El papel de la CUP

¿Manos a la obra?

JAUME RENYER

Fil a l’agulla ?

La lectura del documento elaborado por la dirección de la CUP sobre las bases para un acuerdo político de futuro titulado “Hilo a la aguja (‘manos a la obra’): tejiendo independencia, urdiendo justicia social, recosiendo democracias”, fechado el pasado 9 de noviembre es un punto de partida imprescindible para entender el comportamiento post 27-S de esa formación.

En primer lugar, significativamente, el título -y el estilo- adoptado se parece mucho a la campaña “Erabakia ehuntzen/Hora de tejer voluntades” promovida por la plataforma cívica abertzale Gure esku Dago iniciada en noviembre del año pasado (con un resultado precario) con el fin de trenzar complicidades entre nacionalistas vascos una vez cerrada la etapa de la lucha armada de ETA.

La izquierda independentista vasca ha elaborado un montón de documentos para ir protocolizando sus cambios ideológicos y estratégicos en los últimos años, y una de las conclusiones que los independentistas catalanes que todavía tienen el proceso vasco como referente deberían extraer es que esa metodología, que prima la coherencia y la cohesión por encima de la capacidad de adaptación a las necesidades tácticas, no ha dado muy buenos resultados.

Sin necesidad de documentos previos los diputados abertzales dieron soporte, crítico y parcial, al Plan Ibarretxe para que pudiera salir adelante y expresamente han recomendado la misma actitud a sus homólogos catalanes. Pero la CUP, dos meses después de las elecciones al Parlamento de Cataluña, todavía necesita un debate nacional para apoyar a su aliado estratégico Juntos por el Sí y a su candidato a la presidencia de la Generalitat.

Hay un párrafo clave que, aparentemente, justifica su reiterado voto negativo a la formación de un Gobierno de la Generalitat encabezado por el Presidente Artur Mas para dar cumplimiento a la ‘Declaración de inicio del proceso de creación del Estado catalán’: ” … la responsabilidad de la presidencia y del gobierno debe recaer en una opción de consenso, no ligada al ciclo anterior, que abra una nueva etapa no vinculada a los recortes ni a los casos de corrupción ni a una gestión del proceso que a menudo ha primado los intereses de partido, confundiéndolos con los de país”.

Me ha sorprendido que la CUP se sitúe al mismo nivel de Podemos en su aversión a la persona de Artur Mas como símbolo del pujolismo, cuando precisamente es quien ha materializado una transición nacional por parte de CDC que Jordi Pujol nunca quiso efectuar. Y en cuanto a actitud frente a la corrupción no se puede situar al mismo nivel a Mas que a Felip Puig, por ejemplo.

Ignorar el liderazgo de Artur Mas precisamente ahora que se plantea un mandato transitorio hasta unas nuevas elecciones constituyentes no se corresponde con la actitud que la CUP mantuvo cuando el Presidente convocó el proceso participativo del 9-N cuando el Estado bloqueó la convocatoria del Decreto 129/2014. Recuerdo cómo ERC culpabilizó locamente a Mas, acusándole de traición, y en cambio la CUP fue determinante para reconducir el consenso inter-independentista.

El hecho de vetar a Artur Mas es un error estratégico por parte de la CUP que si finalmente se consuma en su asamblea del 29 de noviembre próximo situará en un callejón sin salida el proceso soberanista en curso y a pesar de las expectativas que les otorga la encuesta de octubre del CEO supondrá el agotamiento de su ascenso electoral como fuerza independentista y la reducción a una simple versión autóctona de la anticapitalismo europeo.

Personalmente, voté el 27-S por primera, y quizás por última vez, a la CUP al no presentarse SI (Solidaridad Catalana por la Independencia) por su actuación regeneradora a nivel municipal confiando en que mantendrían esa actitud a nivel nacional, veo que una vez más probablemente me he equivocado.

 

 

Cuatro letras a la CUP

Mercè Rius

VILAWEB

Como os oigo decir a menudo ‘mirad a los ojos’, y eso es justamente lo que hace la persona cuando quiere, y el animal cuando ataca, me permito yo misma de escribiros cuatro letras en un tono más bien íntimo.

Voté la CUP en las municipales porque estaba admirada del comportamiento, a raíz del 9-N, de sus predecesores en el parlamento. Y decidí volver a lo mismo el 27-S por dos razones: 1) en un momento en que se pronosticaba una victoria aplastante de Juntos por el Sí, creía que la CUP debía tener un papel significativo en la construcción de la nueva república catalana; 2) estaba segura de que ERC y los candidatos independientes deberían necesitar un soporte externo a raíz de las ambigüedades calculadas de Mas. También os confieso, sin embargo, que incluso mirando el video de clausura de campaña de JxSi, me reconocí en la gente que, en el escenario, explicaba que había ido de pequeña a pasear con el abuelo en Montjuïc, o que allí había aprendido sin darse cuenta el ‘queremos pan con aceite’. Salvo que mi abuelo republicano cantaba ‘si no nos dan, no trabajaremos’; y, aquella atardecer, La Trinca decía ‘no callaremos’.

