Creo que merece atención la interpelación que se ha hecho a la doctora Elisenda Paluzie, presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, a raíz de su intervención del pasado 11-S. En aquella ocasión, en el estilo propio de un mitin, exclamó: “President, haga la independencia”. Paluzie buscaba el paralelismo retórico con aquel famoso “President, ponga las urnas” de Carme Forcadell, presidenta de la ANC en 2014. Y logró el efecto buscado porque este clamor fue el más repetido en la prensa y en los cortes de voz y de imagen escogidos por los medios de comunicación.
La crítica al grito de Paluzie ha tenido desde expresiones histriónicas como la del antiguo diputado Joan Tardà -“Las palabras de Paluzie fueron una verdadera estupidez”, dijo-, hasta otras razonables como la de Joan B. Culla en “Diálogo y alternativa” en el ARA. Culla le reprocha no haber concretado cómo había que proceder y, por tanto, de mantenerse en el independentismo mágico. No habría perdido el tiempo con la reacción de Tardà, porque sólo haciendo memoria de sus intervenciones públicas de antes del 1-O encontraríamos otras aún más encendidas -yo no las llamaré estúpidas- que las de Paluzie. No es el caso de Culla, que, sin querer polemizar, sí que merecen reflexión.
Seré claro: soy de la opinión que a estas alturas ninguna de las estrategias independentistas que hay sobre el tablero político es capaz de superar una lógica declarativa. La de la ANC, aparte de las llamadas a la movilización -que es su espacio legítimo-, no ofrece vías políticas concretas, lo que tampoco sería propio de una organización que se quiere transversal. Por su parte, la estrategia de la “confrontación inteligente” de Junts tampoco va más allá de hacer visibles las agresiones del Estado, tanto en contra del independentismo como del mismo autogobierno. No digo que sea poco, aunque sea ocioso. Todo lo contrario. Pero no deja de ser la manera de encarar el ‘mañana será otro día’.
A estas alturas ninguna de las estrategias independentistas que hay sobre el tablero político es capaz de superar una lógica declarativa.
La cuestión, sin embargo, es que la estrategia de ERC de confiarlo todo a una mesa de diálogo no es menos retórica que las otras. El mismo Joan B. Culla escribe: “España no ha sido nunca capaz de resolver un problema territorial o de soberanía en una mesa de negociación. Nunca”. Así, los supuestos “pragmatismo y gradualismo” actuales de ERC no pasan de ser otra manera de ir tirando gracias a la pequeña ventaja competitiva de ser necesarios para sostener la minoría parlamentaria del gobierno de Madrid.
Por tanto, ERC puede justificar como quiera su “mientras tanto”, pero la mesa de diálogo forma parte de un independentismo tan mágico como los demás. Cuando Oriol Junqueras afirma que “todo el independentismo ha pedido reiteradamente durante años el “sit and talk”, no lo dice todo. Primero porque él mismo, cuando el diálogo lo proponían otros, había dicho y repetido que ésta no era una vía de fiar. Y después que el ” sit and talk” fue un eslogan fugaz puesto en circulación por el Tsunami Democrático antes de desaparecer, entre el 11 de noviembre de 2019 en el Pertús y el 18 de diciembre del mismo año en el campo del Barça. ¡Apenas cinco semanas! Para ser precisos, el que más años confió en el sentarse y hablar había sido el autonomismo de los presidentes Pujol, Maragall o Mas, con un éxito perfectamente descriptible.
Prácticamente todo el independentismo confluye en la voluntad resueltamente democrática de ejercer el derecho de autodeterminación. Pero seamos honestos: la amnistía y la autodeterminación nunca se conseguirán dentro de España, sino una vez fuera. Por ello, las necesarias pero agotadoras movilizaciones en la calle sin un horizonte previsible, la pesada y arriesgada confrontación contra el muro del Estado o la disponibilidad a negociar contra toda esperanza son muy meritorias, pero de momento sólo sirven para aguantar el chaparrón y no nos sacarán del laberinto en que se ha convertido la naturaleza democrática del independentismo catalán.
ARA