La visita de Ulises a las islas Eolias se completó con un curioso regalo: un saco de cuero que contenía todos los vientos y que garantizaría a Ulises un tranquilo regreso
Hace unos dos millones de años, muy cerca de la costa noreste de Sicilia, un conjunto de volcanes submarinos decidió emerger de las aguas del mar Tirreno y dar vida a un hermoso archipiélago en el que Homero sitúa el origen de los vientos.
Sus islas, Lipari (la capital), Alicudi, Filicudi, Panarea, Stromboli y Vulcano, dibujan una figura en forma de Y, del mismo modo que lo hacen las estrellas que conforman el cinturón de la constelación de Orión.
Pero no es lo único que relaciona a estas islas con los astros. Algunas de ellas se hicieron famosas cuando las habitaron por algún tiempo, haciendo que sus nombres pasaran a formar parte de la historia del cine, estrellas como Anna Magnani, Ingrid Bergman o Roberto Rosellini.
Los aproximadamente trece mil habitantes que hoy las pueblan poco tienen que ver con sus primeros moradores y que según la leyenda fueron dioses y monstruos. Dioses como Eolo (el que les dio su nombre), virrey de Zeus en este país de los vientos, a quien le había sido dada la potestad para calmarlos o agitarlos según su deseo.
Y fue aquí, en las islas Eolias o Eólicas, donde recaló Odiseo (Ulises) en su viaje de vuelta a Itaca, según cuenta Homero. Visita que fue tan afectuosamente recibida por el dios Eolo que se completó con un curioso regalo: un saco de cuero que contenía todos los vientos y que, herméticamente cerrado, garantizaría a Ulises un tranquilo regreso.
El odre, celosamente guardado por su nuevo dueño, se ocupaba de impedir los movimientos de aire molestos. Pero las excelentes condiciones desaparecieron bajo una tempestad cuando la tripulación, sospechando la existencia de un tesoro secreto, lo abrió y se escaparon todos los vientos.