- ¿Qué pasará?
Prudencia con el futuro que a menudo sólo es un cuento para estropear el presente. Ahora toca hablar, después de un tiempo en que esta categoría había sido sustituida por la aceleración y desprestigiada por una literatura distópica que nos ha anticipado cosas que no hemos querido ver. Los humanos siempre buscamos sentido y culpables, es decir, una promesa que ponga en sordina nuestra fragilidad y una figura perversa a quien podamos culpar de nuestras desgracias. Por eso estos días tantas conversaciones privadas, tantas entrevistas mediáticas, comienzan con la misma pregunta: ¿y tú qué crees que pasará?
Si hiciera la media de las respuestas que he leído probablemente me daría que en el fondo no se esperan grandes cambios. En todo caso pesa más la idea de adaptación que de gran transformación. Hay conciencia de que, a pesar del estruendo, los que gobiernan las velas del gran barco tienen las fuerzas bastante intactas. O, dicho de otro modo, que estamos ya muy acostumbrados al tópico instalado en los últimos años: “no hay alternativa”. Quienes rondábamos los 18 años en el 68 sabemos cómo acabó la imaginación al poder: los boquetes abiertos en las hegemonías culturales de la época los aprovechó la revolución neoliberal, que destruyó la vertiente social y consagró el individualismo meritocrático (la fantasía ideológica de nuestro tiempo). Y las generaciones digitales se han tenido que manejar en un mundo sin promesa, marcado por la precariedad laboral y el retraso en la emancipación en el que la política naufraga víctima de su propia impotencia. Es un mundo con una periodización marcada por el miedo: el miedo al terrorismo, el miedo del otro, el miedo a la exclusión y el miedo al virus. Por ello, cada vez que alguien me habla del gran cambio que viene, se me ocurre una pregunta: ¿quién será el sujeto?
- ¿Quién gobierna el mundo?
El lunes recibí dos ‘inputs’ muy diferentes sobre lo que pasará. Uno del ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-Yves Le Drian (en ‘Le Monde’), con una beligerancia impropia de un diplomático. Decía el ministro que tenía miedo de “que el mundo de después se pareciera furiosamente al de antes, en peor”. Y llegaba incluso a afirmar que “la pandemia es la continuación por otros medios de la lucha entre potencias”, que China juega a dividir a Europa y que camina convencida de que liderazgo mundial debe ser suyo.
Por la tarde, en la Escuela Europea de Humanidades (online), el filósofo y veterano activista italiano Franco Berardi ‘Bifo’ evocaba las revueltas que el año pasado, justo antes del parón, recorrieron el mundo. Y nos decía que si todos aquellos movimientos estaban condenados por la conciencia de que no había alternativa, la pandemia podría ser el umbral de salida hacia una nueva etapa, en la medida en que transformaba la relación con nosotros mismos y con los demás. Como si de esta experiencia tuviera que salir una nueva concepción del tiempo, del trabajo y de la vida. Al final del camino, Bifo no sitúa ningún paraíso utópico, simplemente el principio de utilidad, una de las bases de la modernidad que la aceleración se ha cargado. ¿Cómo? Bifo apela a la imaginación y a la complicidad.
También el ministro francés pide complicidad para que Europa sea la potencia que debería ser. Como dice Edgar Morin, “la crisis que vive la humanidad es que no llega a constituirse en humanidad”. ¿Quién gobierna el mundo? Esta es la pregunta que abre la puerta a la desconfianza en el cambio. Porque se ha demostrado que a la hora de la gran amenaza han tenido que coger el relevo los desprestigiados estados nación, que han disuelto la vida social, limitándola a las emociones y a la distancia (por pantalla o por metros), es decir, reduciéndola (peligro) a la disciplinada obediencia dictada por el miedo y la culpa. Pasado este episodio, si hay un cambio, ¿quién lo liderará? ¿Quien desbancará a los que controlan los flujos de dinero, de comunicación, de mercancías e, incluso, de personas? ¿Tiene recorrido la democracia liberal frente al poder del algoritmo y del autoritarismo? Todo lo que se pueda hacer pasa por la defensa y dignificación de lo que es público, después de treinta años de descrédito sistemático.
ARA