El e-nacionalismo alemán

La hostilidad de Angela Merkel a un plan de rescate de la eurozona para Grecia tiene mucho calado. Alemania se ha vuelto hacia el interior, ha revaluado y disminuido sus obligaciones con Europa

La ley número uno de la sociedad del riesgo mundial dice así: jamás debe dejarse pasar un riesgo global sin aprovecharlo, puesto que es una oportunidad para hacer algo grande. En todo caso, la respuesta política no tiene por qué ser multilateral y cosmopolita; también puede ser unilateral y nacional. Ahora tenemos un claro ejemplo: la canciller alemana, Angela Merkel, ha aprovechado la crisis de la moneda europea para reorientar las debilidades de la política financiera de la eurozona hacia una Europa alemana.

Cuando el riesgo financiero tenía en vilo al mundo, los Gobiernos fueron elogiados porque, de forma sorprendentemente política, tomaron la iniciativa para salvar a la economía mundial de sí misma. El año pasado los bancos fueron el problema; este, lo son los propios Gobiernos. ¿Pero quién salva de la quiebra estatal a los Estados? El riesgo de quiebra estatal no es sinónimo de quiebra estatal. Riesgo quiere decir la anticipación de la catástrofe en el presente, que hay que distinguir claramente de un futuro efectivo. Es importante esta distinción porque los pronósticos de riesgos nos ponen ante los ojos precisamente ese futuro que hay que evitar.

En este sentido, los Gobiernos de Europa luchan contra lo hasta ahora impensable: el fantasma de la posible quiebra del Estado y el desmantelamiento del euro que recorre los mercados. Hasta hace poco, el euro aún se consideraba como fiable áncora de estabilidad en tiempos de turbulencias financieras mundiales.

Repentinamente, irrumpe en la unión monetaria una decisión sobre sus mismos principios: ¡cooperar o fracasar! Yo pensé: “¡Dios mío, qué oportunidad!”. Si no existiera la Unión Europea, habría que inventarla ahora para evitar el desmantelamiento del euro. ¡Immanuel Kant o la catástrofe! Si el euro ha de ser fuerte y estable, ahora se trata de reunir la voluntad para seguir impulsando la integración y coordinación de las políticas económicas, para dar otro paso adelante en la eurozona.

¿O es que Alemania ve llegado el momento de defender el modelo de éxito alemán frente a los embates de los celosos vecinos europeos, que pretenden enjugar sus déficits metiendo la mano en su bolsillo? ¿No hay que buscar la solución en un nacionalismo recíproco, tal como imaginan los europeos pragmáticos, los que llevan a Europa sólo en la cabeza? Según esto, cada Estado tiene la autonomía y el derecho de regular sus propios problemas financieros. Al mismo tiempo, cada nación debe reconocer la soberanía de las demás naciones europeas, de tal modo que todas eviten las repercusiones negativas en otras naciones de sus decisiones en materia de política económica. Esta perspectiva se basa en tres principios: igualdad de derechos, consenso en cuanto a las medidas adoptadas y responsabilidad recíproca. A lo que se añade un cuarto principio: un rechazo estricto al desarrollo de las competencias de la UE en el ámbito de la política económica. Este modelo de nacionalismo recíproco puede que sirva para épocas de bonanza, pero en tiempos en los que existe la amenaza de desmantelamiento del euro está condenado al fracaso. Políticas presupuestarias y financieras, sistemas sociales y fiscales irreconciliables se convierten en cargas políticas explosivas. No hay país lo bastante fuerte para sacar al resto de la ciénaga. Al mismo tiempo, se evidencia hasta qué punto todos están interconectados: si un Estado quiebra, amenaza con arrastrar a otros consigo.

Los actuales riesgos financieros desencadenan un “imperativo cosmopolita”, es decir, obligan a cooperar incluso cuando agentes clave, como la canciller alemana, no ven motivo para hacerlo. Se dijo que la recepción a Merkel tras la cumbre de la UE en Bruselas había sido seria, pero no hostil. Merkel se había impuesto en una discusión en la que estaba sola contra todos. El imperativo cosmopolita que en última instancia movió a la canciller a presentar una peculiar iniciativa que permitiera recurrir a un reparto europeo de las cargas se formuló finalmente en el transcurso de un “aperitivo”. En los días previos, el Gobierno alemán había difundido que el tema de la posible quiebra de Grecia no estaba en el orden del día. El encuentro decisivo, por lo tanto, tampoco tuvo lugar como sesión formal de trabajo, sino en un “aperitivo” previo a la cena conjunta de los jefes de Estado y de Gobierno de la UE: los 16 representantes de la eurozona tomaron su aperitivo separados de los representantes de los países que no pertenecían a la moneda común.

