Las investigaciones en paleogenética están cobrando un auge extraordinario, especialmente en lo que concierne a las últimas etapas de la evolución humana. El ADN no suele conservarse más allá de 50.000 años en los restos humanos que se han preservado en condiciones ideales. Pero este tiempo es más que suficiente para obtener datos muy relevantes sobre los neandertales, los humanos de nuestra propia especie de cierta antigüedad y, quién sabe, si en algún momento sabremos algo más sobre los enanos de la isla de Flores.
Los paleogenetistas de la Universidad de Mainz y del University College de Londres nos han vuelto a sorprender con una noticia sobre nuestros antepasados europeos del linaje de Cro-Magnon, publicada hace varias semanas en la revista PLoS Computational Biology. El ADN mitocondrial extraído de los restos fósiles de este grupo humano ha sido analizado y comparado con el de los primeros agricultores europeos, que dominaban la denominada cultura del Neolítico. La hipótesis más sencilla, que suele ser la que más se aproxima a la realidad, es que estos primeros agricultores son descendientes directos de la población de Cro-Magnon.
Sin embargo, los resultados sugieren la ocupación de nuestro continente por una oleada de nuevos emigrantes hace unos 7.000 años, que dominaban el arte de la agricultura y la ganadería. Esto no significa que los genes de la población Cro-Magnon no estén en el acervo genético de los actuales europeos, sino que su contribución genética a las poblaciones que vivimos actualmente desde el Estrecho de Gibraltar hasta los confines de los países nórdicos no ha sido tan importante como cabría suponer. Es muy probable que el último máximo glacial del hemisferio norte, ocurrido hace 18.000 años, fuera un hándicap importante para la vida de los humanos en Europa, a pesar de su elevado desarrollo tecnológico.
No sería descabellado pensar que hace unos 10.000 años, cuando finalizó la última fase glaciar, las poblaciones de Cro-Magnon hubieran decrecido de manera drástica, desplazadas hacia el sur y hacia algunos refugios cálidos del centro de Europa. Esta circunstancia pudo ser aprovechada por la expansión demográfica que sin duda provocó la cultura neolítica con el desarrollo de la agricultura y la ganadería. La influencia de esta cultura ha seguido latente en Europa hasta épocas relativamente recientes y aún persiste en determinados grupos humanos. Sin duda, nos queda todavía mucho por aprender en evolución humana, incluso de los miembros de nuestra propia especie.