A raíz del proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña, circula estos días una mentira difundida indistintamente por nacionalistas catalanes y españoles que distorsiona la realidad y conduce a equívoco; una mentira que pretende darnos gato por liebre aunque por motivos distintos según quien la cuenta. Me refiero al propósito de presentarnos una simple mejora como un gran avance. Una mejora puede ser muy beneficiosa, no hay duda, pero no es un avance, es una reforma. Un avance, en cambio, no sólo implica una mejora, sino que constituye un progreso, una evolución. Y el nuevo Estatuto catalán no es un avance, es una mejora.
En este sentido, me permitirá el lector que le ponga un ejemplo. Imaginemos un joven de 30 años que por razones diversas, entre las cuales unos padres dominantes interesados en retenerle, continua viviendo con su familia sin el más mínimo proyecto de emancipación pero consciente de que sus condiciones de vida en esa casa no pueden ser las mismas que cuando tenía 14 años. Ese joven, consecuentemente, convoca una reunión familiar y propone a sus padres una mejora de dichas condiciones con el fin de mantener la convivencia explicando que sus necesidades han cambiado y que su marco de libertades debe ser superior. Su propuesta es que a partir de ese momento traerá a su habitación cuantas chicas quiera y dormirá con ellas si le place. Se produce un gran debate y después de muchas discusiones los padres, a regañadientes, como mal menor, acceden. ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿El joven inmaduro ha avanzado, ha crecido como persona, o simplemente ha mejorado sus condiciones de vida en esa casa? Es evidente que no hay avance, sólo mejora, porque el punto de partida de esa reforma no es otro que la inmadurez de dicho joven. Incapaz de independizarse como corresponde a su edad, falto de autoestima y de confianza en sí mismo, ha decidido que no es lo bastante fuerte para tener su propia casa y vivir de acuerdo con sus propias libertades. Con lo cual se autoimpone la negociación de esas libertades con alguien que, por principio, siempre las encontrará excesivas.
Puede darse el caso de que ese joven, consciente de su pusilanimidad, pretenda autoengañarse y engañar a sus amigos diciendo que su vida ha experimentado un gran avance, pero será mentira. Estará enmascarando la realidad y presentando unas simples mejoras como un acto de independencia personal, cuando lo cierto es que sus amigos tienen su propia casa y toman sus propias decisiones mientras que él sigue ocupando una habitación en la casa de sus padres y negociando con ellos su régimen de convivencia.
Pues bien, los nuevos Estatutos de Cataluña y de Euskadi son eso: una mejora del régimen de convivencia dentro del marco estatal español, en absoluto un avance hacia la independencia y constitución de un Estado propio. Cuando alguien hace obras en la cocina de su casa es que ha decidido cocinar durante muchos años en ella y cuando un preso solicita una cama nueva es que no tiene la menor intención de fugarse. En ambos casos hay mejoras sustanciales, pero las paredes que circundan la vida de esas personas siguen siendo las mismas.
En esta historia los partidos nacionalistas catalanes, ERC y CiU, parecen muy interesados en hacernos creer que la cocina y la cama nuevas suponen la antesala de la independencia de Cataluña, de la misma manera que los partidos nacionalistas españoles, PP y PSOE, como los padres del joven de 30 años, se escandalizan diciendo que semejantes reformas esconden en realidad un proyecto para abandonar la casa. Este comportamiento denota dos cosas y ninguna de ellas positiva: De un lado, pone en evidencia la incapacidad de los partidos con conciencia nacional para hacer de Cataluña una nación adulta, o sea, un Estado independiente. Del otro, demuestra la incapacidad española para asumir ningún otro pacto de convivencia que no sea el del sometimiento del Parlament catalán al Congreso español. Parece que no nos damos cuenta de que lo normal en la edad adulta, ya sea individual o colectivamente, no es vivir tutorizado o sometido a la voluntad de otro. Eso no es lo normal. Es una trampa tendida por España y por algunos políticos catalanes y vascos cuyo fin consiste en hacernos creer que lo normal no es que el joven de 30 años se independice, sino que viva en casa de sus padres. Es decir, se trata de ocultar que estamos frente a una anomalía terriblemente enfermiza que sólo puede corregirse devolviendo al sujeto su dignidad.
¿Y qué efectos prácticos tiene la dignidad?, se preguntará algun lector, ¿Cómo se avanza por medio de la dignidad? De entrada hay que decir que la dignidad, por sí misma, es el mejor blindaje contra la autodestrucción. Y en los nuevos Estatutos de Cataluña y de Euskadi hay, aunque sea de buena fe, elementos autodestructivos desde un punto de vista nacional, porque suponen -como el Estado de las Autonomías- una legitimación de España como marco nacional de catalanes y vascos. Cuando alguien nos dice que estamos ante una oportunidad única para “avanzar” en el autogobierno no se da cuenta de la estupidez de su razonamiento, no se da cuenta de que correr por el pasillo de casa puede ser un buen ejercicio pero no lleva a ninguna parte. Ningún preso avanza por muchos kilómetros que haga en el patio de la cárcel. Por ello, cuando se nos habla de “oportunidad única” es como si se nos dijese que debemos quedarnos en España porque ahora manda un señor que es buena persona. ¿Y qué pasará cuando esa buena persona tenga mayoría absoluta? La solución, cuando las puertas están cerradas, es un desafío inteligente que muestre al mundo la naturaleza antidemocrática de España prohibiendo la celebración de un referendum de autodeterminación, encarcelando a los presidentes de Cataluña y Euskadi y oponiendo el ejército a las urnas. Esta es la foto que hay que mostrar al mundo para que el mundo sepa quien es realmente España. Esa es la foto que España teme porque es la que ha de cambiar el curso de nuestra historia.