En la crisis de riesgo del euro han cristalizado las nuevas relaciones de poder. En caso de decisión no actúan la Comisión Europea, ni el presidente de la UE, ni el presidente del Consejo, como tampoco Francia, Italia, España o Reino Unido; a la hora de la verdad, actúa la canciller alemana cerrando filas con el presidente de Francia, Sarkozy. Angela Merkel no es Angela Kohl ni Angela Brandt. La canciller alemana tampoco es Maggie Merkel. Es Angela Bush. Del mismo modo que el segundo presidente Bush utilizó el riesgo del terrorismo para imponer al resto del mundo su unilateralismo de la guerra contra el terror, así ha aprovechado Angela Bush el riesgo financiero europeo para imponer al resto la política de estabilidad alemana.

El marco alemán era la moneda del poder alemán. Lo mismo debe regir ahora para el euro. El euro amenazado por el desmantelamiento queda marcado, de forma retrospectiva y duradera, por el nacionalismo del marco alemán. La premisa por antonomasia de la política de Alemania en la posguerra -el multilateralismo- fue sacrificada a una extraña mezcla de autorreferencialidad, autoensalzamiento y autoengaño respecto a una necesidad de “estabilidad del euro” en nombre de Europa.

El avance de Merkel hacia el “euro alemán” se encuadra en un marco más amplio. Trátese de la economía, de la política exterior o de las intervenciones en el extranjero del Ejército alemán, la canciller habla en nombre de una nación que, como dicen los franceses, se encuentra en un repli en soi (volcada en sí misma); una Alemania que ha dejado de encarnar a los más europeos de los europeos, y que, al contrario, devalúa sus obligaciones y lazos con Europa; una Alemania que elige su futuro como la “Suiza mayor” y la “China menor”; una Alemania que redefine el sentido de la historia constitucional alemana tras la II Guerra Mundial en el sentido de un Estado nacional autorreferencial; y con ello, no en último término, una Alemania que reaviva la “cuestión alemana” de Europa.

Lo que toma forma política con todo esto es la mentira existencial nacional de las élites intelectuales europeas. Estas lamentan la anónima burocracia europea o el fin de la democracia, partiendo tácitamente del supuesto, por completo irreal, de que existe una vía de retorno al idilio del Estado nacional. Predomina el ofuscamiento de la fe en el Estado nacional con relación a su propia historicidad; la pertinaz y sorprendente ingenuidad con la que se toma por eterno o natural lo que hace dos o tres siglos aún se consideraba antinatural y absurdo. Este nacionalismo intelectual, esta nostálgica mentira existencial no predomina únicamente en el agujero del populismo de derechas de Europa. También predomina, atravesando la distinción entre izquierda y derecha, en los círculos más educados y cultos.

El modelo alemán de posguerra era el de una política exterior propia de la modernidad avanzada: postnacional, multilateral, repleta de acrónimos, economicista, sumamente pacífica en todos sus aspectos, propugnadora de la interdependencia en todas direcciones, a la búsqueda de amigos en todas partes, figurándose enemigos en ninguna: “poder” era casi una palabra malsonante, que era reemplazada por “responsabilidad”; y los intereses nacionales, cual consolas kitsch, siempre se ocultaban tras un grueso paño en el que se habían bordado los nombres “Europa”, “paz”, “cooperación”, “estabilidad”, “normalidad” e incluso “humanidad”. ¿Sólo parece, o de hecho es así, que en el preámbulo de la Ley Fundamental alemana la Europa unida ya no es el faro de la política alemana y de la idea que los propios alemanes tienen de sí mismos? Si esto fuera así, es que han pasado las mejores horas de Alemania y Europa. En ese caso, la UE estaría en el camino de regreso a la zona de librecambio de luxe: a la sociedad del riesgo mundial, en el que ningún país puede resolver solo sus problemas.

Ulrich Beck es sociólogo, profesor emérito de la Universidad de Múnich y profesor de la London School of Economics.

Traducción de Jesús Alborés.

 

Publicado por El Pais-k argitaratua