Aunque escribiéramos con sangre fresca
daría igual: coagularía en seguida.
Todo lo que escribimos,
y, sobre todo,
todo aquello que luego nos publican,
está muerto.
(Decapitar flores,
crucificar mariposas…
es una forma ciertamente extraña
de conservar la belleza)
Un día no lejano
los versos aprendidos
a la luz del insomnio
serán desalojados
del castillo inseguro
de la memoria,
desterrados a algún lugar extraño
del que ya no hay retorno;
a un país remoto, inaccesible
donde rostros y nombres y lugares y fechas
se amontonan mezclados
como en viejos cuadernos escolares
cerrados para siempre,
porque el olvido, amigo, el olvido
– devorador incluso de dioses inmortales –
es una inmensa casa de acogida
que no dejará a nadie a la intemperie…