Para el gobierno español cualquier muestra de disidencia que le llegue del País Vasco, o se considera parte del entorno o se reconoce como parte del umbral.
Así se proteste por la imposición de proyectos ferrocarriles insensatos, así se manifieste la secular discriminación de la lengua vasca, o se denuncien aberraciones jurídicas que harían palidecer cualquier vergüenza, no importa de qué se trate, para el Ministerio del Interior todo ciudadano vasco es susceptible de moverse entre el entorno y el umbral.
Y el caso es que ambos hubieran sido dos magníficos conceptos para un tango. Lo pienso cada vez que los oigo en boca de sesudos milongueros de tertulia, desafinando a coro por los medios, o cuando artero los columpia en sus ruedas de prensa el ministro fabulador de turno.
Bastaría agregarles una viejita ciega y aterida de frío en una esquina, o una nena famélica al borde del colapso, incorporar un bandoneón que respire la pena y una guitarra que le haga el contrapunto, para que, al instante, en criollo cambalache, como juega el gato maula con el mísero ratón, aparezcan mano a mano los entornos, los umbrales… a media luz los dos.
Y es que el entorno y el umbral están hechos para ser cantados.
Hasta pudieron, de no haber sido un tango, servir a algún bolero y sellar una amable cuarteta que echara a rodar los pies y los pretextos… pero ni como tango ni como bolero suenan.
Por ahí andan el entorno y el umbral, en