El fascista que inspira al mesías ruso

John Carlin

Apenas conocido fuera de Rusia, Iván Ilín es para Putin lo que Marx fue para Lenin, el pensador cuya influencia define cómo concibe el poder, su patria y su lugar en el mundo. Condenado al exilio en tiempos de la Unión Soviética, fallecido en Suiza en 1954, el muy cristiano Ilín observará a su discípulo desde la tumba con satisfacción.

Y con gratitud. En el 2005 Putin ordenó trasladar sus restos a Moscú para enterrarlos con los honores debidos a un prócer de la patria. El año siguiente Putin envió un emisario a la Universidad de Michigan a recuperar su colección más importante de documentos personales. Luego inició la costumbre que mantiene hoy de citar a Ilín como luz y guía en sus discursos. Los súbditos del presidente respondieron como corresponde.

Dimitri Medvédev, el títere que Putin instaló en la presidencia del 2008 al 2012, recomendó la lectura de Ilín a la juventud rusa. El patriarca Kiril, Papa de la Iglesia ortodoxa rusa y excompañero de Putin en el KGB, ha citado a Ilín con aprobación, como también lo han hecho el canciller Serguéi Lavrov y los gobernadores regionales rusos. En el 2014, mientras Putin ordenaba la invasión del territorio ucraniano de Crimea, el Kremlin regaló una colección de los ensayos políticos de Ilín a todos los funcionarios públicos rusos. En el 2017 la televisión estatal rusa incluyó en sus conmemoraciones del centenario de la revolución bolchevique un documental que celebró el legado moral de Ilín, curioso, ya que fue un fervoroso opositor del comunismo.

En un libro titulado ‘El camino hacia la no libertad’, el autor estadounidense Timothy Snyder, profesor de Historia en la Universidad de Yale, identifica a Ilín como el pilar sobre el que se sustenta la deriva mesiánica de Putin después de la caída de la Unión Soviética. El libro fue publicado en marzo del 2019, tres años antes del inicio de la actual “operación militar especial” de Putin, y contiene esta profética frase: “Putin depende de la autoridad de Ilín para explicar por qué Rusia tiene que debilitar a la Unión Europea e invadir Ucrania”.

En las obras de Ilín, en particular una titulada ‘Nuestras tareas’, se leen ecos constantes del mensaje de Putin hoy, una constante exhortación mística al destino imperial ruso nutrida por la rabia hacia Occidente tras la derrota de la guerra fría. “Confiamos en que llegará la hora en la que Rusia surgirá de la desintegración y la humillación y comenzará una nueva era de desarrollo y grandeza”, escribe Ilín. También: “Occidente exportó el virus anticristiano a Rusia”. Y: “Occidente se guía por un plan de odio y lujuria de poder”. Para rematar, Ilín consideraba que Ucrania no existía como nación, que era parte de la gran Rusia. No fue casualidad que al colocar flores en la tumba de Ilín, en el 2009, Putin declarara: “Es un crimen hablar de la separación de Rusia y Ucrania”.

Lo que no cuadra tanto hoy es que Putin insista en haber enviado sus tropas a Ucrania para liberar el país del nazismo. Ilín fue admirador de Mussolini, Hitler y Franco. Fue, en sentido no metafórico sino literal, un fascista.

Tras ser exiliado por los rojos de Lenin en 1922, Ilín se unió al bando contrarrevolucionario blanco. Ese mismo año Mussolini llegó al poder en Italia, hecho que Ilín celebró y lamentó a la vez. Lo celebró porque entendió el fascismo como el modelo que seguir; lo lamentó porque los italianos lo pusieron en marcha antes que los rusos. Su consuelo fue que “el movimiento blanco es más profundo y amplio que el fascismo italiano”, más basado en el concepto cristiano ruso que exige “el sacrificio de sangre de los enemigos de Dios”. Convencido de que los disidentes derrocarían a los bolcheviques, Ilín se refería a ellos durante los años veinte como “mis hermanos blancos, fascistas”. “El fascismo –dijo– no es una idea nueva, pero nos ofrece un nuevo impulso para implementar nuestra antigua idea nacional rusa y cristiana”.

Ilín vivió en Berlín entre 1922 y 1938, lo que le permitió ver de cerca el ascenso y triunfo del nazismo. Hitler, escribió, había “hecho un enorme favor a toda Europa” al frenar más revoluciones comunistas. La pena, agregó, “es que Europa no entiende el movimiento nacionalso­cialista”, cuyo “espíritu” los rusos deberían asimilar. Lo que Rusia necesitaba, dijo, era un redentor dispuesto al “sacrificio caballeresco” de derramar la sangre de los otros para tomar el poder. Un golpe fascista sería “un acto de salvación”.

Los golpes mortales que recibieron sus dos ídolos en la Segunda Guerra Mundial le obligaron a recapacitar, al menos en cuanto a tácticas. Franco se convirtió en su nuevo favorito. En un ensayo escrito en 1948 Ilín reconoció que Hitler y Mussolini habían cometido errores de los que “los patriotas rusos” deberían aprender. Franco había aprendido, dijo. Por ejemplo, “no llama fascista a su régimen”. Pero la esencia fascista seguía siendo la buena.

“Las masas pueden lograr mucho a la hora de luchar”, escribió, “pero su capacidad para razonar sigue siendo patética”. Por eso había que encomendar el destino de la patria a un vozhd , a un líder, dictador o führer . “Cualquiera que no ama incondicionalmente a su vozhd nacional… lo perderá”, escribió Ilín. “Y este es exactamente el motivo por el cual sus enemigos intentan debilitar la imagen del vozhd , el soberano, con dudas, burlas, calumnias y demonización”.

Stalin se hacía llamar “el ‘vozhd’ del proletariado”. Hoy muchos comparan a Putin con Stalin, a su Rusia con la Unión Soviética. Tienen razón en cuanto a los métodos de control. Putin ejerce el poder a través del miedo y la mentira. La única verdad es su verdad, necesariamente contradictoria y selectiva con los hechos. El presidente de Ucrania es judío y nazi a la vez; Ilín fue un visionario y lo de su admiración por Hitler, bueno, eso lo tiramos al basurero de la historia.

La diferencia con Stalin y la Unión Soviética es en cuanto a los ideales que Putin profesa defender. Del reino de los obreros, nada. Al contrario. Como predica Ilín, las masas deben someter su voluntad y confiar su destino al redentor, al elegido de Dios que recurrirá al sacrificio de sangre para recuperar la gloria nacional perdida. En eso está Putin. Fascismo, o algo muy parecido.

LA VANGUARDIA