Tal vez fue dicha incidencia la que me dio la firmeza necesaria para volver unos minutos a la niñez con la rumba gitana de Gracia sin modificar, sin embargo, la intención inicial de voto.

Al día siguiente de las elecciones, algunas amistades que habían tomado la misma decisión me comentaban que sus declaraciones, apenas conocerse los resultados, las sorprendieron como si el actor principal de la comedia se hubiera quitado la máscara con gran susto por parte de todos. La noche electoral, yo había querido pensar que estabais eufóricos ante el éxito (dejo de lado a Quim Arrufat en TV3). A estas alturas, me pregunto si aún os dura la euforia. De otro modo, no entiendo que en el segundo debate de investidura, tacaños como sois a la hora de aplaudir las intervenciones de los portavoces, os animarais en una especie de autoovación cuando Baños se glorió de pertenecer a la única formación política de la cámara impoluta de corrupción. Replicaron enseguida dos formaciones más ‘no sospechosas’, que, desde sus escaños, no dieron aparentemente demasiada importancia al desliz. En efecto, éste no tenía consecuencias objetivas. Pero puso en evidencia que perdíamos el mundo de vista a base de miraros el ombligo.

No es extraño, pues, que quien quiera que vea os tenga que mirar a los ojos, si lleváis los laterales tapados para que las distracciones no os aparten del recto camino. Tampoco es extraño que alguno de vosotros más proclive a distraerse, quizá con una cierta incapacidad para ser ‘ético y moral’ (!) al mismo tiempo, haya elegido el papel de los antiguos moralistas franceses, unos aristócratas que censurar las costumbres de su tiempo mientras se reían del fallecido y del que lo velaba. Así, claro, desde la superioridad que confiere la aristocracia de juicio, se le puede decir y repetir al presidente de la Generalitat en funciones ‘vuelva a intentarlo el jueves, Sr. Mas’, habiendo dictado de antemano una sentencia inapelable. Por otra parte, este tipo de frases (al igual que la reiterada respuesta a los periodistas durante la campaña: ‘no vamos a votar que sí a Mas, pero hay mayorías simples’) se parecen bastante a la reserva mental de tradición jesuítica. En cuanto al tándem que encabeza la lista de la CUP-Crieda Constituent, me hace pensar en el utilizadísimo mecanismo represivo del ‘poli’ bueno y el malo.

¿Por qué en esta segunda votación, en lugar de conformarse con la abstención (que su flamante número 1 sugería, antes del 27-S, en las entrevistas), ha tenido que votar ‘no’ otra vez? ¿Es que la propuesta de Mas no ha dejado suficiente lapso de tiempo para hacer los deberes? ¿O es que os habéis tragado de verdad el sueño de ‘poner a Mas en el lugar que se merece’, a saber, por debajo de sus colaboradores y aliados? A mí también me fastidian los ‘leaders’ (esto se debe escribir en inglés), y me hastía quien se llena la boca de ‘mi (o nuestro) presidente’, tomándose por propietario de quién-sabe-qué o quién-sabe-quién, mientras que, al decirlo, se vuelve él mismo un ‘poseído’. Ahora, ni líderes carismáticos ni colectivización de la inteligencia. Nadie tiene el derecho ni la posibilidad de salvar a los demás de sí mismos. Así pues, me decepcionaría mucho que, con ‘el manual del buen revolucionario’ a mano, tratáramos de atizar las ‘contradicciones internas’ de JxSí, considerando que algunos de sus diputados y diputadas quizás han decidido investir Mas aunque no se acaben de fiar de él. Y ya no digamos el gran número de votantes, entre ellos debía haber muchos que no se fiaban tampoco de Mas, pero todavía menos de la CUP -dados los resultados-. ¿Qué será del empuje hacia la independencia si toda esta gente que optó por el ‘mal menor’ se encuentra ahora en la estacada?

Argumentáis que hay que ensanchar la base social independentista. ¿Y cómo? ¿Cambiaríais las clases adineradas que votan CDC por los nómadas electores de cuatro gatos malavenidos, cuya doctrina fundamental se inspira en el versículo evangélico: ‘antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el Cielo’? De estos felinos domésticos no sacaréis nada bueno. Nada bueno no ha salido nunca del resentimiento.

Os confié mi voto porque me había parecido que erais diferentes, de otra madera. Y que trenzabais el vínculo de las generaciones actuales con la de mis abuelos, la de los que tenían carné de la FAI y fueron los grandes perdedores de la guerra del 36. Pero, como heredera del proletariado urbano, agradezco a mi familia, tanto o más que sus inmensos esfuerzos para criarme dignamente, que no me enseñaran a odiar. Quizás eran demasiado orgullosos para rebajarse hasta ese punto. Y yo misma no he sido capaz tras entregarme en cuerpo y alma a la misión de ‘hacer justicia’: ¡vade retro!

En fin, queridos cupaires, no os pido nada. Si el anhelo de muchas generaciones de catalanes se va al traste por una aciaga aritmética parlamentaria, espero, sin embargo, que llegaré a perdonarme la equivocación de haber contribuido, con mi voto cegado, a transformar el caballo de Troya en el asno de Buridan. Y esta última metáfora, una degustación del cocido filosófico, se la brindo a David Fernández.

