El lugar del pasado

ES importante entender que la filosofía habla fundamentalmente en el momento con la libertad característica que le da el poder referirse a cualquier otro periodo, época y ciclo sin tener que someterse obligatoriamente a la linealidad de los postulados historicistas, aunque este análisis venga siendo indefectiblemente afectado por los múltiples acontecimientos del lugar. Ambos parámetros espacio y tiempo determinan la contingencia y el sentido del mensaje, sin lugar a dudas del relato, constituyendo una de las claves de su interpretación aquello por lo cual tradicionalmente al hombre se le identifica frente a otras especies animales de parecida complexión orgánica: la cultura. Un buen resumen, en este sentido, por la diacrónica variación francesa que nos viene a dar, al menos desde Durkheim y Mauss, pasando por Halbwachs, Gurvitch, hasta bien entrado el siglo XX llegar a Foucault y Bourdieu, todos ellos de alguna manera deudores de la filosofía bergsoniana, puede ser el aportado por el historiador Vicente Huici Urmeneta, en Espacio, tiempo y sociedad; historiador que asimismo participó del esfuerzo divulgador que en su momento supuso el resumen sobre nuestra historia local realizado en colaboración con José María Jimeno Jurío, Javier Monzón y Alfonso Estevez, en 1995. Esta reflexión historiográfica sobre el tiempo y el espacio a través entre otras cuestiones del análisis sobre la imbricación de sus variadas representaciones colectivas en el devenir de los acontecimientos, indudablemente viene a relacionarse con una dimensión social, que el anteriormente mencionado Marquard no duda en considerar críticamente necesaria, desde una propuesta antropológica del tiempo, en la defensa de un cierto antimodernismo, no necesariamente sujeto al conservadurismo político, que toma como base al hábito y la costumbre. Tesis convenientemente resumida por Juan David Mateu Alonso, tras la aseveración de Benjamin, en Discursos Interrumpidos, de aquel: “hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por cien veces menos de su valor para que nos adelanten la pequeña moneda de lo actual”. Por consiguiente, el esfuerzo realizado por Marquard trata en parte de recuperar el presente del pasado como clave de un futuro conservador. Aunque matizando el último de los calificativos.

Así el espíritu de conservación es, según su filosofía, aquel que nos ayuda a compensar nuestras reales carencias y aquello que viene a justificar los hechos del pasado en presente. De hecho para este autor la propia Modernidad es conservadora y, por ende, de algún modo, la ideología de la nación no es sino prueba irrefutable de ello. Una doble interpretación proyectiva, performativa, que en ocasiones como delatan sus detractores puede servir de justificación a excesos dados ya en pasado. “Resulta –según nos dice el hermeneuta alemán – que necesitamos la conservación de este mundo y la autoconservación, necesitamos la confianza en su racionalidad porque –aquí y ahora y en el futuro– debemos vivir en él y no desertar de la utopía, lo que sería lisa y llanamente una capitulación. Y no podemos capitular pues el curso del mundo tiene rehenes. Repito: el motivo de la Modernidad es –contra la negación escatológica del mundo– un motivo conservador del mundo: la Modernidad es la época propiamente conservadora”. A esta época corresponden la mayoría de las ideologías nacionalistas que hoy están encargadas de regir con mayor o menor acierto nuestros destinos. Y ello no es bueno ni malo per se, simplemente es. Obedece fundamentalmente al resultado de aquella memoria-futura que una vez se tuvo en la confianza de renovación del discurso imperante desde la identidad local. Sus consecuencias, no obstante, es materia que desde las ciencias del hombre han de analizarse con especial cautela y minuciosidad.

Otros autores han pensado también cuál es el lugar que le debiera corresponder al pasado en presente. Entre ellos, especialmente, lo hizo el también alemán Reinhart Koselleck. Y un introductor de su pensamiento como Elías Palti, ya nos avisa de los riesgos por él recogidos de influencia de las filosofías de la historia en la modernidad cuya finalidad última parece ser no aquella más clásica de conocer la historia para así no repetirla, como poder a través de ella influenciar en los hechos del presente y del futuro. Así cuando afirma: “la premisa para el conocimiento histórico ya no es la repetibilidad, que permite la predicción racional, sino la propia manipulabilidad de los hechos que impide su iterabilidad. ¿Cómo es posible una historia a priori? Se preguntaba Kant, y respondía: cuando el propio adivino hace y organiza los acontecimientos que pronosticó de antemano”. Algo de esto último puede esconderse en el afán puesto por algunas instituciones de celebración, quizá única muestra en el mundo actual, de una derrota por parte de los derrotados como llanamente fuera en su momento la Conquista de Navarra, que hoy, y desde el oficialismo, se pretende anexión voluntaria e incondicional.

El proyecto de un nacionalismo navarro panvanquista, en este sentido, supone una adecuación, aggiornamento, a la nueva realidad que supera el anquilosamiento a que nos sometió la superación por la vía de los hechos y de las realidades de los esquemas por los que se venía funcionando dentro de la cultura política del Antiguo Régimen. Resulta en este sentido ciertamente curioso el apriorístico esfuerzo realizado, desde la premisa kantiana anteriormente mencionada, por toda una autoridad en el campo del derecho administrativo, el catedrático Francisco González Navarro, en Navarra, matriz de reinos y puerta de Europa, de justificación del estatus presente de nuestra comunidad teniendo su fuente en los distintos constitucionalismos de España, es decir, ignorando la realidad de una soberanía pasada al margen de esta imperativa razón. Estos augures del porvenir juegan con trampa adoleciendo no tanto del desconocimiento cuanto del juego realizado con el hecho ignoto, desconocido, para negar la auténtica proveniencia. Y así es reconocido cuando epilogalmente resume todo el esfuerzo realizado de la siguiente manera: “Repito, no es una cuestión de programas políticos, que por esencia son cambiantes, temporales, revisables y, hasta si se quiere, manipulables, sino de programa generacional, de que siga habiendo generaciones de hombres navarros que crean que su modo de ser colectivo es precisamente diferente de sus vecinos, incluso de esos vecinos que son los actuales vascos, descendientes de aquellos remotos várdulos, caristios y autrigones, sin pizca de vasquismo, que fueran vasconizados por los vascones o navarros y para quienes sirve de aglutinante –guste o no guste a los navarros– el propósito de anexionarse Navarra”. Toda una perla y declaración de principios por el que se rige el regionalismo navarrista, que de eso ya hablaremos.

 

Publicado por Noticias de Navarra-k argitaratua