LA investigación científica es un proceso de descubrimiento creativo que sigue un itinerario prefijado y unos procedimientos preestablecidos y consolidados dentro de una comunidad acreditada. No hay contradicción, aunque lo parezca, entre creatividad y procedimientos preestablecidos. La creatividad evoca las capacidades personales del investigador, su perspicacia e inteligencia intuitiva, que luego hay que justificar científicamente. El hispanista Ian Gibson ha dedicado su vida y su intelecto a la desagradecida labor investigadora sobre los horrores de
Reichenbach nos presentó dos conceptos que van de la mano en toda investigación, el contexto del descubrimiento y el contexto de la justificación, recalcando que: “el acto del descubrimiento escapa al análisis lógico; no hay reglas lógicas con las que construir una máquina descubridora que desempeñe la función creativa del genio”. Después de que han pasado casi setenta y cinco años de los asesinatos cometidos por los ideólogos de la inquisición reaccionaria, es lógico que no se hallen, en un primer intento, los restos de los ejecutados -la matriz de datos disponibles nos lo indica estadísticamente-. Entonces, durante la guerra y la posguerra, normalmente eran los ajusticiados los que cavaban en la tierra su propia fosa, con más o menos prisa por la ejecución -a veces los propios ejecutores tenían que suspender sus oficios para acudir fastidiosamente al fusilamiento-. En otros casos, los posibles testigos, niños, jóvenes adolescentes o peones obligados con más miedo que alma, obedecían las órdenes de cavar las fosas a punta de fusil. Hoy, todos o casi todos han fallecido. En vida, sus recuerdos y testimonios han sido orientados desde el oficialismo del silencio obligado por la sanguinaria dictadura, refugiándose en las conversaciones de su intimidad. Cuando los investigadores les preguntaron sobre la memoria de esos hechos, la historia comenzó a ser más humana, guiando con sus testimonios a la historia oral, y así diseñar nuevas hipótesis que escucharan el grito de las fosas.
Lo cierto es que vemos a causa de que las cosas suceden, y no que las cosas sucedan a causa de lo que vemos. Si no hubieran fusilado, no habría testigos. El suceso hace a la ciencia, no la ciencia al suceso. Lo que vieron sucedió, y lo que sucede, sucede. Cuando los hechos se han producido, entonces son referidos a una hipótesis por alguna interpretación. El tiempo del olvido corre a favor de los que parece que quieren silenciar estos hechos, sobre todo desde las instituciones del Estado. ¿Por qué no buscar el nombre de cada bala? Si les dedicaron tanta atención para matarles, ¿por qué no le ponen la misma para buscarles?
¿Es un fracaso no hallar los restos de García Lorca? ¿Duda alguien, por ello, de que lo asesinaran? Fracaso sería admitir que los estudios, las investigaciones y los recuerdos no construyen nuestro pasado. Éstos son los argumentos que se tienen que esgrimir ante muchos de los que se alegran de que sus restos no aparezcan. Ése sería el error. En cambio, saber que por las cunetas de este tremendo error de país, que por las laderas de sus campos -el monte San Cristóbal, el monte de Estépar, los pozos de Caudé, los montes Torozos, por citar algunos-, nos podemos sentir acompañados por la esencia de unas ideas que lucharon por la libertad y que, desde luego, estaban en contra del fascismo. Sabemos que el espejo de la tierra está resquebrajado, lleno de fosas anónimas, que el resplandor que refleja no tiene la frescura de la luz pura, y que sus gritos no dejan la conciencia tranquila a los herederos de su ideología.
La historia, aparte de necesitar las labores de la investigación en archivos y documentación oficial, necesita apoyarse en otras fuentes -orales, periódicos, novelas- que la ayuden a convertirse en la factoría de la vida diaria, donde sus productos manufacturados se conviertan en el nexo necesario del conocimiento, en la crítica de las condiciones sociales y políticas de cada tiempo. De esta manera, creando y experimentando al mismo tiempo, la relación entre el pasado y lo contemporáneo esclarecerá nuestra continuidad vital. En muchas ocasiones, la fosa de Lorca en este caso, las fuerzas de la historia están más allá de la compresión racional: ¿qué hace a los tiranos, como Franco, tan sanguinarios? Es la inquietud por su seguridad, y que su ánimo cobarde nos les brinda otros medios para encontrarse seguros que el exterminio de quienes piensan distinto y les pueden desbancar aún sin la violencia justificada de una guerra provocada. Todo lo golpean pues todo lo temen. El tirano y sus seguidores quería, y quieren, que no quedasen ni rastro, ni testigos que pudieran declarar indicios que mostrasen su barbarie y les inculpasen de su pasada cobardía. En definitiva, que nos olvidásemos y olvidemos los episodios más sórdidos de su poder. Ninguna culpa queda olvidada mientras la conciencia tenga conocimiento de ella.
La fosa de Lorca no es única ni solitaria. Es una más entre muchas en el marco de un país sembrado con la semilla del asesinato. Su ejecución pasó a representar de forma inmediata el sufrimiento de las víctimas y la dignidad del ser humano contra la bestialidad gratuita de los privilegiados de siempre. No fue el azar el que marcó la muerte de Lorca, un error como luego se quiso justificar, su muerte significó la muerte de un progreso cultural, como afirmó Millán Astray, que no diferenciaba entre clases, género, edad, ideas y formas de vivir. La importancia del cuerpo de Lorca es que, en cierto modo, él es todos los cuerpos, y su asesinato encarna la derrota de la humanidad, igual que Víctor Jara y otros en otros exterminios.
Un paseo por la geografía de las innumerables fosas que pueblan este pedazo de tierra, que fue construido a su medida y han heredado otros sin miramiento, donde se vota a la derecha por la izquierda y se sostiene una monarquía nacionalcatólica, nos agita interiormente un sentimiento de frustración y resignación desde donde ha desembocado su Ley de
Se considera que uno de los derechos de la personalidad estriba en la utilización exclusiva del nombre de la persona, en cuanto manifestación externa de la propia individualidad. Por otra parte, es evidente que la identificación nominal de los sujetos es una exigencia inexcusable de la vida social. Los derechos de la personalidad, en cuanto tributos inherentes a la persona o derechos innatos, son inalienables, irrenunciables e imprescriptibles. Lo fácil ha sido invertir el proceso de la investigación una vez sabido el resultado, formulando el fracaso como el fraude de una hipótesis especifica. Se olvidan de los tres mil asesinados, a escasos metros, en Viznar, de las decenas de miles de cuerpos que esperan el alivio de su grito en las fosas que siembran este suelo, soñando, sus familiares, el derecho a que su nombre sea reconocido. No se puede determinar el éxito de una investigación materialmente, tres meses y setenta mil euros, cuando ellos tuvieron cuarenta años y todo el dinero a su disposición para lograr sus objetivos, silenciar los gritos de las fosas.