El primer enfermo de Europa fue el imperio otomano. Atribuida al zar Nicolás I de Rusia, esta expresión comenzó a saltar de periódico en periódico a mediados del siglo XIX y alcanzó notable popularidad con las crónicas de la guerra de Crimea. El mundo iba entonces más despacio y un buen titular podía ser esculpido en piedra.
Desde la abolición del sultanato en 1922, periódicamente aparece un enfermo en la gran prensa europea. Lo fue Inglaterra, cuando los sindicatos controlaban Downing Street; lo fue la agonizante Unión Soviética y su mortecino glacis oriental cuando Gorbachov ya no pudo más; lo fue Alemania cuando tenía dificultades para pagar la costosa factura de la reunificación. Y ahora es el turno de España. España está destronando estos días a la desconcertante Italia de Silvio Berlusconi, donde el inquietante deterioro de la vida pública se combina con una más que notable capacidad de resistencia a la crisis económica.
“Der spanische Patient” (El paciente español) titulaba hace unos días el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el más serio e influyente de los diarios alemanes. En crónica fechada en Madrid, el periodista Leo Wieland quería decir lo mismo que el zar Nicolás, jugando con un drama romántico que tuvo mucho éxito en los cines (El paciente inglés). Los títulos de las películas siempre han inspirado a los periodistas. Wieland explicaba a sus lectores que España se ha convertido en una fábrica de parados y que la enfermedad va para largo, diagnóstico en el que coinciden los más destacados observadores. Hace una semana, Le Monde tomaba nota de la creciente pulsión bonapartista de José Luis Rodríguez Zapatero -¡dejadme solo!-, y el diario económico Les Échos lanzaba el siguiente diagnóstico tras conocer las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional: “España, hijo enfermo de Europa, estará entre los últimos países en salir de la recesión”. Los alemanes nos sitúan en la unidad de grandes quemados (junto al paciente supuestamente inglés de la película de Anthony Minghella), y los franceses, más paternales, en el hospital pediátrico. España es el nuevo enfermo de Europa.
En el ínterin, los nacionalistas vascos han sido los primeros en captar la gravedad del cuadro clínico, con ese temperamento frío que les caracteriza. Se han ofrecido a dar oxígeno al enfermo, a cambio de poder inhalar la mitad de la bombona. Tras la debacle de Juan José Ibarretxe, la subida al monte del Partido Nacionalista Vasco ha durado exactamente cuatro meses y quince días. Saboreados los primeros amaneceres frescos en la foresta, el PNV ha regresado a la ciudad, que es el lugar de la política.
Nacionalistas y socialistas están cerrando un pacto de estabilidad presupuestaria en las principales instituciones del País Vasco que se trasladará a Madrid, si el PSOE impulsa en el Congreso el denominado blindaje del concierto foral. Adiós al monte; adiós al fantasma del general Zumalacárregui; adiós a Ibarretxe, del que nunca más se supo; adiós (por ahora) a las consultas soberanistas; hola, de nuevo, a la inteligencia. Hola a Josu Jon Imaz, el mejor dirigente político que ha tenido España en la última década, que observa desde la presidencia de Petronor como los hechos le están dando la razón.
Primer capítulo del posible acuerdo: los socialistas votan a favor de los presupuestos de las tres diputaciones forales, presididas todas ellas por el PNV. Segundo capítulo: los socialistas renuncian a presentar una moción de censura en la diputación de Álava, donde PSOE y PP suman una cómoda mayoría. Tercer capítulo: la Hacienda española paga de inmediato 456 millones de euros a la citada diputación foral alavesa, dando cumplimiento a una reciente sentencia sobre el IVA de los coches de la marca Rover. Cuarto capítulo: el Gobierno eleva el rango de las normas tributarias forales para que estas sólo puedan ser recurridas ante el Tribunal Constitucional y no ante los tribunales ordinarios. El concierto vasco queda así equiparado con el convenio navarro. Quinto capítulo: los seis diputados del PNV aprueban los presupuestos generales del Estado del 2010, convirtiendo en un juego de niños la negociación paralela del PSOE con las izquierdas más o menos unidas.
El PNV ofrece estabilidad a Zapatero, a cambio de respetabilidad social y centralidad política, a cambio de mantener el marchamo de partido defensor de los intereses vascos, y de abrir una primera brecha en la santa alianza española, ya que el PP difícilmente podrá apoyar el blindaje del concierto en el Congreso.
Y aún podríamos añadir un sexto capítulo: en el portafolios que acompañará al presidente del Gobierno en su inminente visita a la Casa Blanca figurará el nombre de diversas empresas vascas que destacan como productoras de alta tecnología para las energías renovables. Zapatero no sólo intercambiará progresismos con Obama. La intención del Gobierno es practicar en Estados Unidos un aznarismo de izquierdas: de la amortizada amistad con los petroleros texanos, a la conquista de posiciones en la nueva economía verde. Publicidad e intereses. Fotografías publicables con el inquilino de la Casa Blanca y oportunidades para las empresas españolas en el prometedor mercado tecnológico de la próxima década. El paciente está en cama, pero aún le quedan ideas.
Estamos ante el regreso