Hay etapas personales o colectivas que parecen marcadas por la lentitud y la monotonía. Cada domingo y cada lunes resultan idénticos a los domingos o los lunes anteriores, y nada de lo que pasa no merece quedar singularmente registrado en el recuerdo. No hay expectativas de cambio, sólo pura reiteración. Como si la vida hubiera quedado frenada; en suspensión. Pero hay también otras etapas, luminosas, llenas de acción y dinamismo. Entonces el ruido lo inunda y lo mueve todo. Todo parece provisional y acelerado, a punto para una gran sacudida. Nos sorprendemos identificando señales desconcertantes y desenlaces imprevisibles. Percibimos que son tiempos especiales; de solapamientos y de aceleraciones. Tiempos de transformaciones, de decantamientos, de incertidumbres, de ilusiones, de dudas, de viejos miedos y complicidades nuevas, de ambiciones y de esperanzas… Tiempos como los actuales.
La importancia histórica de estos días no la determina ningún posicionamiento del Tribunal Constitucional o del Estado. Ni las afirmaciones o los tics autoritarios de los dirigentes españolistas o la prensa transfranquista. Ni siquiera la renovación coreográfica del escenario político catalán. La razón fundamental de la importancia histórica de estos días es que una mayoría de la población catalana ha osado pensar que vivir al margen del sometimiento sistemático al Estado es posible. Que no estamos condenados como pueblo a vivir para siempre bajo las condiciones que nos impone el Estado. Que es posible determinar por propia iniciativa qué tipo de sociedad y qué tipo de instituciones queremos. Y todo esto, que ahora hemos empezado a considerar y a exteriorizar de manera tan desinhibida y educada, era impensable hasta hace pocos años. Impensable para los que conciben inmutable y perpetua a España, pero impensable, también, para la mayoría de nuestros cuadros políticos y sociales y para nosotros mismos. La liberación multitudinaria de nuestras conciencias -osar pensar- ha sido el primer paso para poder proyectar y poder alcanzar las libertades políticas y la soberanía efectiva -osar actuar-. Hemos pasado de la resignación a la intervención.
Además, estos días, mientras va haciéndose más visible la profundidad de las transformaciones en marcha, son de una intensidad especial porque tenemos fijada una fecha próxima en el calendario: el 9 de noviembre. Y porque tenemos el propósito de no retroceder en el objetivo: queremos votar y votaremos.
Ya estamos en los meses decisivos y no podemos desperdiciar la oportunidad. Más aún: la insistencia del Estado en negarnos el derecho a decidir ha dado aún más relieve al 9 de noviembre. La ha convertido en una fecha de batalla. Porque resultará evidente para todos que, si votamos -sin menospreciar, claro, el carácter de la votación y el resultado-, habremos ganado. Si votamos, habremos impuesto nuestra voluntad y ejercido nuestro derecho ante las maniobras y obstrucciones del Estado. Y habremos iniciado la desvinculación política e institucional con una victoria de un significado extraordinario: nosotros, los débiles, habremos hecho valer la vía democrática frente a quienes nos la negaban para mantener su dominación, su abuso de poder.
¡Pero cuidado! Si el 9 de noviembre no podemos votar, el Estado nos habrá vencido. Sus armas se habrán demostrado efectivas. Y nosotros, a pesar del carácter democrático de nuestros procedimientos, si no podemos votar, habremos retrocedido. Aunque sea provisionalmente.
Tenemos una ciudadanía movilizada; un pacto con una amplia mayoría política y parlamentaria, un propósito y una fecha. Y necesitamos sellar el trayecto recorrido con una victoria contundente ante el Estado. Para desbordarlo. Para saber que podemos traducir la fuerza y la convicción del movimiento cívico en un resultado político efectivo. Para reafirmar que el proceso emprendido es imparable. La derrota -no poder votar- cerraría esta etapa y nos dejaría un sabor agrio y muchas dudas. No sería definitiva, pero el Estado saldría muy reforzado y envalentonado en contra de nuestras aspiraciones.
En las elecciones europeas, en la preparación del Once de Septiembre y en el blindaje del 9 de noviembre se empezará a concretar la posibilidad de alcanzar la independencia en el corto plazo. Es un momento decisivo y no podemos flaquear. Debemos ser conscientes de que, si cedemos, la alternativa no será quedarnos como estamos. Porque la reacción del Estado será proporcional a la intransigencia exhibida hasta ahora o peor. Así pues, pongámonos a punto. A trabajar juntos. Convencidos de que sabemos lo que nos jugamos, que ha costado mucho disponer de la oportunidad, y no la desaprovecharemos.
ARA