 

 

La pinza de tender como herramienta de investidura de un presidente

Joan-Lluís Lluís

VILAWEB

Se sabe que una de las normas básicas de la estrategia militar es intentar hacer que tu enemigo tenga que luchar en el mayor número de frentes posibles, para que divida sus fuerzas. Y hoy, cuando España ha comenzado la verdadera embestida contra Cataluña, el independentismo, en lugar de constituir un frente único ha abierto, él solo, un segundo. Un frente interior en el que el adversario no tiene que gastar ni un minuto de tiempo dado que se trata de un frente que opone independentistas, en una batalla pacífica pero que devora tiempo, energía y confianza. Cada día que pasa sin un gobierno catalán constituido y que empiece a currelar agrava el riesgo de que desde Cataluña se ofrenden nuevas derrotas a España (*).

También por eso me parece un error pensar que este proceso puede prescindir de Artur Mas en primera línea. Lo digo de manera muy tranquila, igual que el ‘no tranquilo’ de Antonio Baños: Mas es, hoy, la persona más útil para ir hacia la independencia y por eso, exclusivamente por eso, es mucho mejor que sea presidente. Ni masismo, ni genuflexión ante un supuesto mesianismo. Puro cálculo pragmático. Pero es la persona más conocida en las cancillerías, es el nombre de referencia en la prensa más influyente del mundo y el hecho mismo de que venga del centro-derecha permite dar una tranquilidad -relativa pero real- a la que será algún día coprotagonista del proceso: la comunidad internacional. No hay más argumentos que estos, pero me parecen argumentos objetivos más que suficientes.

Claro, la CUP repite en todo momento que el proceso es más importante que cualquier persona. Es cierto. Pero la repetición de este argumento lleva en sí misma su contradicción: si la independencia es más importante que cualquier persona, también es más importante que cualquier veto a una persona.

Hay dos motivos principales en este empeño de la CUP. El primero es que no vuelva a ser presidente el que entre 2010 y 2012 fue el presidente de los recortes. Desde entonces, sin embargo, Mas ha ido dando un giro hacia la socialdemocracia, un giro hoy completado gracias a las cuñas de sus socios de lista. O sea que el no de la CUP no es por el miedo a que Mas repita la política de 2010 sino para castigar esa política. Pero es bien sabido que sólo con tus enemigos puedes hacer la paz. La historia está llena de ejemplos de adversarios que, sin renunciar a ninguna de sus convicciones, se alían de manera circunstancial en nombre de un proyecto común superior.

El otro motivo de la CUP es la hipótesis de que el independentismo se puede ampliar por la izquierda y que Mas representa un freno objetivo a esta ampliación. Es probablemente verdad, pero este argumento también lleva en sí su contraargumento. Sin Mas, lo que se puede ganar por la izquierda se puede perder por la derecha. Y el independentismo, por tanto, podría no avanzar demasiado. Pero tranquiliza a una parte del electorado conservador que, sin él, podría renunciar a la independencia como objetivo necesario y razonable. No hacer presidente a Mas tiene como efecto colateral el ofrecer pan, vino y votos al proyecto unionista de Josep Antoni Duran i Lleida.

Claro, todo esto parece un empate perpetuo entre la posición de Juntos por el Sí y la posición de la CUP. Si creo que debe prevalecer la opción de Juntos por el Sí es por la utilidad específica y objetiva de Mas y porque tienen cincuenta y dos diputados más que la CUP.

Y ahora, la pinza de tender. El 21 de abril de 2002 Jean-Marie Le Pen llegó segundo en la primera vuelta de la elección presidencial francesa y se clasificó, pues, para la segunda vuelta. Durante las dos semanas que separaron aquellas vueltas, la izquierda francesa, de la más moderada a la más radical, vivió el momento más convulso desde 1968. Y, al final, para impedir la elección de Le Pen, votó a Jacques Chirac; el cual, con respecto a las políticas neoliberales, se situaba a un nivel estratosférico en comparación con Artur Mas. Aquel voto de la izquierda fue masivo y traumático. Parecía que la papeleta de voto estampada con el nombre de Chirac diera mal olor y, por ello, muchos electores la depositaron en la urna tapándose, literalmente, la nariz. La pinza de tender se convirtió en un icono de aquellos días agitados en los que los partidos y los electores progresistas, incluso radicalmente progresistas, votaron a un candidato que les repugnaba en nombre de un interés superior. Se mancharon, renunciaron a la pureza e hicieron lo que pensaban que se debía hacer por su país.

Así pues. El independentismo catalán reclama a gritos y plegarias un acuerdo y no debería perder más tiempo en discusiones internas que desperdician energía y hacen mermar su credibilidad. Y menos ahora que España ataca. Mancharnos todos juntos, que Cataluña lo vale; puedo encontrar, para quien las quiera, una decena de pinzas de tender que sirvieron en 2002 para tapar narices abnegadas. Que la pureza no nos haga perdedores.

(*) Referencia al Himno oficial del País Valenciano ‘Para ofrendar nuevas glorias a España…’