En 1615, el poderoso cardenal Bellarmino convencía al papa Pablo V para que formara una comisión que decidiera si era herejía defender las tesis de Copérnico. Los 11 expertos reunidos, teólogos sin conocimiento alguno de ciencia, dictaminaron finalmente que era “formalmente herética”. El 24 de febrero de 1616 Pablo V daba instrucciones a Bellarmino para que dijera a Galileo que no debía sostenerla. El 26 de febrero citó a Galileo y antes de entrar le dijo que aceptara todo lo que se dijera sin plantear objeciones. Galileo así lo hizo, pues en la misma sala se encontraban miembros de la Inquisición, dispuestos a intervenir en cuanto el científico abriese la boca. Pero…
Alguien introdujo en el expediente unas actas sin firmar, ni por el notario ni por los testigos, donde se obligaba a Galileo a no enseñar el heliocentrismo. De este papel nada se supo hasta 1633, cuando se incoa el segundo proceso contra Galileo, tras la publicación del libro Diálogo sobre los dos sistemas máximos del mundo, donde dos personajes, Salvati y Simplicio, discutían sobre ellos. Galileo envió su manuscrito a Roma a finales de 1629 con objeto de obtener el permiso para publicarlo. El censor dominico le puso como condición ciertos cambios e incluir un nuevo prólogo y un epílogo, enviados por él, donde se decía que el sistema copernicano era una mera hipótesis: “Puede modificar o embellecer la redacción, siempre que se mantenga lo sustancial”. Y eso hizo. El prólogo lo incluyó con un tipo de letra diferente y el epílogo lo puso en boca del personaje que defendía el sistema geocéntrico: Simplicio.
Entonces comenzó el juego de los enemigos de Galileo, esencialmente jesuitas. Unos dijeron al nuevo papa, Urbano VIII, que él era Simplicio, porque algunos de los argumentos que allí se presentaban los había expuesto él. Otros encontraron el acta falsificada donde se le prohibía enseñar. En claro fraude procesal, se acusó a Galileo de herejía, ¡por publicar un libro que había obtenido el imprimatur!
El resto es historia. Eso sí, el Vaticano nunca ha admitido el fraude: en 1992 el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hoy papa, dijo: “La Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo; el proceso contra Galileo fue razonable y justo”. La Iglesia e historiadores afines se han esforzado en mantener y publicitar que Galileo no tenía pruebas contundentes y que el Vaticano actuó de buena fe y con rigor intelectual. Lo primero es cierto; lo segundo, no.