El presupuesto de Cultura y la demagogia

El tema de la bajísima inversión en cultura que hace Cataluña -la de España es descaradamente miserable- en comparación con la media europea es un tema recurrente que Isona Passola, presidenta de la Academia del Cine Catalán, expone cada año en la ceremonia de entrega de los Premios Gaudí. Este año lo ha vuelto a hacer. En su discurso, Passola se lamentó de el estado agónico en que se encuentran todos los sectores culturales de nuestro país, entre los cuales el cine, y de la fuga constante de talentos. Es la vieja historia: la gente busca trabajo y va a parar donde lo encuentra. Y en Cataluña, culturalmente hablando, no lo hay, y el que hay está tan mal pagada que es casi como si no lo hubiera.

Detener la fuga de talentos es más importante de lo que parece. En términos futbolísticos, para hacerlo sencillo, es como si el Barça sembrara talento en la Masía y la cosecha, sin coste, la hicieran los otros clubes. Durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania, Austria, Polonia, Hungría… perdieron un montón de cineastas y músicos de grandísimo talento que, huyendo del régimen nazi, emigraron a Estados Unidos y enriquecieron el cine norteamericano. Este fue el caso de Fritz Lang, Billy Wilder, Douglas Sirk, Henry Koster, William Dieterle, Robert Siodmak, Miklós Rózsa, Franz Waxman o Bronislaw Kaper, por ejemplo. Deberíamos ser cuidadosos en esto, y valorar también la gente que, a pesar de la penuria, todavía está aquí. Hoy, producir cine en Cataluña se parece más a un sueño que a un proyecto. De nosotros depende que no se convierta en una quimera.

Isona Passola, en el discurso, agradeció que en adelante el presupuesto catalán de Cultura deje de ser de un 0,65% y pase a representar el 1,1% de las cuentas de la Generalitat. “Pero no es suficiente”, dijo. El sector cultural pide el 2%. El caso de España, como digo, ya es escandalosamente vergonzoso. España invierte en Cultura sólo -¡sólo!- un 0,20%. Esto explica muchas cosas, ¿verdad? Pues sí. Es decir, España destina al año unos miserables 17 euros por habitante, y Cataluña destina 30. Pero es que la media europea es de 350 euros. Esta es la situación.

Dicho esto, es obvio que la reivindicación de todos los sectores culturales de Cataluña es una reivindicación justa y necesaria, y más que necesaria, vital. Ésta, sin embargo -y no lo digo por Isona Passola, que es independentista, sino para los españolistas de PSOE, Podemos y comunes-, es una reivindicación que contiene un error de base, que es que, intentando denunciar una realidad, esconde el marco que la posibilita, y el marco nos dice que Cataluña no es un Estado. Tienen mucha cara que quienes no quieren una Cataluña Estado la comparen siempre con otros estados cuando les interesa atacar a su gobierno y sus migajas presupuestarias. Cataluña, a diferencia de Alemania, Francia, Dinamarca o los Países Bajos, no es un Estado. Repitámoslo: no es un Estado. Pero no sólo eso. Todavía hay algo más grave, y es que Cataluña es un país expoliado por el Estado español, un país que ve como un ‘espanyaportes’ (*) le arrebata una buena parte de los recursos que genera la vez que intenta dinamitar el más mínimo atisbo de prosperidad. Tendría gracia que, si Cataluña se quedara buena parte de los recursos que genera Dinamarca, los daneses se sublevaran contra sí mismos en vez de hacerlo contra Cataluña.

Basta, por tanto, de demagogia en esta cuestión. Para poder comparar a Cataluña con los estados europeos, primero hay que convertirla en un Estado. Será entonces, cuando sea un Estado, que podamos alabar o criticar el grueso de nuestros presupuestos en cultura, sanidad, educación, asuntos sociales, medio ambiente, etc. El resto, como digo, es demagogia barata. Es como criticar la mala carrera de un corredor con una pierna atada en comparación con sus compañeros libres. No ser libre es un problema, un gravísimo problema, y ningún problema puede ser solucionado si los que lo padecen rehúsan ir hasta la raíz. Quedarse en la superficie, detenerse en sus consecuencias, indica falta de voluntad o incapacidad para salir del callejón sin salida. Es un ejercicio tan estúpido como indignarse por los daños causados por una fuga de agua negándose a cerrar la llave de paso. Del mismo modo que la persona cautiva no puede ser nunca comparada con la persona libre, tampoco una colectividad cautiva puede ser comparada nunca con las colectividades que gozan de libertad. En otras palabras: si quieres compararte con un Estado, comienza por ser un Estado.

(*) Desvalijador. Del verbo catalán ‘espanyar’, desvalijar o romper el paño de una puerta con ánimo de robar. Juego de palabras intraducible al español. Explicación proporcionada por Víctor Alexandre, autor del artículo.

EL MÓN