En el llamado Prado de la Cera de la Rotxapea pamplonesa durante casi dos siglos se procedía a blanquear la cera virgen recogida de los panales, dejándola dispuesta para la fabricación de velas y cirios o para otros usos diversos.
Recogiendo la cera una vez blanqueada. 1934 Foto: R. Bozano AMP
La cera es una secreción producida por las abejas, especialmente las obreras jóvenes, con objeto no solo de eliminar un exceso de alimento y de calor, sino también, para fabricar sus panales. El líquido que sale de su abdomen al contacto con el aire más frío, se solidifica en delgadas laminas que adoptando una forma pentagonal sirve para la típica conformación de los panales. Inicialmente la cera, formada por ácido cerático y maricina, es de color blanco, pero al contacto con la miel y los restos polínicos transportados por las abejas en sus patas toma una coloración oscuro amarillenta. Es precisamente esa coloración producida por las partículas añadidas la que hace que su combustión sea después más dificultosa. De ahí la importancia de su blanqueo posterior para, por ejemplo, poder hacer velas o cirios, uno de los principales usos de la misma. La ciencia de la apicultura, la domesticación de las abejas con objeto de obtener la miel para su consumo dadas sus grandes cualidades nutritivas y medicinales ha sido mundialmente generalizada, incluyendo por tanto nuestra cultura. Y hasta no hace demasiadas décadas la forma de recoger la miel de las celdillas era prensar el propio panal con lo cual el producto residual era un bloque de cera natural. Estos bloques de cera estaban muy cotizados en los mercados por sus múltiples aplicaciones, no solo para hacer velas y cirios sino también para la elaboración de jabones, barnices, enceradores de muebles y tarimas, cosmética y en medicina en la elaboración de diversas pomadas y ungüentos. Hoy en día nos resulta un poco difícil comprender la importancia que ha tenido a lo largo de los siglos la transformación de la cera para la elaboración de velas y su uso generalizado no solo en la iluminación de estancias y viviendas sino formando parte de los ritos y costumbres asociados a la religión, en nuestro medio fundamentalmente al cristianismo.
Viuda pirenaica con la cerilla en un cestillo
Por ejemplo, su uso era amplio en los ritos funerarios vascos y pirenaicos, con las típicas argizaiolak, argizariak y fuesas. Eran, de esta forma, hasta no hace demasiados años un objeto de gran consumo en cualquier familia. Así, es sabido que en las primeras décadas del siglo XX tan solo en Pamplona, con una población alrededor de treinta mil personas, había hasta 48 fabricantes de velas. Con la llegada de la electricidad las cosas cambiaron mucho pero también es cierto que hasta no hace demasiados años los cortes en el suministro eran frecuentes y no faltaba en cada casa un buen stock de velas para las eventualidades. También la participación en ritos religiosos, misas, funerales, procesiones era infinitamente mayor en aquellos años y quizás especialmente en una sociedad tan religiosa como la nuestra. Hoy día además de la menor demanda, en la moderna apicultura se utilizan panales prefabricados con lo cual la abeja no tiene que construirlos y se dedica en exclusiva a la producción de miel. La producción de cera natural es, pues, casi testimonial.
En Navarra la explotación de las abejas no ha constituido casi nunca una actividad que proporcionase un sustento completo a una familia y casi siempre ha sido tan solo una pequeña ayuda a la, muchas veces, precaria economía familiar. Y tampoco la propia producción de velas ha constituido un oficio exclusivo del que poder subsistir. Por eso, los cereros casi siempre estaban asociados a otra actividad paralela, aunque compartiendo algunos instrumentos u objetos de trabajo. De esta forma en general en Castilla el trabajo de cerero recaía en los boticarios. Sin embargo, en todo el País Vasco han sido casi siempre los confiteros los encargados de elaborar los productos cereros. Cera y miel, productos ambos procedentes de las abejas, han seguido unidos por los mismos artesanos en la elaboración de sus productos. Nombres como Yarnoz, Donezar o Etxegarai son algunos de los más conocidos cereros confiteros de Iruñea, aunque, como hemos dicho, había muchos más.
La entrada en la calle Errotazar de la Rotxapea. foto Urabayen 1928. Fondo UPNA
En ese contexto, la pequeña historia de la industria de la cera en Iruñea va unida a la existencia de la Hermandad de Cereros y Confiteros de Pamplona. Esta antiquísima cofradía ya existía en el siglo XIV y en el archivo municipal, se guardan las ordenanzas de la misma de 1568 y otras modificadas de 1716. Su patrona era Nuestra Señora de la Natividad, representada por una imagen que estaba en un altar de la capilla de Hospital Civil, hoy Museo de Navarra. En la actualidad la figura se encuentra en el despacho de juntas de la Hermandad de la Pasión en su sede de la calle Dormitaleria. En 1759 la cofradía decidió adquirir terrenos para establecer un lugar donde blanquear la cera y al año siguiente compró un terreno en la Rotxapea, en concreto en el camino de Errotazar, terreno limitado al norte por el camino de Enamorados. La finca contaba aproximadamente con casi diez robadas de superficie.
