El día que perdimos la inocencia

La decisión final de la CUP debería ser recibida como una gran lección política para el conjunto de los soberanistas. Y es que ha quedado claro que el entusiasmo, el entusiasmo y la estética de la sonrisa no son suficientes para hacer frente a un desafío de las proporciones del que se ha puesto delante. Tampoco sirve la improvisación antisistema. Quizá porque puedo decir que conozco de cerca la cultura política de la CUP, no soy de los que ahora hará sangre con el tiempo perdido “negociando”, ni con sus lógicas de toma de decisión, ni siquiera con la decisión final.

Todo era previsible. De manera que quien debe reflexionar es quien ha demostrado que no los conocía, y no porque ellos no hubieran sido claros en todo momento. Incluso, más que los electores, quien debe reflexionar son las instituciones y los medios de comunicación que, debido a su actitud condescendiente, no quisieron ver las limitaciones ideológicas y organizativas que tendría la CUP en caso de ser decisiva en el terreno de juego parlamentario. No creo que el electorado soberanista se haya desdicho de su horizonte, pero sí ha perdido la inocencia. Y esto es una muy buena noticia.

En segundo lugar, aparte de haber derrochado y perdido su fugaz capacidad de ser determinante, quien también ha perdido la inocencia es la misma CUP. Con su decisión ha puesto en evidencia que son muy buenos a la hora de denunciar las debilidades del sistema, pero que cuando se tienen que poner el mono y coger las herramientas para cambiarlo, temen ensuciarse las manos. Y al final, una CUP miedosa ha tomado la decisión que ponía menos en riesgo la organización.

Después de todo, en el ‘no a Mas’, desde el principio, estaban todos. Pero en una transigencia estratégica, sólo la mitad. Por tanto, no es cierto que el debate de fondo haya sido “independencia o revolución”. No los hago tan simples. Las asambleas han servido para saber qué garantizaba mejor su supervivencia y qué acentuaba el riesgo de ruptura interna si se facilitaba la formación de gobierno a Juntos por el Sí. Una decisión conservadora para volver a la zona de confort, que es la de la retórica revolucionaria sin compromisos con la realidad. Las palabras de Gabriela Serra de ayer en la rueda de prensa lo confirmaban con rotundidad. A partir de marzo podrán volver a hacer discursos y dar lecciones.

En tercer lugar, más que el futuro de la CUP y sus resultados electorales del próximo marzo, lo que nos debe interesar a partir de ahora son los movimientos del resto de partidos independentistas. Por un lado, los de Convergencia y Demócratas, porque siendo el 27-S irrepetible, ahora les hará falta rápidamente la estrategia y definir un relato propio para la nueva legislatura. Por otro, los de ERC y sus socios, que deberán reconsiderar si los gestos para hacer suyo el izquierdismo populista, y todas las desconfianzas que han alimentado hacia Artur Mas, les terminarán siendo útiles para evitar que el unionismo de izquierdas les pase por delante.

Como suele ser habitual en el voluble terreno de la política, las consecuencias de una decisión como la de la CUP son imprevisibles. Habrá que esperar a los próximos días para ver cuáles son. Doy por supuesto, asimismo, la celebración que se hará desde el unionismo local y desde la política española. Pero también preveo el gran alivio que la decisión de la CUP producirá en el independentismo central, sensato y consistente, el único que puede ser vencedor y que permitirá reanudar el proceso con un paso firme y seguro. Un gobierno condicionado por una CUP ‘cagadubtes’ (miedosa e indecisa) y teniendo que hacerse perdonar un sí acomplejado a Mas, habría representado dieciocho meses de atasco. Sí: todos hemos perdido la inocencia -de ahí que tantos pidan disculpas ahora-, pero el proceso ha vuelto a quedar abierto de par en par. Yo me alegro.

ARA