Hace casi dos años que la gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Pamplona decidía dedicar, dentro de los presupuestos generales aprobados por el Consistorio, una partida para la reurbanización de algunas parcelas del barrio de la Milagrosa que estaban incluidas en el PSIS de la UPNA. Conllevaban, entre otras actuaciones, el derribo de los restos de las naves de la empresa Aceros del Sadar y el desmantelamiento de un solar cercano de propiedad municipal utilizado como almacén de mobiliario. Dicho almacén fue vaciado paulatinamente y muchos de sus objetos, bancos, fuentes, bordillos etc. depositados en un nuevo almacén municipal en la zona de Miluze. Sin embargo, allí quedaron en estado de semiabandono, escondidos entre la vegetación espontánea, valiosos restos arqueológicos procedentes del subsuelo de la plaza del Castillo y una gran cantidad de sillares de piedra amontonados. Pocos conocen que aquellos sillares, aquellos grandes bloques de piedra extraídos hace muchos años de las canteras de Baldorba, son las piedras que conformaron el frontis del emblemático frontón pamplonés Euskal Jai. Aquella instalación, tan rica desde el punto de vista arquitectónico, que durante muchas décadas acogió la también emblemática actividad de la pelota, en su modalidad más propia, el remonte, fue destruida por orden consistorial, de forma alevosa y violenta en 2004. Como tantas destrucciones y agresiones al corazón de la capital ejecutadas en aquella tenebrosa década, sus responsables quedaron impunes. Capaces de destruir aquella pequeña joya de nuestro patrimonio, pocos años después, los mismos, se jactan de forma grandilocuente de haber construido un gran frontón, el Navarra Arena, para apenas poder programar un par de sesiones de pelota al año.
Quizás algún implicado tuvo a bien derramar una lágrima y decidió guardar las grandes piedras que conformaban el frontis en el antedicho almacén municipal. Nada quedó, o al menos nada sabemos, de aquellas magníficas columnas de hierro fundido que conformaban el graderío, exquisita muestra de la arquitectura modernista de la época. El pasado mes de mayo tuve ocasión, junto con algún compañero de fatigas en nuestra desigual lucha por la defensa del patrimonio, de visitar el conjunto de las grandes piedras de sillería amontonadas, escondidas entre la crecida hierba del solar. Íbamos acompañados por algunos técnicos de urbanismo del Ayuntamiento a los que hicimos saber la importancia de aquellas piedras. Pudimos fotografiarlas, tocarlas, acariciarlas, casi emocionados, conscientes de su oscuro e incierto futuro. Hoy es el día, 6 de noviembre de 2019, en que miembros y máquinas de una empresa privada dedicada a la construcción y reurbanización, a veces también a la previa destrucción, se encontraban manipulando aquellos sillares, con aparente intención de llevárselos a algún lugar desconocido para nosotros, destino silenciado ante nuestras preguntas, respondidas con cierta brusquedad.
Ejemplos recientes tenemos de oscuras actuaciones con el mobiliario urbano. Cuando en la última década del pasado siglo se realizó la nueva urbanización del Casco Viejo de Iruñea se sustituyeron los viejos y emblemáticos adoquines que pavimentaban nuestras calles por losetas de calcarenita y otros adoquines de nuevo cuño. Tras la polémica suscitada pocos saben a dónde fueron a parar aquellos primitivos adoquines. Algunos supimos de su venta directa desde algunos almacenes privados de las cercanías de la capital. Pocos años después se encontraron pavimentando el conjunto monumental de Igartza en Beasain o la calzada de acceso a la casa palacio de Oltza. Aquellas oscuras operaciones de compraventa salieron a la luz. Sabido es también cómo el ayuntamiento de la lejana ciudad de Montevideo en Uruguay a punto estuvo de hacerse con una gran partida de las desvaloradas piezas. Seguimos sin saber cómo, desde nuestras calles, fueron a parar a vendedores privados, sin duda operaciones fraudulentas que quedaron impunes, como tantas otras. Hemos comunicado el hecho del supuesto levantamiento de las piedras del frontis del Euskal Jai a varios miembros del consistorio, hoy en la oposición. Quizás ellos puedan tomar alguna determinación al respecto. Así lo espero.
Siempre me ha gustado, cuando denuncio una determinada actuación que conlleve pérdida patrimonial, dar alguna idea para su salvación. En este caso solo queda la reutilización. Hace más de 100 años, el derribo de la vieja Casa de Misericordia del Paseo Sarasate, conllevó la destrucción del Viejo Juego de Pelota instalado en sus aledaños, precisamente sustituido por el entonces Juego Nuevo, el Euskal Jai de la calle San Agustín. Unos pocos años después como consta documentalmente, los grandes sillares que conformaban el Viejo Juego fueron reutilizados para construir el frontis del magnífico frontón Beti Jai de Agoitz. Salvemos, pues, el frontis del Euskal Jai de su oscuro destino, quizás en manos manchadas de corrupción. De él solo nos queda eso… y unos pocos recuerdos.
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