Donald Trump ofreció ayer una conferencia de prensa en la que insistió en que Estados Unidos debía quedarse el canal de Panamá y Groenlandia. La propuesta no es nueva, pero ayer quien dentro de muy pocos días será presidente de Estados Unidos subió el tono de la amenaza y afirmó que tanto el canal como la isla son elementos estratégicos de primera magnitud para Estados Unidos y que por tanto él, como presidente, no podía descartar nada, ni siquiera el uso del ejército –hacer una guerra– para conseguir su propósito.
La amenaza es grave en ambos casos. Sin embargo, teniendo en cuenta la historia y el pasado siempre disputado del canal de Panamá, es especialmente sorprendente en el caso de Groenlandia.
Groenlandia es ahora mismo una dependencia de Dinamarca y la primera ministra de este país, Mette Frederiksen, respondió a las palabras de Trump a las pocas horas, en una entrevista televisada: “No tengo suficiente imaginación para entender de qué habla”. Fue una reacción evidentemente irónica, pero que pone de relieve, a la vez, la estupefacción por una propuesta que no se puede ni considerar, que se aleja tanto de la razón que incluso parece increíble que nadie pueda hacerla.
Porque hay que recordar que Dinamarca es un Estado miembro de la OTAN y que la consecuencia de lo que dice Trump sería que Estados Unidos atacaría a otro país miembro de la alianza que han construido durante décadas. Esto, en cuanto a Dinamarca. Pero en Groenlandia la cosa es aún más grave, pues las autoridades de la isla y la mayoría de los votantes tienen como proyecto la independencia de la nación, no el cambio de dueño –de Copenhague a Washington, lo que ocurriría si las tropas de Estados Unidos le invadieran.
La salida de tono de Trump ha causado, como era previsible, un auténtico terremoto en todo el planeta. Los más atrevidos han cuestionado el estado mental del casi-presidente. Y los más sensatos han avisado, con mucha razón, de la capacidad destructiva de propuestas como ésta, de la posibilidad de una presidencia descabellada, que sea una pesadilla para el orden mundial y para la estabilidad del planeta.
Porque atacar y hacer suya Groenlandia, el simple hecho de pensar que esto sea posible y proponérselo, no es ninguna opción política. No es ninguna opción política legítima. No tiene sentido. Es un desorden, si me permite decirlo al modo de Platón.
E invoco a Platón porque al filósofo griego ese desorden era la cosa que más le alarmaba. Advertía siempre, muy preocupado, que si los elementos de una sociedad, de un alma o de un sistema están fuera del lugar adecuado, esto, tal desorden, implica una ruptura de la armonía y la justicia, que Platón consideraba que eran fundamentales para el buen funcionamiento de la sociedad y de los individuos.
Platón consideraba el desorden, seguramente demasiado inocente, como una consecuencia de la falta de conocimiento y de la desconexión con las ideas puras, especialmente con eso que él llamaba “la Idea del Bien”. Pero avisaba de forma contundente, ya en el siglo IV antes de Cristo, que cuando los gobernantes no entienden la verdadera naturaleza de la justicia y el bien están condenados a actuar de forma caótica, egoísta y destructiva; y, con ello, a dañar al conjunto de la sociedad.
El caso es que yo no encuentro palabras mejores que “caótico”, “egoísta” y “destructivo” para definir el show protagonizado por Trump ayer. Y esto me hace pensar –y me hace temer– que está a punto de caer sobre nosotros un enorme peligro, cuya magnitud no acabamos de comprender y para el que no sé si la gente normal estamos suficientemente preparados.
VILAWEB