El fin de la ilusión

Me ha impresionado ver la cara demacrada y la mirada triste de la Comandante Dos, Dora María Téllez. Con motivo de la conmemoración del 43 aniversario de la Revolución Sandinista de 1979, se ha difundido la imagen de una Téllez en prisión, vestida con un uniforme azul de presidiaria. Han pasado tantos años que quizás poca gente se acuerde de quién era esta mujer, que tenía una pose más de académica que de guerrillera. A veces la opresión y el sentido de la justicia obliga a algunas personas a tomar decisiones que en otro contexto no tomaría. Al frente del sandinismo, Téllez era una mujer importante.

Ella era la “dos” porque por delante ella había dos hombres: Hugo Torres, el ‘Comandante Uno’, y Edén Pastora, el ‘Comandante Cero’. Los tres terminaron rompiendo con el sandinismo. El primero fue Pastora. Él se había convertido en el icono del FSLN-Tercerista. O sea, de la opción insurreccional del sandinismo (las otras dos eran Guerra Popular Prolongada, de carácter castrista, y Tendencia Proletaria, ortodoxamente marxista). El llamado Grupo de ‘Los Doce’ (integrado por profesionales, intelectuales, empresarios de prensa, sacerdotes y guerrilleros camuflados) creía en la necesidad de propiciar un levantamiento armado popular en contra de la dictadura, mediante acciones espectaculares y de esta forma propiciar una política de alianzas con todas las fuerzas políticas contrarias a la dictadura de Somoza. Daniel Ortega, como Téllez, pertenecía también la facción Tercerista del sandinismo, junto a su hermano Humberto Ortega, Tirado López, Herty Lewites y Carlos Coronel. El asalto al Palacio Nacional el 22 de agosto de 1978, resultado de las movilizaciones de octubre de 1977 (cada pueblo tiene su octubre, ¿no?), fue el preludio de la caída del somozismo el 19 de julio de 1979.

Edén Pastora murió el 16 de junio de 2020, en Managua, donde había regresado tras un el exilio de muchos años durante los que apoyó a la Contra, la guerrilla antisandinista. La transformación política de Ortega y de él mismo propició que en abril de 2008 fuera nombrado delegado presidencial en la comisión de desarrollo del río San Juan, fronterizo con Costa Rica, y desde ese cargo gubernamental se convirtió en un defensor acérrimo de Ortega, cada vez más dictador y menos revolucionario. Muchas biografías no son coherentes. O sí, si rascamos un poco. Hugo Torres, en cambio, murió encarcelado el 12 de febrero de este año por su oposición a la dictadura de Ortega que él mismo había liberado con la operación Diciembre Victorioso de 1974. La acción consistió en secuestrar a un grupo de funcionarios del régimen que participaban en una fiesta en Managua. A cambio de su liberación, el comando exigió la libertad de varios presos políticos, entre ellos Daniel Ortega, con quien huyó después a La Habana. Ni las luchas compartidas solidifican las amistades, porque Ortega no tuvo inconveniente alguno para perseguir a Torres por sus ideas políticas. En ‘Rumbo Norte. Historia de un superviviente’ (Editorial Hispamer, 2003), sus memorias, escribe que “la hora de la dignidad, la justicia, la patria” que le llevó a integrarse en las filas del FSLN no sobrevivió al orteguismo. Si encuentran el libro, no se pierdan el prólogo de Sergio Ramírez, el antiguo vicepresidente sandinista de 1979, hoy exiliado. Ciertamente, sus vidas son un viaje de ida y vuelta.

A sus sesenta y seis años, los ojos de Dora María Téllez transmiten el halo de la derrota. Sin embargo, todavía tiene el aspecto de la profesora universitaria que ya transmitía en el pasado. En una conferencia pronunciada en 2014 en el ‘Lilas Benson Collection’ de la Universidad de Texas, Téllez se servía de la escritora Marguerite Yourcenar para explicar la evolución de la revolución sandinista. En el ‘Cuaderno de Notas’ en su novela ‘Memorias de Adriano’, Yourcenar afinaba que la vida humana se define por tres líneas que en su recorrido se aproximan y se distancian: lo que se ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que ha sido. Supongo que pueden imaginarse cuál es la conclusión de Téllez, dado que la revolucionaria sandinista de antaño está hoy en prisión sin haber renunciado a sus convicciones democráticas, feministas y de izquierda que le han guiado toda la vida. Hay políticos que con la mirada pagan. Enseguida sabes que no se puede confiar en ellos. Los ojos de Ortega de 1979 no podían verse tras unas gafas de miope y oscuras. Ahora que no lleva gafas su mirada da miedo. Los ojos de Téllez son claramente la expresión de quien se siente vencido por la injusticia. En la cárcel de Chipote, donde murió Hugo Torres, Téllez sobrevive en un aislamiento severo, torturada por sus carceleros. El ‘pasado de una ilusión’, por resumirlo con el título del ensayo de François Furet de 1995 sobre la idea comunista, generó sus monstruos.

EL PUNT-AVUI