Los enfrentamientos armados en torno al campamento de refugiados de Nahr al- Bared han vuelto a traer a Líbano a primera plana informativa, al tiempo que el país vuelve a afrontar un nuevo problema en el ya de por sí complejo panorama regional.
La pugna entre la coalición Marzo 14 e Hizbullah sigue presente en las calles del país, a pesar de que la tensión en las mismas había disminuido en las últimas semanas, por ello, lo que menos necesita Líbano en estos momentos es un enfrentamiento armado entre el Ejército libanés y el emergente campo jihadista, que emerge con fuerza en la comunidad sunita libanesa.
Estos enfrentamientos ponen de manifiesto, sobre todo a la vista de las víctimas mortales, que los mayores perjudicados son la población civil libanesa y los refugiados palestinos, pero también la vecina Siria puede verse en aprietos, no tanto por la consistencia de las acusaciones en su contra, pero sí por el desgaste que deberá afrontar por las mismas.
Los que apuntan la supuesta participación siria en esta nueva crisis libanesa buscan desesperadamente continuar construyendo las bases para el deterioro de la situación interna en Siria, pues todos conocen que el régimen de Damasco es un declarado enemigo de los movimientos jihadistas, a los que ve como un verdadero peligro para su propia continuidad futura.
De todas formas, la presencia de este tipo de organizaciones de carácter jihadista en Líbano no es nueva, pero probablemente, los mismos que buscan ahora supuestas relaciones entre éstos y Siria, son los mismos que no han dudado en el pasado en mirar hacia otro lado cuando desde diferentes sectores libaneses y de la región se advertía del peligro que podrían representar esos grupos.
En el pasado, algunos ideólogos de Washington ya habían barajado la posibilidad de utilizar los diferentes grupos jihadistas para contrarrestar el poder de las organizaciones laicas palestinas en los campamentos de refugiados, así como para frenar el auge popular de Hezbullah en el país, incentivando los enfrentamientos entre chiítas y sunitas como la fórmula ideal de llevar a cabo sus pretensiones.
Y todo ello, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, no es más que alimentar la bestia que puede acabar devorando todo lo planeado, tal y como sucedió en Afganistán o en Iraq.
Para muchos medios occidentales, la aparición de estas organizaciones es cosa nueva, pero otros llevan tiempo señalando la presencia de corrientes y grupos que se estarían alineando con las tesis de Al Qaeda y que habrían logrado estructurar una fuerza importante en Líbano, Jordania y en el futuro en la misma Palestina.
Durante los últimos años, han ido apareciendo diferentes organizaciones, y a pesar de la muerte de sus dirigentes (en las cárceles libaneses, como es el caso de Al-Khateeb en 2004, o en atentado del Mossad, como al-Masri, un año antes), esos grupos han logrado mantener y desarrollar su presencia en Líbano, nutriéndose de las capas palestinas más pobres de los campos de refugiados, que cansadas de la corrupción de algunos de sus dirigentes, han vuelto sus esperanzas hacia el movimiento jihadista o salafista. Pero también ha aumentado la presencia de militantes provenientes de la comunidad sunita libanesa, como lo muestra el creciente número de libaneses que han participado en la guerra en Iraq.
Hasta la fecha parecía que Líbano era la sociedad árabe menos afectada por las ideas salafistas y jihadistas, con una sociedad que no veía ningún atractivo en esas tendencias ideológicas. Sin embargo, en estos momentos, la presencia de esos movimientos es tan evidente, y no sólo por el cariz y la magnitud de los recientes enfrentamientos, que ya comienzan a apuntarlos como una nueva fuerza del tablero político y social del país.
Como señalan algunos analistas locales, “el desarrollo político y social en Líbano está creando las condiciones para esa presencia”. También el llamado “factor iraquí” estaría desempeñando un importante papel en este nuevo auge del islamismo radical.
La situación puede complicarse todavía en los próximos días o en los meses siguientes. El ataque del Ejército libanés, que cuenta con el “beneplácito” político de Hezbollah y de las organizaciones palestinas, está causando un alto número de víctimas civiles, que pueden llevar a una mayor radicalización de esos sectores y a un mayor alineamiento con los grupos salafistas.
Además, la respuesta de éstos, que ya han amenazado con llevar sus ataques a todo el país y probablemente contra importantes sectores de la población libanesas y contra algunas figuras políticas del país (ya el pasado mes de diciembre “Le Monde” señalaba las supuestas intenciones de Fatah al-Islam para acabar con la vida de 36 dirigentes políticos), lo que añadiría aún mayor dosis de incertidumbre y tensión a la frágil situación que vive Líbano.
Más allá de la siempre peligrosa desestabilización libanesa, también nos encontraríamos ante profundas consecuencias e implicaciones para toda la región.
* Txente Rekondo Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)