Días atrás, en un pueblo español que celebraba sus fiestas, incidentes de madrugada entre jóvenes y policías dejaron un saldo de decenas de heridos, varios vehículos quemados y numerosos daños en bienes públicos, así como unos cuantos detenidos. El mismo día y a la misma hora, en un pueblo vasco que celebraba sus fiestas, incidentes de madrugada entre jóvenes y policías dejaron un saldo de decenas de heridos, varios vehículos quemados y numerosos daños en bienes públicos, así como unos cuantos detenidos.
La diferencia entre un caso y otro es que en Madrid la justicia ha castigado a los detenidos a la pena de no poder asistir durante los próximos tres meses a fiesta alguna, y la misma justicia en el País Vasco ha condenado a los detenidos que, por cierto, denunciaron malos tratos, a la cárcel.
Sé que, aparentemente, los dos casos tienen algunas coincidencias, que habrá, incluso, quien piense que se parecen demasiado, pero al margen de que ya el cardenal Rouco Varela ha revelado que es por no rezar el rosario en las tardes que los jóvenes en Madrid se manifiestan tan agresivamente, y que el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, ha descubierto que es por tutear a sus profesores que esos mismos jóvenes no guardan el debido respeto a los demás, nadie mejor que el ministro Rubalcaba para apreciar y castigar la diferencia entre esos jóvenes españoles y vascos. En el pasado lo hizo notar cuando, tan sesudo como siempre, y al calor de numerosas detenciones en el País Vasco de jóvenes acusados de desórdenes, reveló a la opinión pública, como justificación de la mano dura, que nadie empieza poniendo bombas, sino quemando autobuses, contenedores de basura, cajeros… De ahí la necesidad, deducía en consecuencia el ministro, de aplicar en el País Vasco la represión preventiva en primera instancia, no fuera a ser que los alborotadores pasaran de curso y terminasen doctorándose como terroristas.
El problema de su lógica determinista, en la que, inevitablemente, una conducta conduce a otra, es que cualquiera puede aplicarla y, además, carece del menor rigor. Y nadie mejor que él, que fue ministro de Educación y Ciencia, como para saberlo.
La lógica determinista y su empeño en relacionar conductas previas y posteriores, siempre va a depender de donde se sitúe el punto de partida que confirme la consecuencia entre una conducta y otra. De hecho, tampoco en el País Vasco, si nos atenemos a la lógica del ministro, la gente comienza quemando autobuses o tirando cócteles Molotov. Casi siempre empieza, es otro ejemplo, hastiándose de que la repriman, la silencien, la prohíban, la encarcelen, la torturen, la secuestren, la desaparezcan, la maten… El propio ministro, que antes de las elecciones proponía a la izquierda abertzale “bombas o votos”, y que ha rebajado sus saldos democráticos recientemente, disponiendo que “así la izquierda abertzale rechace la violencia explícitamente nunca va a ser legalizada”, también podría interpretarse como primera causa o principal antecedente de la violencia que pueda venir, dado que suprime cualquier posible espacio político para la izquierda vasca que cree en el socialismo y en la independencia. Y tal vez no todo el mundo acepte de buena gana que no es su condición humana la que la hace merecedora de los humanos derechos sino la venia de Rubalcaba, la santa voluntad del Estado que representa, que nadie más que su ministro disfruta la potestad de otorgar o negar en este estado de derecho y de derecha a quien extender o no licencia para elegir y ser electo.
Lo cierto es que allá donde uno establezca la medida, el punto de partida de lógica tan irracional como el determinismo que el ministro pretende, siempre va a haber otro que corra el nacimiento de la náusea un poco más atrás y lleve sus consecuencias algo más adelante. Tampoco nadie comienza quemando cajeros. Se comienza siendo cliente de un banco.
Pero, además, no es verdad que los pasos que diera ayer un ser humano van a determinar, necesariamente, el rumbo que ese ser humano va a seguir mañana.
Un joven que hoy se vista de futbolista y junto a otros, de manera festiva, juegue en su pueblo vasco a la pelota, no necesariamente, como teme y prohíbe la Audiencia Nacional, va a terminar enterrando sus culpas en cal viva o ahogando a sus contrarios en el Bidasoa, por citar un río. Podría, incluso, fichar por un grande de España.
Otro joven que entretenga su tedio jugando al mus, como censura la Audiencia Nacional, no va inevitablemente a terminar arropando a su rey de bastos con una gabardina y una boina roja antes de sacarlo a pasear por Montejurra. Y tampoco tiene, si es por protegerlo que la justicia española le impide jugar al mus, que acabar como aquellos jubilados vascos del Bar Hendayés que buscaban juego y fueron ametrallados desde la puerta por dos impunes espadas.
Y el que algunos vascos pretendan realizar comidas populares en medio de la calle, no importa estén de fiesta, es lógico que la Audiencia Nacional no lo permita, que debe respetarse la propiedad privada y la calle tiene dueños. Si acaso que pidan permiso a propietarios y herederos, a Fraga Iribarne o al propio Pachi López, por ejemplo, pero ni apelando a los más ilustres oráculos es posible imaginar a donde pueda conducir la pública comida de ser tolerada, que no sea un inodoro o una cama.
El determinismo, por más que al ministro le disguste, carece de racional sustento y se han probado suficientes excepciones como para darle validez alguna. El mismo Rubalcaba conoce sobrados ejemplos de hasta qué punto se puede romper una inercia y cambiar un destino.
Las cincuenta razones que, en su día, llegó a tener el Partido Socialista para abandonar la OTAN, un año más tarde se transformaron en cincuenta razones para presidirla. Javier Solana, y es otro caso que el ministro conoce, de joven universitario antimilitarista pasó a convertirse en comandante en jefe militar. Miles de socialistas que hasta hace poco se acostaban republicanos, hoy se despiertan monárquicos, y su pretendido socialismo no los ha llevado a dirigir la emancipación de la clase obrera, sino a defender los intereses de las multinacionales españolas en su expolio al tercer mundo y a multiplicar los beneficios de los bancos.
Tampoco sus pasados compromisos con esos cuantos universales valores que nos hacen dignos a los seres humanos han tenido las consecuencias que la lógica del ministro augura en el País Vasco. Curiosamente, cuanto más han enarbolado sus gobiernos conceptos como la paz, más han desarrollado la industria militar, la venta de toda clase de armas y su complicidad en las agresiones del Imperio, hasta el punto de embarcarse en guerras humanitarias y contribuir a matanzas en nombres de la vida; cuanto más han enfatizado la solidaridad como concepto, más trabas y restricciones han impuesto a la emigración; cuanto más han mencionado su pretendida defensa de los derechos humanos, más los han vulnerado dentro y fuera del Estado español.
Nadie mejor que el Partido Socialista Obrero Español para demostrar que se puede comenzar reivindicando la ética como principio, y terminar dando cobertura a una banda criminal, financiada con dinero público y arropada por la más vergonzosa impunidad.
Ojalá que, fiel a su propia teoría determinista, no termine Rubalcaba emulando al propio Felipe González, aquel que comenzó siendo el clandestino “compañero Isidoro” y acabó convertido años más tarde en el público “Señor X”.