Como dice Rutger Bregman, existen dos líneas de pensamiento en ciencias sociales: ¿el hombre es bueno por naturaleza y es la civilización la que lo pervierte? (Rousseau) ¿o el hombre es malo y sólo el miedo y el castigo –el Estado– le permiten convivir? (Hobbes). El contraste entre ambas visiones es absoluto y condiciona la comprensión de la civilización. No hace falta decirlo, la teoría hobbesiana es preponderante: es la que comunicativamente resulta más atractiva. En 1940, los alemanes pensaron que el bombardeo sistemático de la población civil británica reduciría su resistencia: una persona a la que le destruyen su casa queda psicológicamente desprotegida; esto tendría, por tanto, un efecto negativo en su voluntad de seguir la guerra. Paradójicamente, se creó una gran solidaridad entre la población.
En los años sesenta, William Golding escribe una novela, ‘El señor de las moscas’: los alumnos de un colegio llegan a una isla desierta como consecuencia de un accidente, no hay profesores y deben sobrevivir por ellos mismos. Al inicio colaboran. Con el paso del tiempo, las relaciones entre ellos degeneran y dos grupos se hacen la guerra. Cuando dos años más tarde los rescatan, los salvan de una sociedad creada por ellos, cruel y despiadada. Entonces el mundo tenía la experiencia de la guerra mundial terminada hacía quince años y confiar en el hombre iba contra corriente. Golding vendió millones de libros, se hizo rico y ganó el premio Nobel.
En 1977, seis adolescentes de la isla de Tonga roban la barca de un pescador, salen al océano, se pierden y terminan llegando a una pequeña isla deshabitada. Como en la novela de Golding, deben valerse por sí mismos. Colaboran, cultivan un huerto, pescan, ayudan a quienes sufren una enfermedad o un accidente. Cuando tres años después son casualmente rescatados, han creado una sociedad generosa y provechosa. La literatura inventa una realidad falsa que los hechos históricos no corroboran, pero la ficción tiene el atractivo de la maldad.
En 1943, el coronel Marshall de la armada de EEUU hace un estudio para saber cuántos soldados llegan a disparar en combate: no más del 20%. Los soldados, pese a la instrucción recibida, no quieren matar enemigos. Lo evitan si pueden. Esto se ha comprobado en diferentes ejércitos y en distintas circunstancias, pero no era lo que convenía a la cultura del momento, y en 1989 el ‘New York Times’ publica una serie de artículos que desacreditan el descubrimiento del coronel Marshall. En la literatura y el cine, el paradigma es lo contrario: matar es fácil y se practica en defensa de ideologías externas al hombre, que éste defiende por razones de orden superior. Fracasa el intento del presidente Johnson de convertir las cárceles en centros de rehabilitación. EEUU tiene la mayor proporción de reclusos. Hay que castigar y escarmentar.
¿Cuáles son las razones que hacen que los ejércitos funcionen como entes organizados para matar y destruir? Hay quien afirma que la violencia se ejerce por un mecanismo de solidaridad con sus compañeros, no de odio hacia el enemigo. El hombre rechaza actuar como poco solidario con su comunidad, sea ésta su regimiento o su grupo. Las prácticas militares utilizan dos principios para que un ejército funcione: la solidaridad con los compañeros y la distancia respecto al mal causado.
El odio siempre tiene una base de desconocimiento y distancia. En la Navidad de 1914 se produjo, en zonas del frente estabilizado en trincheras, una confraternización entre los ejércitos francés y alemán: cantaron villancicos y se intercambiaron bebidas y cigarrillos. La guerra se detuvo dos semanas bajo la mirada sorprendida e indignada de los oficiales de los dos ejércitos. Para evitar que la historia se repitiera, se tomaron medidas. Quien confraternizara sería sometido a un consejo de guerra y eventualmente ejecutado por traición. La tendencia del hombre es siempre contraria a la agresividad y la muerte.
Si hay una esperanza de que los horrores de la guerra se acaben es porque la sociedad del siglo XXI es más femenina, más cuidadosa de los detalles y menos de los principios. La guerra de Rusia y Ucrania tiene claros componentes del pasado. Será difícil que se replique en el futuro. Rusia no es Putin. La esperanza en un mundo mejor lo hace más posible.
EL PUNT-AVUI