Ahora que, por fin, la separación de Cataluña está en la agenda política de manera explícita, hay que debatir el proceso de integración plena de Cataluña dentro de la comunidad internacional. Esta cuestión, que España querrá utilizar para bloquear nuestras aspiraciones nacionales, gira en torno a tres problemas que examino a continuación.
1. La regulación del derecho a la autodeterminación
Desde 1960 las Naciones Unidas han reconocido el derecho a la autodeterminación para territorios coloniales y para pueblos con una situación de explotación o subyugación completas. Cataluña no entra dentro de estas categorías. Sin embargo, su constitución como estado independiente no vulneraría ninguna norma internacional: como indicó el Tribunal Internacional de Justicia en una opinión emitida en 2010 sobre la secesión de Kosovo, aunque el sistema jurídico internacional no otorga explícitamente el derecho a autodeterminarse, tampoco prohíbe el ejercicio de la autodeterminación.
2. El reconocimiento internacional
Como indica la Convención de Montevideo de 1933, una entidad se constituye en Estado de acuerdo con el derecho internacional cuando tiene un territorio y una población estables y un gobierno capaz de gobernarlos, y cuando puede actuar como estructura independiente y soberana respecto a otros estados. Fijémonos que no es necesario el reconocimiento por parte de otros estados para ser un estado de pleno derecho. Por eso mismo, las repúblicas bálticas pasaron a ser estados una vez se declararon independientes y antes de que ningún otro Estado las reconociera como entidades soberanas. Por tanto, una simple declaración de independencia convertiría a Cataluña en un Estado independiente.
Naturalmente, el reconocimiento internacional no deja de ser esencial (aunque es posterior al acto de soberanía) tanto para poder operar como una entidad normal en el mundo como para poder ser miembro de organizaciones internacionales. Obtener el reconocimiento de otros países es, sin embargo, una cuestión estrictamente política y diplomática que requiere dos cosas: un proceso de independencia pacífico, democrático y legítimo para dejar sin argumentos a los que se oponen, y el trabajo inteligente y paciente del gobierno de la Generalitat para crear una red de amigos (como los grandes estados europeos y Estados Unidos) que acepten un hecho consumado (y que entiendan que Cataluña sería una democracia estable y próspera y un aliado estable).
3. La pertenencia a la Unión Europea
En el debate sobre la independencia, la mayoría de los catalanes parece que apuestan por ser un nuevo Estado de Europa (y, más exactamente, de la UE). Y aquí la pregunta es si una Cataluña independiente pasaría a ser admitida automáticamente en la UE o si, por el contrario, España podría vetar su admisión. Como no ha habido nunca ninguna ampliación interna de la UE, no tenemos ningún precedente que nos permita responder a esta cuestión con certidumbre.
Hay voces optimistas que creen que, en aplicación de la Convención de Viena de 1978 sobre sucesiones de estados a los tratados (artículo 34), Cataluña se subrogaría automáticamente en la posición de España y pasaría a ser parte de todos los tratados y organizaciones a la que pertenece el Estado español. Personalmente, lo dudo. La Convención de Viena se refiere a tratados internacionales. Las organizaciones internacionales son diferentes: sus miembros se autorregulan a diario y, naturalmente, quieren decidir quiénes son sus socios. Ahora bien, esto no quiere decir que haya que ser pesimistas. Primero, España es (y será) un país políticamente débil en Europa, con poca capacidad de veto permanente. Segundo, hay actores importantes (desde Estados a grandes multinacionales) poco interesados en tener un agujero negro en una economía, como la catalana, del tamaño de Portugal. Tercero, es verdad que pertenecer a la UE tiene ventajas importantes (un mercado unificado y una protección tácita contra la voluntad de reabsorción de España), pero se puede prosperar fuera de la UE: los mejores estados de Europa -Noruega y Suiza- no son miembros, es posible mantener los mercados abiertos con Europa y el mundo mediante una red de tratados bilaterales y, de hecho, el mismo euro es un corsé con efectos cada vez más discutibles.
Después de todo, resolver el encaje internacional de Cataluña dependerá de nuestra capacidad de explicar fuera la naturaleza del conflicto político (no sólo fiscal) existente, de defender el talante pacífico y europeo del país y de generar una red de aliados. Como decía el presidente Mas hace escasamente una semana, la soberanía no es un juego de niños. Efectivamente, para que no lo sea, ahora le toca a la Generalitat liderar este proceso de cara al exterior de manera explícita y creíble.