que -para expresarlo como Jordi Cuixart- el independentismo no sabe convertir el poder de la calle en fuerza.
Marc Ferro en ‘Le ressentiment dans l’histoire’ (2007) observa que el resentimiento ha sido la matriz de las ideologías contestatarias, tanto de derechas como de izquierdas. Ahora bien, las frustraciones que nacen de las promesas incumplidas, las desilusiones o las heridas infligidas, dice Ferro, provocan una ira impotente que, si bien les da consistencia, hace que el resentimiento sea estéril en resultados. Además, señala que la historia muestra que a menudo se produce una “reciprocidad de resentimientos”, situación que también podría ilustrar el conflicto entre Cataluña y España, y la crónica incapacidad para resolverlo.
Mi opinión es que urge evitar el crecimiento de la espiral interna del resentimiento. Hay que salir del victimismo que vuelve a enseñar las orejas, como ya había hecho tantos años para justificar la impotencia autonomista. Es necesario dejar de hacerse mala sangre buscando culpables y volver a imaginar futuros. Marc Ferro no es optimista y cree que en la actualidad las desilusiones han relevado a las grandes esperanzas, y que esto augura la multiplicación futura de focos de resentimiento en todo el mundo. No sé si será así a nivel global, pero es de esto de lo que hay que huir aquí y ahora para volver a la lucha por las grandes esperanzas.
ARA