El Gran Inquisidor se queda sin pan

Antes de quemar a Cristo, el Gran Inquisidor de Dostoievski le reprocha que haya animado a los hombres a ser libres porque la libertad no hace libre a nadie, sino todo lo contrario, atormenta a quien ha nacido para obedecer y lo único que quiere es que un orden superior le garantice el pan y la salvación eterna. “Hemos corregido tu obra –le dice a Dios– y la hemos cimentado sobre el milagro, el misterio y la autoridad”.

El Gran Inquisidor se queda sin pan

Hace diez años, en la avenida Bourguiba de Túnez, vi cómo los jóvenes se levantaban contra un dictador y conseguían derrocarle. Algunos murieron en aquella revolución por la dignidad, fueron los primeros de muchos muertos, cientos de miles en una región, un mundo árabe, que nunca llegará a contar el último muerto.

Diez años después de aquel triunfo de la libertad, la libertad aún no ha triunfado. El dolor sigue siendo enorme. La frustración política y económica de aquella juventud revolucionaria, su anhelo de ser tratada con dignidad, de liberarse de la tiranía, la violencia y la corrupción, aún son hoy más fuertes que entonces.

El alzamiento popular en Túnez se replicó en Egipto, Libia, Siria, Yemen y Bahréin. También hubieron protestas en Jordania, Argelia y Marruecos. Junto al tunecino Ben Alí, cayeron otros tres dictadores: el egipcio Mubarak, el libio Gadafi y el yemení Salé. El islamismo político se abrió paso. Ganó elecciones. Gobernó en Túnez, en Marruecos y en Egipto. Cometió errores y atropellos. Islam y democracia no encajan bien. Hoy el islamismo político apenas existe. Los autócratas lo han barrido y allí donde sobrevive, como en Túnez o Marruecos, es una sombra de sí mismo, habiendo tenido que soltar lastre religioso para seguir aspirando al poder.

Occidente nunca lo vio con buenos ojos. Prefería y aún prefiere el viejo orden de los rais . Obama ni siquiera calificó de golpe de Estado el alzamiento militar que derrocó al presidente egipcio en julio del 2013. El general Al Sisi, que a partir de entonces impuso una represión absoluta de los derechos y libertades y mantiene entre rejas a decenas de miles de islamistas, estuvo hace unos días en el Elíseo.

Jaque a la democracia islámica

Las víctimas de Al Sisi en Egipto, igual que las de Al Asad en Siria, las víctimas de la violencia sectaria en Irak, Libia o Yemen, respaldan la violencia contra sus agresores, y por eso el yihadismo es hoy una fuerza política más activa que la democracia islámica.

Obama quiso salvar a millones de jóvenes musulmanes de la violencia, la ignorancia y los sueños de la gloria celestial. Lo confiesa en sus memorias y es una confesión poco común en un libro pensado para engrandecer su persona. Obama reconoce que acabó matándolos porque vivían entre yihadistas y estaban expuestos a las bombas y los drones, a la tecnología militar estadounidense.

Los muertos es lo primero que los gestores de la historia olvidan de las revoluciones y las guerras. Cualquier corresponsal que haya narrado su agonía desde una zona de conflicto lo sabe muy bien. Son lo único que realmente importa y por eso, una vez que los has visto, ya no puedes olvidarlos. Por eso es inaudito que un estadista como Obama los recuerde.

Memorias

Hace tres años, la aviación estadounidense bombardeó Raqa. Lanzó diez mil bombas durante cuatro meses sobre la capital del Estado Islámico en Siria, una ciudad muy densa, de 300.000 habitantes, que resultó destruida en un 80%. Murieron miles de civiles, mujeres y niños incluidos. Es imposible saber cuántos. También murieron miles de inocentes en Homs, Alepo y otras ciudades, a manos de diferentes ejércitos y milicias, crímenes de guerra que han quedado impunes.

Por muy quirúrgicos que sean los ataques, mueren demasiados inocentes. Cerca de cien mil niños han muerto o han resultado heridos desde el 2015 en zonas de conflicto. Cientos de miles han sido secuestrados, millones han visto negado su derecho a la educación y la sanidad porque no han quedado colegios y hospitales en pie. Save the Children calcula que 149 millones de niños viven en zonas de conflicto intenso. Medio millón son hijos de madres violadas por soldados y milicianos, por las fuerzas de pacificación y el personal humanitario.

La juventud árabe crece con el lastre de la guerra y la injusticia. Diez años después de tocar la libertad, la mayoría de ellos vive peor que entonces. Los más pequeños no conocen otra vida que no sea la guerra, la dictadura o el campo de refugiados.

Los alzamientos populares del 2011 fracasaron. Muchos árabes se convencieron de que la democracia no es para ellos y besaron los pies del Gran Inquisidor, pero otros muchos no se han dejado engañar por los milagros y los misterios. Han protestado en Argelia contra la gerontocracia militar y han depuesto a un dictador en Sudán, mientras que en Irak y Líbano se han levantado contra la violencia y el sectarismo religioso, contra el mal gobierno y la corrupción.

Los autócratas y los monarcas absolutistas en Turquía, Egipto y Arabia Saudí encarcelan y asesinan a la disidencia política, algo que no haría un régimen seguro de sí mismo. Pero sus economías son hoy mucho más débiles que hace diez años. Les cuesta más repartir el pan y gestionar la ambición de una juventud que sigue aspirando a la dignidad. También son más vulnerables porque han eliminado la sociedad civil y las instituciones públicas que ventilaban las frustraciones.

Los pueblos de Oriente Medio y el norte de África siguen lejos de la libertad. Nadie sabe si algún día llegarán a tocarla ni cómo será ella cuando lo hagan antes del último muerto, pero parece claro que no van a dejar de buscarla.

LA VANGUARDIA