GRATO es recordar el acto que un 18 de mayo, hace 100 años, tuvo lugar en Montevideo, Uruguay. Dio como resultado la creación del Euskal Erria, una sociedad fundada con objetivos contundentes: la reunión de la familia vascona dispersa en República a la que arribaron tras la derrota de las guerras carlistas, fundación de instituciones de enseñanza y protección social, impartir clases del idioma vasco, adquirir para tales fines un local y facilitar a vascos que fueran arribando, acomodo conveniente. Se materializan estas ideas en estatutos en la reunión del 1 de julio en el Teatro Colón de Montevideo y, tras las discusiones pertinentes, se dio el pistoletazo de salida para la realización del ambicioso proyecto.
En el Teatro Colón se añadió una cláusula referida a la singularidad nacional de los asociados y se estableció la alternancia de la presidencia a los nativos de Iparralde. El primer presidente fue Nicolás Inciarte y la vicepresidencia recayó en Fernando Parrabere. Hay un bibliotecario, Pedro Ospiteleche, y demás comisiones pertinentes. Se instala la Sociedad en la calle San José, que tenía un trinquete. Las acciones suman 40.000 pesos indivisibles, sin interés y amortizados por sorteo. La compra de la sede se realizó en 1926 por la suma de 37.500 pesos. Sigo los datos del libro de Xabier Irujo y Alberto Irigoyen, nietos de hombres que laboraron y engrandecieron el Euskal Erria, en su obra La Sociedad Confraternidad Vasco Euskal Erria de Montevideo, editada por el Euskal Jaurlaritza, en 2007.
En la sede de San José transcurrió parte de la infancia maravillosa que me regaló Uruguay, con su democracia ejemplar, su amplia generosidad y su comprensión al problema vasco, agravado por los avatares de la Guerra Civil del 36. Mis padres, pasajeros del Alsina, el barco de derrota interminable, llegaron a Buenos Aires, pero se establecieron en Montevideo en 1943, en ocasión de La Gran Semana Vasca de Montevideo que despertó la conciencia de uruguayos, argentinos y chilenos al caso de los vascos, hasta entonces silenciosos aunque honrados y emprendedores pastores de rebaños de las pampas. Se sabía poco de su cultura, asunto que explotó en los actos de La Gran Semana Vasca: danzas, música, legislación e historia, discursos en nuestra lengua peculiar, lograron despertar un interés desmedido. Los actos de La Gran Semana Vasca fueron presididos en Montevideo por el presidente uruguayo, Juan José Amezaga, y por primera vez en las calles y plazas de América, la ikurriña tuvo su lugar junto a las banderas nacionales, en actos de protocolo y de emoción popular. Así como los bailes y música, la exhibición de los trajes nacionales y la boina, prenda masculina obligada, según observo en las fotos, y la degustación de nuestra excelente gastronomía.
No podría entender mi forma de ser vasca sin el Euskal Erria. Su trinquete donde se jugaban partidos de gran asistencia, su concurrido bar, su salón de actos con su cocina vasca, siempre en ebullición, su silenciosa biblioteca donde campeaban los libros de la Editorial Ekin de Buenos Aires, nutrientes de esencia vasca, su estrecha escalera que tantas veces subí y bajé saltando. Como rememoro en Memorias de Montevideo, conocí gente que había hecho la guerra carlista y tras su derrota forjaron otra vida en tierra ajena, pero que seguían siendo vascos. Algunos hablaban malamente el castellano melódico uruguayo. Ellos fueron mis abuelos, a los que no pude conocer por el exilio de mis padres, el hilo mágico que me aferró a una herencia común. Fui pueblo vasco porque ellos estaban allí dando testimonio. Los ancianos del asilo, vigilados por el Euskal Erria para favorecer el bienestar de sus últimos días, hablaban de cuanto habían tenido que dejar por lo mucho que lo habían amado. Se denominaban a sí mismos euskaldunes. Quebrados por los trabajos emprendidos, su amor por sus raíces identitarias, resultaba aleccionador y conmovedor.
Presencié la labor de mis padres por la cultura vasca, las acciones emprendidas para dejar patente nuestra exigencia de libertad, pese a los múltiples esfuerzos de la embajada de España en torpedear no tan solo los actos políticos, sino los laborales, añadiéndonos la etiqueta de rojos masones que, en algunas ocasiones, tenía buen resultado para ellos, malo para quienes buscaban trabajo.
Cien años hace que unos hombres y mujeres emprendieron aquella labor y sigue la sede de San José ostentando su nombre y su misión. Recuerdo cuando mi padre me señaló el Zazpiak Bat que presidía el bar, de vidrio emplomado, y me fue señalando los pueblos vascos representados… su voz tembló al nombrar a su natal Bizkaia, pero se hizo esperanza al nombrar a Nabarra, la matriz del viejo Estado vasco.
Entonces estudiaba historia uruguaya, la división de sus departamentos, el origen del nombre de la república… el río de los pájaros pintados, recitaba el poema Tabare, reseñaba el nombre guaraní de dioses perdidos. Y me fue naciendo esta dualidad padecida por que los que nos criamos en esa América tan vital como generosa. Ese sentimiento peculiar de ser vascos pero también uruguayos, argentinos, venezolanos, americanos… tratando de reubicar las raíces de donde nunca y menos por imposición de las armas, debieron desgarrarse.
http://www.deia.com/2012/05/28/opinion/tribuna-abierta/el-euskal-erria-de-montevideo-100-anos