El rescate del ‘Endurance’, y el nuestro

Salvador Cardús

Si no he perdido la cuenta, es la tercera vez que hablo de Ernest Shackleton. Ahora lo hago aprovechando que han encontrado el barco en el que naufragó en 1915, el Endurance, a tres mil metros de profundidad en el mar de Weddell, en la Antártida. La primera vez fue en el Avui («Al inicio de la expedición», el 17 de octubre de 2008). Había estado en una reunión del Premio de Honor Lluís Carulla, y la oceanógrafa Josefina Castellví explicó el caso de Shackleton. Y buscando más información encontré el anuncio que se había publicado en ‘Times’ para encontrar tripulación: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo, frío intenso, largos meses de oscuridad completa, peligro constante, retorno seguro dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito». ¡Lo interesante era que, a pesar de las advertencias, ¡se presentaron 5.000 candidatos para una tripulación de 28 personas!

En 2008 tenía la evidencia de que ya habíamos iniciado el camino hacia la independencia. En el Avui escribía que se había acabado la etapa de resistencia, de supervivencia sin destino, también muy dura pero psicológicamente suficientemente cálida. Y ahora —recordando el anuncio de Shackleton— empezaba mucho más tiempo con horizonte, pero radicalmente incierto. Empezaba la expedición, o cómo se acabó diciendo, el «proceso». Al cabo de cuatro años, el 27 de noviembre de 2012 y después de las elecciones de dos días antes, volvía a hacer referencia a «Baño de realidad», en el Ara. Aún tenía fresca la experiencia de unos días antes, en el acto de fin de campaña de Artur Mas, donde Josep Rull me había pedido una intervención «de alguien de fuera», y en la que recordé las difíciles condiciones del viaje de Shackleton.

El resultado de esas elecciones no había sido bueno para Artur Mas, pese a su victoria. Pero lo era —sobre el papel— para el independentismo. Había habido una buena participación del 70 por ciento, se llegaba a los 87 diputados soberanistas, y teníamos 107 que entonces eran favorables al referéndum: CiU, ERC, ICV, CUP y PSC. También fue el inicio del estallido del mapa electoral y los cambios de posición correspondientes, mucho menos previsibles. Pero, en mi valoración de aquellos resultados, aunque reconocía que no eran un buen punto de partida para la expedición, consideraba que habían sido un baño de realidad necesario que permitía anticipar dificultades futuras.

Y bueno: como en el caso de aquella expedición en la que naufragaron a menos de 185 kilómetros del polo Sur, nosotros también acabamos naufragando pocos días después del 1-O. Sin embargo, los 28 miembros del Endurance salvaron la piel gracias al liderazgo de Shackleton y la pericia del capitán Frank Worsley, después de estar 22 meses esperando en la isla desierta Elefante, donde montaron un campamento sobre el hielo, mientras Shackleton y Worsley remaban para hacer 1.300 kilómetros para pedir ayuda. El hecho de que cien años después todavía hace famoso a Shackleton por su don de liderazgo, fue calificado como «glorioso fracaso».

No obstante, a nuestro «glorioso fracaso» del 1-O, sin embargo, parece que le fallaron los liderazgos. También es cierto que el hielo español se expresó con una animadversión y contundencia del que carecía el hielo de la Antártida. Y, en cualquier caso, lo que no sabemos es si la tripulación aguantará los meses necesarios para que alguien la venga a rescatar. Además, hay que observar -si todavía se me permite estirar un poco más la alegoría- que han tenido que pasar 100 años para encontrar el barco y que lo ha hecho una tripulación de 100 miembros, ayudados con aparatos de alta tecnología y un presupuesto aportado por un donante anónimo de 10 millones de dólares.

La alegoría de la aventura del Endurance—’resistencia’, en inglés—, sin embargo, nos recuerda algunas cosas importantes. La primera de todas, que sí sabíamos que la travesía era peligrosa y muy arriesgada. Ahora se frivoliza haciendo creer que fuimos un grupo de insensatos, de ingenuos con el lirio en la mano. No: sabíamos —y nos lo dijimos con claridad— que el éxito era no sólo incierto, sino incluso improbable. Lo segundo a recordar es que, a pesar de saberlo, quienes nos apuntamos a la expedición más difícil a la que ningún pueblo puede aspirar, su emancipación, fuimos más de los que pocos años antes podíamos haber imaginado. En tercer lugar, sabemos que los liderazgos no estaban listos para afrontar las dificultades. No es que «no hubiera nada preparado» —algo falso—, sino que la puesta en marcha de las estructuras previstas no era posible sin la ruptura previa con el Estado, y para eso no teníamos ni brújula ni sextante ni teodolito. En cuarto lugar, no conozco con detalle cómo fueron los 22 meses de espera en la isla Elefante de esa tripulación que esperaba ser rescatada. No creo que les fuera mucho mejor de cómo nos va a nosotros la actual acampada en el hielo del «mientras tanto».

Y quinta y última consideración: mientras todavía no hemos rescatado a los tripulantes de nuestra expedición, a la espera de nuevos liderazgos capaces de hacerlo, en los que haya que confiar es que no tengan que pasar 100 años para encontrar los restos de todo el asunto.

EL TEMPS

Publicado el 21 de marzo de 2022

Nº. 1971