La piedra con la inscripción que presidía la entrada. foto R. Bozano 1934 AMP
En la entrada de aquel prado, encima de la puerta se puso una piedra labrada con la inscripción: “ESTE BLANQUEADOR DE CERA SE IZO A COSTA DE LA HERMANDAD DE LOS CEREROS. AÑO DE 1760”
La forma tradicional de blanquear la cera es por medio de la luz del sol y un grado de humedad elevado. La luz solar oxida y destruye la materia colorante en la capa más externa de la cera. Por eso es necesario darle al bloque gran superficie, haciendo cintas o placas con la misma, cintas que era necesario además rociar con agua durante el proceso. Hay quien pensaba que el sol y el aire de Pamplona poseía unas propiedades especiales para el blanqueo de la cera, cosa cuando menos dudosa, pero lo cierto es que durante mas de doscientos años de la cera blanqueada en ese prado se vendieron miles de toneladas tanto en el estado español como en el extranjero. Inicialmente se suministraba cera a Navarra, Aragón y Castilla pero con los años la producción creció de tal forma, 120 toneladas anuales, que se exportaba por toda Europa, Liverpool, Hamburgo. Viena, Budapest, Moscú e incluso Tokio eran destinos habituales.
La materia prima llegaba en forma de grandes panes de cera bruta, de color amarillo oscuro, procedente de los apicultores de la zona. La primera labor era fundirla para lo cual se calentaba al vapor en grandes ollas de cobre. La cera funde a relativamente baja temperatura, unos 64 grados y a cada proceso de fundido se le llamaba “cubada”. Una vez fundida se filtraba para eliminar impurezas y se vertía en un recipiente con agua en donde solidificaba en forma de rizos o fideos. Mediante el “baste” se llevaba la cera al prado para blanquearla al sol. El baste era una pieza de madera rectangular, aproximadamente de 0,8 por 2 metros, dividida en tres partes. La parte central hueca era donde el operario se colocaba para sujetarla y transportarla. La cera rizada se colocaba en ambos extremos del baste en sendos «peines»o planchas enrejadas de madera. Una vez transcurrido el tiempo en que la cera expuesta al sol, había blanqueado de un lado había que darle la vuelta para blanquear el otro lado. Al principio el prado era de hierba y estaba dividido en parcelas, separados por bastidores de madera. Con los años los prados se fueron enlosando con piedra, segmentados en grandes “cuadros”. Ocasionalmente y si no se conseguía un blanqueo perfecto había que volver a refundirla añadiendo un producto blanqueador y repetir el posterior proceso de la exposición al sol. Una vez que las cintas estaban completamente blancas se refundían para después obtener granos, fideos o escamas que es como el producto se remitía a los consumidores. Si el destino era lejano se solidificaba la cera y prensaba en grandes planchas para su fácil transporte. La campaña de trabajo duraba de abril a octubre, lógicamente los meses más soleados. El resto del año se dedicaba a la facturación y reparto de la cera blanqueada.
Los hornos con los recipientes de cobre para el fundido. R. Bozano AMP
La cera se empleaba no solo para hacer velas, otras salidas habituales eran para elaborar cables eléctricos y también, como ya se ha comentado, en cosmética. Famosos institutos de belleza elaboraban carísimas y apreciadas ceras. Desconozco la razón, pero era frecuente que algunos de los trabajadores del prado de la Cera, compartieran labor en el matadero municipal de cerdos, eran los llamados matalechones, entre los que eran famosos algunos nombres como el señor Nemesio o Pantaleón. Muchas veces eran varios miembros de una misma familia los encargados de las labores, como ocurría con los Osés Recio o con los Etxegarai.
En el propio Prado de la Cera existía también un obrador en donde se elaboraban pastas, turrones, polvorones y velas o cirios por la familia Etxegarai que luego vendían en su ultramarinos de la calle Santo Domingo. Los Etxegarai fueron los últimos blanqueadores de cera en el prado rotxapeano, que estuvo activo hasta el comienzo de la sexta década del siglo XX. Al cierre, Antonio Etxegarai siguió su labor como confitero hasta su jubilación en un conocido establecimiento de Pamplona que aun está en plena actividad.
En 1969 se derribaron las instalaciones del prado con objeto de construir viviendas. La plaza que queda entre los bloques de viviendas se denomina, desde entonces, Plaza del Prado de la Cera.
Colocando la cera en los bastes. R. Bozano 1934 AMP
Extendiendo la cera al sol en las eras, mediante el baste. R. Bozano 1934 AMP
Gran prensa para realizar planchas para su transporte. R. Bozano AMP
Cargando los bastes Foto R. Bozano AMP
Fuentes: Arazuri J.J. (1979) Pamplona calles y barrios III
Armendariz J. (1998) La cerería en Puente la Reina. Cuadernos de Etn.Etnologia 30
Testimonios personales de la familia Etxegarai
http://ondaregia.com/el-prado-de-la-cera-el-blanqueo-de-la-cera-en-irunea-2/